UN AVE DEL PARAÍSO
SOBRE ANTONIO ESCUDERO, UN AMIGO DE ISRAEL
El ambito socio-cultural de Las Navas del Marqués, provincia de Ávila, está formado por la conurbación que integran el propio pueblo de Las Navas, la colonia "Los Matizales", la Estación del Ferrocarril (en la segunda línea férrea cronológicamente establecida en la Península, la de Madrid a Irún, tercera de España, porque la primera de todas, fue extrapeninsular, la de Guines a la Habana, en Cuba, cuando la perla del Caribe y de la Corona española, todavìa era España) y por último la pretendida lujosa urbanización privada llamada "Ciudad Ducal", según a mí me parece hoy ya decadente. En todo este ámbito, es universalmente conocida una persona sobre la que sin duda, recaerán muy diversas opiniones, o más bien simples sensaciones. Y toda sensación, en lo que tiene de subjetiva, no puede dejar de ser relativa y necesariamente provisional. Cualquier definición del hombre -de todo hombre- siempre es provisional, porque, mientras está vivo, nunca está acabado del todo -nunca esá terminado de hacer- y cuando al final ya está acabado, entonces ya no está. La persona -el hombre al que me refiero- es la de Don Antonio José Escudero Ríos. Lo de "Don", esto es, el tratamiento que a toda persona de sexo masculino atribuye el sistema legal de igualdad que otorga la Constitución Española -la CE78, como dirían esos extraños juristas que, como tales, son los politólogos- es algo que el propio Antonio exige para sí mismo, toda vez que también él lo dispensa a todos los demás. Precisamente por ello, Antonio es una persona no sólo sencilla sino especialmente humilde, porque la humildad, esencialmente, es la verdad. Antonio es humilde, como todos o como casi todos los sabios que lo son de verdad, es decir que son verdaderamente sabios. Yo, comienzo a tener la impresión de que Antonio Escudero, efectivamente lo es. Es de esta sublime condición. Y no un humilde sabio, sino un sabio humilde.
Antonio, recorre casi diariamente a pie -es decir camina- los duros y, en algunos tramos o parajes, abruptos y esforzados senderos del ámbito de referencia, sin exclusión de su belleza de empinadas pendientes, de un modo similar a como vuelan los pájaros o las abejas, en cuanto al resultado final y esencial de su vuelo. Es decir, transportando algunas semillas para su fertilización. Las semillas que Antonio transporta y deposita son los libros, algunos de ellos esenciales para entender algunas cosas también de esta misma índole, y además toda clase de revistas, folletos, separatas, opúsculos, fotocopias y demás material intelectualmente fructífero, que carga sobre si, bien en una reducida mochila, bien en ocasiones en un pesado carterón. Antonio los presta y, al cabo de algún tiempo, los recoge de los prestatarios casi a domicilo, sin interés alguno, poniendo de manifiesto la nota esencial que caracteriza la figura contractual del préstamo, la gratuidad. Antonio es un agente natural en la polinización de la cultura.
Antonio, ama el silencio y la soledad, hasta el punto de parecer estar especialmente diseñado para ser, no "un lobo solitario" cruel y cruento, sino más bien un manso cordero, y sobre todo un ciervo libre en busca de las fuentes de la vida, entre los arboles del bosque o las verdes praderas del Edén. Pero, casi siempre al atardecer, en la hora crepuscular, Antonio, algún día, puede recalar, efectuar parada en alguno de los rincones en los que algún humano bosteza. Y entonces, abre la magia de su palabra sencilla y profunda al mismo tiempo que saturada de imágenes vivas, de citas eruditas e ignotas, transformando -como buen orteguiano- su ensimismamieto en alteración y convirtiéndose en un ameno conversador. Antonio dialoga con toda sencillez, para que cualquiera pueda entenderle, pero eso sí, si se eleva el listón, aunque sea por casualidad, su palabra abandona la anécdota para abordar la categoría, porque no en vano es filósofo puro, en el sentido rigurosamente académico.
Antonio planta árboles y deposita flores en los sepulcros de quienes fueron sus amigos. Es tan amigo de sus amigos que lo sigue siendo después de la muerte. Y no lo hace por "cumplir" con nada ni con nadie, sino desde lo más profundo de convicciones muy serias y paradigmáticas. Últimamente ha seguido doce días de ayuno, bebiendo tan sólo el agua cristalina de las fuentes porque, citando a su admirado Yehudá Halevi, "el ayuno nos hace como ángeles, libres de determinaciones naturales".
