Por fin, se terminó esta peste del futbol. Sin duda, más que peste, epidemia, pandemia universal, aunque tal vez lo más exacto sería decir "epizootía", y por ello alguien debería dar cuenta urgentemente a la OIE, ya creada en París, en 1924. Debo confesar, con cierto sonrojo, que yo también soy uno de los infectados por la bacteria, o el virus, que producen tan trágica enfermedad, sumamente contagiosa, en la que por desdicha para mí, fuí inoculado, siendo niño, por esta pasión altamente irracional del futbol, juego que me atrajo desde mi más tierna infancia, por su indudable belleza. Esta, tan sólo se produce si se juega bien y conforme a sus propias reglas, sin quebrantamiento alguno de ellas, incluido en esto esa perversidad de "no perder", o de jugar "para que el contrario no gane", recurriendo a toda clase de trucos, bien formalmente lícitos o incluso materialmente abyectos y despreciables. Como los utilizados por la mayor parte de los jugadores de Holanda en el partido final de este última Copa del Mundo, lo que transforma lamentablemente a aquella maravillosa "naranja mecánica", en esta otra pervertida "naranja podrida". España, no, y con ella otros combinados nacionales (Argentina, pese a Maradona; Alemania, gracias a Herr Joachim Blöw, o Brasil, también pese a Dunga) juegan casi siempre a ganar y tratan de hacerlo jugando con belleza, ya le llamen "juego lindo" o "jogo bonito". En España, últimamente, sin duda debido a la estupidez, se le ha dado en llamar a este tipo o sistema de juego, "tiqui-taca". Nosotros, en el etapa de mi niñez, le llamábamos "tuya-mía". ¡Ya estaba inventado!. No lo ha hecho, en consecuencia, el sistema impuesto por Johan Cruyff en todos los equipos, de todas las categorías, del F.C. Barcelona, desde los propios alevines hasta el primer equipo. Todos juegan igual y ello, parace ser, ha dejado su impronta en el equipo nacional español, al que yo detesto llamar "la Selección", tanto por vocablo inexpresivo y vacío como por algo mucho más importante.
Yo, comencé jugando al futbol en mi niñez con una pelota hecha de trapos, o de papeles atados con cuerdas de bramante, en las aceras de las calles próximas a mi Colegio. ¡Y qué jugadas más emocionantes, y qué goles tan espectaculares...! Después, lo hice ya con cierto equipamiento de material y balón, aunque aún "de correa", sobre campos de tierra o de hierba utilitaria, en el equipo de mi Instituto, en los Campenatos llamados entonces escolares; más tarde, en el de mi Facultad de Derecho, en los universitarios y, por último, hasta llegué a militar en equipos de categoría regional, con entrenador y sesiones de entranamiento a horas fijas. Es posible que, de haber reunido por mi parte las virtudes y facultades futbolísticas de estos jovenes españoles que acaban de ganar la Copa del Mundo, yo mismo hubiese corrido el peligro de haber sido futbolista, sin duda también del mismo pelaje y corte intelectual que ellos. Gracias a Dios, no fue así, pero lo que no he sido capaz de superar, pese a haberme hecho mayor, aunque por lo visto no lo suficientemente maduro y serio, es esa especie de "virus" inoculado en la infancia, y por tanto de ese "nerviosismo" y malestar mientras presencio algún partido de gran competición oficial en el que participa España. ¡Que vergüenza, Dios mío!, al verme casi como "uno de tantos" de los que sufren tantas angustías cuando una pelotita de cuero, mejor o peor equlibrada, no quiere colarse entre tres palos...! ¡Cómo si se tratase de una categoría aristotélica! Y sin embargo no es más que un simple juego, del que en modo alguno puede depender el "patriotismo" -qué cosa tan rídicula y tan falsa- y en el que ganar o perder carece de la más mínima importancia, en orden a la entidad y dignidad nacionales. A lo que sí, afortunadamente, he podido resisitirme es a pintarme la cara como un payaso, y a utilizar la bandera de mi Patria para taparme las posaderas, o hacer de ella un uso tan excesivamente impropio. Yo, también soy español ("español, español, español"), tanto o más que cualquiera de los que andan por ahí vociferándolo, mientras desafinan alarmantemente, o tocando el bombo, como si tratasen de hacerlo añicos, pero creo que el verdadero patriotismo, el edificante y más sublime, nada tiene que ver ni con el futbol ni con ningún otro deporte, sino con el esfuerzo y método intelectuales para propiciar la creación científica, técnica, industrial, literaria o artística y, en suma, para hacer de verdad grande y mucho más feliz a un pueblo y a una nación, tanto en su bienestar material como en el desarrollo del espíritu y de la verdadera cultura.
