HASTA EL LEJANO SUR CELESTE
Te hablo sin oírme,
porque quiero oír lo que tu oyes
y que nada
acerque a ti otro eco.
Nada espero.
Tan sólo hablar sin oír;
ver sin mirate;
oírte sin que me hables,
cuando todo ya alcance
la infinita morada del silencio.
Mas, en la noche
-cuando brilla en el cielo esa estrella que no veo-
he de soñar que no te sueño.
Nada diré.
Nada quiero pueda turbar tu reposo.
Nadie podrá oír nada
con mi ronco acento,
que habita tempestades, contra el viento apacible,
y ya casi ha apagado el frío.
Sólo, un segundo,
quiero pensar que puedo siempre hallarte,
cuando gira la Tierra desde el eje del mundo,
en el lejano Sur celeste.
Luis Madrigal