Si se preguntase por Antonio a la gente que anda por aquí habitualmente, bien en el verano o en cualquiera otra época, una buena proporción diría que está más loco que una cabra. Yo mismo pude pensarlo hace ya mucho tiempo. A él, esto no le importa absolutamente nada. Si dicen eso de él, allá quien lo diga. Ni piensa molestarse en pedirle la menor explicación. Estoy así de seguro no porque el mismo Antonio me lo haya dicho con total determinación muy recientemente, sino por haber llegado por mi mismo a esta conclusión, por propia deducción lógica. Ya está más que comprobado que aquellos a quienes llamamos "tontos", lo son únicamente porque piensan de manera distinta a nosotros. Y exactamente pasa con los que llamamos "locos". Pero Antonio no es ninguna de las dos cosas. Yo he llegado a la conclusión de que es todo lo contrario. Me parece un hombre sincero y honesto, aparte de sabio y humilde.
En cualquier caso, Antonio no es nada vulgar, ni masificado, ni de ninguna de las especies lanares tan frecuentes en el lugar. Nada de eso. Es muy admisible que otros no podamos ni tengamos fuerza para ser como él es y, en consecuencia muy lícito no ser así. En una gran parte, también es mucho más cómodo, mucho más blando y mucho menos sacrificado y hasta espartano. Se puede admitir también que Antonio pueda ser un personaje visionario y romántico. Incluso un "iluminado". Pero, si lo fuese, no sería un alumbrado, como lo fueran los miembros de aquel movimiento español del siglo XVI, relacionados con la corriente mística que sostenía la posibilidad de la perfección mediante la oración, sin necesidad de rito alguno. Sería más bien un un aloisius, un sereno portador de la luz. O, en todo caso, un distinguido miembro del movimiento intelectual europeo del siglo XVIII.
Esta sublimación espiritual ha inspirado e impulsado a Antonio, nada menos que a hacerse caballero templario y, en esta perspectiva, a fundar la Orden Nueva de Toledo (Novus Toleti Ordo) de la que él mismo es Gran Maestre, y a vivir, en vez de en el año en curso de la era cristiana, en el Anno Templi DCCCXXVI. Yo le he solicitado ya mi ingreso, que espero ver otorgado por el Capítulo General.
Sin embargo a Antonio aún no se le ha ocurrido vestirse como los caballeros templarios, pero tampoco se viste en ninguna boutique de moda masculina. No es un dandy, sino que hasta puede llegar, sin cobrar nunca la silueta de harapiento mendigo, a observar el aspecto externo al que alguien, en alguna ocasión, se atrevería a ofrecer una limosna, desde luego sin saber que podría recibirla de él, en muy diversos capítulos verdaderamente importantes. Uno de ellos -pese a que ello constituya en él la apariencia de un conversador y divulgador monotemático, cuando no monocorde y monocolor- es el de su apasionada defensa y amor a Israel, el pueblo elegido, que para nosotros los cristianos es la misma Iglesia fundada por Jesús de Nazaret, un judío al que siguieron otros Doce judíos. Jesús, en efecto es una planta que enraíza en el Antiguo Testamento y florece en el Nuevo. Por eso, cuando hablo con Antonio yo no me olvido de que nuestra religión común, la suya y la mía, es el judeo-cristianismo y de que en, en este sentido, los judíos son nuestros hermanos mayores en la Fe. De que procedemos de la Sinagoga, de la misma en la que habló Jesús, y de que el canto gregoriano procede de la salmodia. Este punto de contacto, me une muy especialmente a la defensa que Antonio, allá donde vaya, hace de Israel.
En fin, en este mundo de carnaval, donde pueden explicarse perfectamente los sonidos que emiten cada una de las especies animales que lo habitan (así, verbi gracia, los burros rebuznan, los perros ladran, las gallinas cacarean, etc, etc.) y donde cada cual luce la piel, capa o pluma correspondiente a su especie, Antonio Escudero sería un ave del paraíso. Del paraíso perdido. Y no tanto del que cantó John Milton sino del que tantos se afanan, o nos afanamos en perder cada día. Antonio, no. Vive en él. Y le gusta mucho. Yo le admiro, porque me gustaría también mucho poder ser como él.
Luis Madrigal
Las Navas del Marqués (Ávila, España)
Cantina de La Estación
1 de Agosto de 2016