sábado, 24 de marzo de 2012

LA PROSA (I)






LA PROSA COMO ESTRUCTURA LINGÜÍSTICA

Luis MADRIGAL

 Cuando yo era un joven estudiante de Bachillerato, al cursar en 5º Curso “Literatura Extranjera”, nuestro Profesor exigió la adquisición de un libro sobre el que efectuar algunos ejercicios de análisis. El título de aquel libro era el de “Verso y Prosa”, y el autor Oscar Wilde. Por aquella época se dotaba a los libros académicos de un forro que, lejos de las sofisticadas fundas de plástico de hoy, consistía en un papel de estraza, basto y grueso, generalmente de color melado o marrón, aunque también los había de color azul fuerte. Aquel papel, lo mismo servía y se utilizaba para forrar y proteger los libros, que para embalar y hacer paquetes. Al forro del libro correspondiente, según la materia o contenido del mismo, la mayor parte de los alumnos solía aplicar un rótulo, que al mismo tiempo denotase la pertenencia del libro. Aún recuerdo, con vergüenza ajena, algunas de aquellas ridículas rotulaciones: “Matemáticas para uso de… Fulanito de Tal”, por ejemplo. Idea muy inexacta, porque el uso es un derecho menor y limitado, distinto de la propiedad, esa dominación o soberanía absoluta de una persona sobre una cosa. O bien, decían otros, “Este libro de Ciencias Naturales pertenece a…”. Bueno, aquello ya se aproximaba más a la finalidad que se pretendía, pero tampoco era exacto. En cualquier caso, siempre me produjeron alergia aquel tipo de expresiones. Por eso decidí abreviarlas. Yo, siempre decía en el forro, por ejemplo, “Lengua Latina de Luis Madrigal”. Y similares. Me parecía, y creo que acerté, que la preposición “de”, encerraba no sólo un sentido posesivo sino incluso de verdadera propiedad, susceptible por tanto de ejercitar, no ya la correspondiente acción interdictal, para su recuperación posesoria, sino la reivindicatoria o, en su caso, la declarativa de dominio. De esto, yo no sabía nada entonces, pero ya lo intuía. Me parecía que, al responder a otra persona  -cuando me preguntaba de donde era-  “soy de León”, la preposición “de”  -que puede denotar origen, estado, cualidad o causa-  adquiría, en la respuesta, específico sentido de pertenencia y un carácter especialmente vinculante entre mi querida Ciudad natal y yo mismo, a la que yo me sentía tan estrechamente unido, hasta ejercer sobre mi alma aquella relación de verdadera propiedad. Yo, siempre me consideraba en aquellos años, y lo sigo pensando, “propiedad de León”. Tal vez por la misma razón aquellos libros, que eran míos, eran los libros “de”.


Cuando, aquel día, me disponía a forrar aquel libro requerido por el Profesor de Literatura, mi madre se acercó sigilosamente y, al observar el título, me dijo con una abundante dosis de guasa: “Cuidado, no vayas a escribir ´Verso y Prosa´ de Luis Madrigal”. No, no lo hice. En cierto modo, me sentí abochornado. ¿Cuándo podría ser yo el autor de un libro como el de aquel genio irlandés? Por aquel entonces, yo no sabía nada de Oscar Wilde, porque de haberlo podido saber no lo hubiese envidiado lo más mínimo. Para él su excelente literatura. Podía quedarse con ella si, para poder alcanzarla, hubiese tenido yo que reunir también el resto de sus características personales, y eso que por entonces de los armarios tan solo salían los trajes, los abrigos, las bufandas, los pañuelos, los guantes y demás indumentaria. Pero, desde entonces, he recordado siempre aquella incidencia y hasta llegado a pensar alguna vez -perdón por la inmodestia-  que, de tener la misma desfachatez de algunos “escritores”, o su pertinaz constancia, su afición a las relaciones sociales e incluso algunos otras cosas menos confesables, ya haría algún tiempo que hubiese podido yo “forrar” un libro  en cuya portada, y no sólo en el forro, se leyese con letra impresa: “Verso y Prosa de Luis Madrigal”.

