sábado, 1 de diciembre de 2012

ARRIBA EL TELÓN



YA ES ADVIENTO


¡VEN, SEÑOR, NO TARDES…!


Ya pronto, desde mañana mismo, día 2 de Diciembre, en todo el orbe de la Iglesia Católica, vamos a entrar en el Adviento. Con el Primer Domingo de Adviento, se inicia un nuevo año litúrgico. La expresión adviento -ad ventus- significa venida, llegada y, por consiguiente, también espera, porque toda llegada implica necesariamente una espera. Se espera al que viene, al que llega. Y el que ahora viene, y al que algunos esperamos -desde el Domingo más próximo al 30 de Noviembre y hasta el 24 de Diciembre- es a aquel mismo Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, que quiso hacerse Hombre para solucionar de esta única manera el dilema humano, el porvenir del hombre. El Adviento, dura 4 semanas, y pueden observarse durante ellas, en su liturgia, dos partes bien marcadas: La primera de ellas, desde este Primer Domingo hasta el día 16 de Diciembre, tiene un acentuado carácter escatológico, previendo y contemplando la venida del Señor al final de los tiempos, la Parusía. La Segunda venida, porque Cristo Jesús ya vino al mundo, pero volverá a la tierra, pese a que, quiénes decimos creer en Él, pongamos especial cuidado en echarlo fuera de nosotros mismos. Pero, Él es infinitamente misericordioso y vuelve a nuestro lado, una y otra vez. La segunda parte del Adviento, que se extiende desde el 17 de Diciembre al 24 de Diciembre, la víspera de la Natividad del Señor -la Noche Buena- se considera, o incluso se le llama, la "Semana Santa" de la Navidad, y su fin es el de preparar más expresiva y alegremente la venida de Jesucristo a la Historia, su inmersión Humana en el tiempo. Esto es para creerlo, desde luego, pero, si se cree  -y tan sólo es posible en virtud de la gracia de Dios- es el acontecimiento más radicalmente absoluto y, al mismo tiempo, la Esperanza más radical y concluyente. Es, en síntesis, el porvenir del hombre, de todo hombre que viene a este mundo. Pero un porvenir dichoso y feliz, pese a cuantas calamidades y tristezas diariamente nos acechan y nos hacen sufrir, especialmente la muerte.

 

Por ello, a partir de hoy y durante cada una de las semanas siguientes, rendimos honor y culto a la "Corona de Adviento", pese a tener este símbolo su origen -como tantas otras costumbres cristianas- en una tradición pagana europea, consistente en prender velas durante el Invierno, para que el fuego del dios sol -ya ausente en esta época del año- regresara con su luz y calor, durante esta fría estación. Los primeros misioneros, aprovecharon esta tradición popular para evangelizar a las gentes. Pero, la Corona no es el único símbolo, sino que, en sí misma, concurren otros muchos: La forma circular, simboliza que el amor de Dios no tiene principio ni fin, como Él mismo. Las ramas verdes, representan al color de la esperanza y de la vida. La cuatro velas, quieren hacer pensar en la oscuridad provocada por el hombre, que nos ciega y aleja de la Verdad, mientras que las tinieblas se disipan con el encendido de cada vela -una cada uno de los cuatro Domingos- del mismo modo que se fueron iluminando los siglos y el universo, con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo. El lazo rojo, por último, simboliza, tanto nuestro amor a Dios como el amor de Dios que nos envuelve.

En este momento, Señor, cuando el mundo entero padece tantos males corporales y materiales, el hambre, la enfermedad, la atrocidad de las guerras -tan sólo causadas por la voracidad de los humanos- y el crimen... Otros muchos aún peores, los espirituales. Cuando los hombres, casi en masa, parecen haberse olvidado de Ti, ven no obstante de nuevo. Ven, Salvador del Mundo, porque tan sólo tu llegada puede corregir todos mis pasados errores; los que yo mismo he cometido, por mi soberbia o por mi vanidad, y que han podido ser en otros la causa de su ceguera o extravío; todo mi egoísmo, todas mis flaquezas y falta de fortaleza, todas mis pasiones más oscuras y mi falta del verdadero amor. ¡Ven, ven, Señor... no tardes! Te espero, te esperamos, porque sólo Tú puedes traer el consuelo a nuestra aflicción y al dolor de nuestro espíritu. Sólo Tú puedes ser el bálsamo, la dulzura, la comprensión, la presencia -íntima y amorosa- y la compañía, para quiénes se ven obligados a soportar la aspereza, la amargura, la intolerancia, la ausencia o la soledad. Te espero, Señor, en mí y, si por desgracia así fuera, especialmente en quiénes siendo tan próximos estén quizá tan alejados. O, tal vez, por extraña paradoja, en quién, aun en la lejanía más distante, vive cada día dentro de mí. ¡Ven, Señor, no tardes... te esperamos! ¡Ven pronto, Señor!


Luis Madrigal