lunes, 26 de marzo de 2012

LA PROSA (II)



POESÍA, VERSO, PROSA,
LECTURA, ORALIDAD y ORATORIA


Luis MADRIGAL

 
Como ya podía deducirse de lo dicho en mi anterior entrada sobre este concepto lingüístico, la Prosa no es más que una forma de estructura que adopta el lenguaje escrito para expresar conceptos e ideas. También lo hace el Verso, también éste sirve para expresar conceptos e ideas, aunque yo creo que en menor e inferior medida. La diferencia, pues, esencial, entre una y otra forma de estructuras, es la de que mientras el Verso, por lo general, se encuentra sometido a medida (a un número de sílabas determinado, cada uno de ellos, dentro de una estrofa o grupo de versos); a rima  -consonante u asonante-  y a cadencia, entre otros aspectos, como podría ser la acentuación rítmica, que contribuye precisamente a que se produzca esa candencia, la Prosa se halla libre de todas estas exigencias formales.

En “El burgués gentilhombre” (“Le Bougeois gentilhomme”), la comedida de Molière, escrita en prosa, su protagonista, Monsieur Jourdain, pregunta si: “Cuando digo, Nicole, tráigame las zapatillas y déme mi gorro de dormir”, eso es prosa. La respuesta habría de ser, categóricamente, no. Porque el Teatro es un género literario no pensado ni establecido para la lectura, sino para la oralidad, incluso en los estrenos que los autores teatrales, los dramaturgos o comediógrafos, suelen efectuar antes del primer ensayo de la obra. El Teatro, pues, al márgen de la representación escénica, que se ve, siempre se oye. Y la Prosa pertenece, como hemos dicho, al lenguaje escrito, y su finalidad es la de ser leída, no oída. En síntesis, es una forma de escritura, que después se lee. A veces, claro. Porque, lamentablemente, hay demasiadas personas a las que no gusta nada leer. También el Verso, fundamentalmente, es lenguaje escrito. El Verso, también se escribe, y también se escribe para ser leído. Pero podría decirse lo mismo de él cuando se utiliza en el Teatro. También, en este caso, propiamente deja de ser Verso para convertirse en lo mismo que la Prosa, en algo que también se oye.  Esto es, que deja de leerse, para oírse. Según esto, que es lo que a mí me parece, el Teatro es el único género literario que elimina, propiamente, la palabra escrita y en consecuencia la lectura, para introducir la oralidad.  Distinta por completo, en cambio, de esta última, por más que pudiesen confundirse, es la Oratoria. Pero la Oratoria, en realidad no puede considerarse Prosa, ni tan siquiera propiamente Literatura, si por esto último, muy en general, hemos de entender el arte de la palabra escrita, porque la Oratoria es justamente lo contrario, es también un arte, sin duda, pero es el arte de la palabra hablada. El orador, si bien puede utilizar la escritura para practicar este último arte, como apoyo o auxilio de la memoria, no necesita para nada hacerlo, ni menos aún le es propio. Es más, el verdadero orador, prescinde por completo de ello y se dirige al auditorio sin el apoyo de escritura previa alguna. En esto consiste la elocuencia, que es el don de dar a la palabra hablada una inteligencia demostrativa, entusiástica, vehemente o incluso una seducción física. Sintetizando su esencia, podríamos decir que la Oratoria es el arte de persuadir por medio de la palabra hablada. En este específico sentido, el estudio de la teoría de la oratoria, es la Retórica. Y, en cuanto a la Oratoria, sí que existen diversas y muy marcadas clases de ella, por razón de la finalidad que persiga o se proponga el orador. Existe la oratoria sagrada, cuyo fin es el de acercar a Dios; la oratoria forense, relativa al discurso pronunciado ante los Tribunales de Justicia, para la adecuada aplicación de las leyes; la oratoria política, y dentro de ella, la parlamentaria o la meramente popular; la oratoria académica, en la que un maestro desarrolla temas científicos, o literarios; la oratoria militar, llamada también arenga, que se propone infundir el ánimo y el valor a los soldados, especialmente si se trata de entrar en combate. Y, por último, cabría hablar también de oratoria romántica, consistente en prescindir de la sujeción a toda regla retórica, tratando de alcanzar la persuasión únicamente por medio de la inspiración y el entusiasmo.

Mas, apartándome ligeramente del tema que trato de desarrollar, o estableciendo una cierta digresión, tal vez merezca la pena ampliar algunas ideas más acerca de la Oratoria, dado que este arte es también elemento esencial en lo relativo a la llamada “conferencia”, o más modestamente “la charla”.  Aproximadamente, es fácil decir lo que es una “conferencia”.  Y también lo que es un “discurso”. Sin embargo, el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española (RAE) nos permite entender que un discurso es la facultad de usar la mente (el razonamiento) para reflexionar o analizar los antecedentes, principios, indicios o señales de cualquier asunto con el fin de entenderlo. Cuando reflexionamos, estamos discursando, es decir, aplicando la inteligencia, para entender un asunto y hasta para ser capaz de explicarlo inteligentemente a otras personas. Es una tarea que realizamos en el interior de la mente, una línea de razonamiento. También sucede lo mismo cuando exponemos los resultados de nuestras reflexiones ante una o más personas. Sigue tratándose de un “discurso”, si quienes nos oyen se limitan a escuchar. Pero, si quiénes nos escuchan utilizan a su vez su inteligencia para discernir lo que decimos y, tras ello, se inicia un diálogo entre quién habla y sus oyentes, entonces nos encontramos en presencia de una conferencia, propiamente dicha, porque "conferencia" significa básicamente conversar y ese es el sentido principal que ha de tener esta actividad. Sin embargo, siempre que en la práctica se habla de “conferencia”, lo que se está proponiendo es un simple monólogo de un hablante, por docto o versado pueda ser, sin diálogo alguno entre quien ha hablado y los que han escuchado. Este es el estilo propio del más alto nivel académico. En él, el conferenciante  -es una tradición académica también-  culmina su discurso con la tradicional expresión “he dicho”. Y de ahí sin duda también el aforismo, “el viejo magíster dixit”.

Pero hay otro modo de utilizar la palabra hablada, con indudable resultado útil o provechoso, en aras de muy distintas finalidades. Me refiero a lo que en los últimos tiempos, al menos en España, se ha dado en llamar, más humildemente, “charla”, o incluso  -mejor aún, a mi juicio-  “charla-coloquio”. Este género contiene la facultad o posibilidad, por parte del auditorio, incluso de interrumpir al hablante  -haciéndolo naturalmente también de un modo ordenado, a través de un moderador-  a fin de establecer un diálogo fluido y vivo, sobre la marcha de la idea o ideas que se están exponiendo o, en todo caso, la de un diálogo final, en el que puedan establecerse conclusiones. 

Parece, pues, necesario distinguir entre poesía, verso, prosa, lectura, oralidad y oratoria. Y aún, dentro de esta última, entre conferencia y charla o charla-coloquio. Pero, en cuanto a la Prosa, propiamente dicha, ¿existen acaso diversas clases de Prosa? De eso quisiera ocuparme en la próxima entrada. ¿Alguien tiene algo que decir? Si fuere así, será bien acogido. Saludos.