Hoy mismo, como casi todos los días, al encomendarme a mi buena madre, a la que tanto me quiso en la tierra, por mediación de la del Cielo, he vuelto a recordar aquel libro y, más que sobre su autor, he reflexionado sobre los conceptos objeto del título: “Verso y Prosa”. Y he vuelto a recordar también que no es nada justo, ni preciso, que la palabra “prosaico” se asocie o sirva para poner de manifiesto la idea de lo insulso y vulgar, cuando no de lo rudo, lo basto y hasta la falta de ideales o de alteza de miras; en suma, la falta  -a fin de ser “práctico” a todo trance-  de los más nobles sentimientos y anhelos. Porque, prosaico, tampoco se opone en absoluto a poético, pese a que esto último, generalmente, suela y pueda lograrse mejor mediante el verso, lo que no quiere decir que no pueda alcanzarse también por mediación de la prosa. Hemos de considerar prosaico, simplemente, aquello que está escrito en prosa, pero nada más. Ciertamente que, si se escribe en verso  -sobre todo Poesía-  puede surgir el prosaísmo, que ninguna relación guarda con lo prosaico. El prosaísmo, sí es un defecto, pero precisamente de la obra en verso, consistente en la falta de armonía, de cadencia, de ritmo, o incluso  la incursión o la búsqueda de la rima forzada cuando se utilizan versos de distinta medida, o libres, porque en tales casos hay que hacer exactamente lo contrario,  huir de la rima. También cuando el lenguaje incide en palabras o términos de excesiva llaneza o vulgaridad, porque es preciso encontrar la metáfora. Es el prosaísmo, pues, lo que encierra un grave defecto, capaz de arruinar una obra, o una estrofa, en verso, pero no lo prosaico, que exclusivamente se refiere a lo escrito en prosa. Y ésta, la Prosa, es también un sublime arte. A través de ella, de la prosa poética, pueden expresarse, en un alto grado, todas las cualidades propias de la Poesía, la espiritualidad, la belleza. Tal vez no, de la Poesía puramente lírica, en la que se expresan los sentimientos más íntimos del poeta y que, en mi humilde consideración, constituye el culmen, la cúspide de la Poesía, por requerir además casi inexcusablemente del Ars Métrica, y de la rima, si se pretende alcanzar la perfección.

Pero, al margen ya por completo de la Poesía, la prosa es un elevado arte de expresión literaria. Me parece a mí que la prosa es, a la exactitud y nitidez de la idea, del concepto, del pensamiento, lo que la poesía lírica es a la belleza en la expresión del sentimiento, dejando también a un lado la jocosa y la satírica o epigramática, a mi humilde entender, malamente llamada “poesía”, puesto que tan sólo es mero verso. En efecto, se ha dicho muchas veces que “vale más una imagen que mil palabras”, pero esto es absolutamente falso. La imagen, puede expresar, más y mejor que la palabra, la belleza plástica, pero mucho menos y peor el sentimiento y nunca el pensamiento. Trátese de elaborar una simple definición de algo, sea lo que sea, y necesariamente habrá que acudir a la Prosa. Qué no podrá decirse si se trata de contar una historia o de urdir una trama, o desarrollar un argumento. Y, en este sentido la prosa es el ámbito propio, no ya de la Novela y del Cuento, sino de la Filosofía. No es posible escribir Metafísica en verso, pero además no es posible tampoco olvidarse, en su belleza intrínseca, de la prosa cervantina, si de la lengua castellana se trata. Y no diré ya sólamente de Cervantes, sino del mismo Ortega y Gasset. Se ha dicho que Ortega no es un filósofo, porque dicen que “carece de sistema”, lo cual no es cierto, pero si algo no puede negársele es el ser un excelente y grandísimo escritor. Naturalmente, en Prosa, un genial prosista. ¿Y Balzac, Dickens, Goethe, Mommsen…? A cada cual lo suyo. Desde luego, desde ahora mismo, pienso incrementar mi deseo de cultivar la Prosa. En algunos casos, es además un excelente refugio frente a la nostalgia o el dolor. Para esto último, ciertamente  -como cuando se trata del amor-  es mucho más apropiado utilizar el verso, pero de momento yo ya no puedo más. Necesito un sosegado descanso, por más pueda temerme que no consiga evitarlo de vez en cuando.