¿Cómo es posible que se haya dicho la barbaridad, la salvajada, de que ganar la Copa del Mundo, hará más felices a los españoles, en estas horas tan tristes y dramáticamente críticas, frente al desempleo, la escasez y la vida tan dura y arriesgada para tantos españoles? ¡Cuanto me han hecho sufrir esos atrofiados e insensatos populachos que, en estos últimos días, han esperado hasta cinco horas, bajo una solana implacable, regados como si fuese vegetales (¿acaso no lo son?) por los funcionarios del Cuerpo de Bomberos, para que no cayesen fulminados, en la paciente espera, por los rayos del sol!. Si, como hacen los nortamericanos, o los alemanes, o los ingleses y los nórdicos, un año sí, otro también, España, algún español, pudiese ganar el Premio Nobel de Medicina, de Física, de Bioquímica, de algo útil a la Humanidad... yo también esperaría el mismo número de horas, el doble de ellas, bajo el sol o el frío, para darle la bienvenida, aclamarle con entusiasmo y rendirme ante su talento. Eso pensaba, mientras veía atónito, el impresionante recibimiento a los "héroes" de Sur Africa... Pensaba, tristemente, que si la mitad de tales esfuerzos pudieran ponerse al servicio de la razón, de la inteligencia, del tesón, para construir una nación mejor, en todos los aspectos, pronto podríamos serlo, aunque nunca hubiesemos sido (por cierto, yo no he sido nada, a diferencia de los periodistas deportivos, que pluralizan gratuitamente) Campeones del Mundo... de Futbol. Yo, quiero ser "español, español, español", cuando algún compatriota invente algo, escriba algo, desarrolle alguna terapia eficaz contra alguna grave enfermedad... Cuando los españoles, en masa, sean capaces de votar en la elecciones legislativas a mentes brillantes, no a las más inferiores y llenas de serrín, aparte del secular odio a las buenas maneras, a la moral pública, al saber, a la música de verdad, a la buena pintura, a la Poesía... Entonces, me pintaré la cara y saldré a la calle, con mi Bandera, clamando, "yo soy español, español, español..."
Y lo que definitivamente no soporto, son "los discursos", potente micrófono en mano, ante centenares de miles de "hinchas", de algunos de estos pequeños dioses del puntapie y el cabezazo, pese al "tiqui-taca". No puedo soportarlos, en particular, cuando, como sucedió el pasado día en la fiesta colectiva frente al Puente del Rey, en el Río Manzanares, ese pobre chico sin duda sin la menor cultura, imprudente e insensato, aunque sea "santo" por parar penaltys y evitar goles cantados, pronunciaba aquellas palabras, u otras similares, que en ese momento torpemente pronunció. Ya sé que tales procaces, obscenas y groseras expresiones son normales entre el "noble pueblo", el mismo que vota en las elecciones, pero tampoco por ello podría yo reproducirlas textualemente sin sentir vergüenza ajena. Ya sé también que se trata de futbolistas y no de Académicos de la Lengua, y que lo suyo es evitar o meter goles, pero deseo también que hasta los futbolistas, como todo ser humano, alguna vez, hasta puedan llegar a ser personas. ¿Qué "valores" serán esos que proclama y les atribuye su entrenador? Entre tanto, rogaría que se dediquen a lo suyo que tanto apasiona a la chusma, pero teniendo en cuenta que también pueden ser oídos por otras gentes menos "normales". Porque, desde luego, lo que sí está muy claro es que lo suyo no es la oratoria, cosa que puede ser comprensible, pero mucho menos lo es el buen gusto, lo cual cabe exigir de cualquier ser humano. "Oe, oe, oe..." Luis Madrigal.-
Vean, vean.