LOS ECOS DEL INVIERNO
¡Ah… mis montañas verdes,
ya perdidas,
donde reina la calma vestida
de esmeralda
junto a crestas azules que
se pierden
en el eterno arcano, bajo
el cielo.
¡Oh… mis montañas…! Sus
raíces
se funden en el tiempo con
las mías
y vibran al unísono y
entienden
el mismo verbo, ayer
crucificado,
que en el altar secreto de
mi pequeña historia
esperan encontrarme
solitario.
Aquellos riscos que la luz
tamizan
han de volver a mí y,
dentro de ellos,
de su seno escondido y
misterioso,
absorberé la sangre de los
muertos
para inyectarla, suave y
lenta -¡ya!- en mis venas
y así resucitar el gran
misterio
que escuché tantas veces,
junto al fuego,
en las plácidas noches del
invierno,
que nunca volverán…
Ahora que ya que, el verano,
se ha hecho Invierno.
Luis Madrigal