Durante toda mi infancia, llegaban por estas fechas de Octubre, antes o después, a mi Ciudad natal de León, "Los Caballitos". A muy temprana edad, calculo que a los 4 o 5 años, recuerdo haberlos visto instalados en la Plaza Mayor, cuando aún en esta plaza se encontraba la estatua del dios Neptuno, con su puntiagudo tridente. En particular, recuerdo, aún con temor, un artilugio -que hoy sería cosa de risa, ante los que en la actualidad se fabrican e instalan- llamado "Las Cadenas", cuya denominación, desde luego, constituía una verdadera sinécdoque, tanto por tomar la parte por el todo, como el género por la especie. En realidad, de aquellas cadenas se suspendían una especie de sillas, o asientos, que giraban y giraban a velocidades nada despreciables para la época. Recuerdo también por ello lo mal que lo pasé aquel día -era ya casi de noche- en el que una de mis hermanas, a cuyo cuidado yo me encontraba, me encomendó a unas amigas, a fin de poder subirse a aquel artefacto, mientras yo la miraba, y la veía volar con el espanto que este tipo de situaciones producen a los ojos de un niño de corta edad. Tras aquel susto, "Los Caballitos" volvieron a León, año tras año. Tal denominación, era también, a su vez, otra sinécdoque, porque, junto a ellos, que tan sólo eran una parte, había muchas otras cosas. Ya en los años 50 -los de mi Bachillerato en el viejo Instituto "Padre Isla"- se establecieron definitivamente -al menos hasta que yo me fui de León en 1962- en el Paseo de Papalaguinda, del que habla elogiosamente nada menos que Ortega y Gasset, en uno de sus artículos paisajísticos. No en vano, don José fue Diputado a Cortes por León, de lo cual podemos presumir todos los leoneses, aunque tengamos que avergonzarnos ahora y, desde luego, sin razón alguna, en el sentido de que en aquella gloriosa Ciudad haya nacido ninguno de los imbéciles que andan sueltos por ahí, para desgracia de España en general, aunque sí haya nacido, -en la Provincia- para desgracia particular, algún falangista traidor. Sin duda, creo yo, en la época en que "Los Caballitos" se establecieron definitivamenter allí, el Paseo en cuestión ya se llamaba oficialmente "Paseo de la Facultad". De la Facultad de Veterinaria, una de las cuatro más antiguas de nuestro país, con Madrid, Zaragoza y Córdoba. Entonces, no había más en toda España. "Los Caballitos," muy en general, eran lo que se llama una feria, también con suma impropiedad, porque toda "feria", en el sentido inicial y en el tradicional por entonces, consistía generalmente en la venta de ganado y productos hortofrutícolas o del campo, aunque con posterioridad, tal denominación, haya pasado a comprender cualquier evento, social, económico o cultural. Pero, sobre todo, y en el sentido general ya apuntado, "Los Caballitos" eran una tupida concentración de aparatos, más que de espectáculos, de diversión y entretenimiento, fundamentalmente infantil o juvenil, pero tampoco exento por ello de otras atracciones más propias para adultos, como el "tiro al blanco", que solía practicarse sobre un corcho al que sostenía un chorro de agua. Se disparaba con viejas y destartaladas, o en todo caso desequilibradas, escopetas de aire comprimido, que lanzaban perdigones, pero la mayor de las veces sin éxito alguno de impactar en el corcho. De ahí sin duda, el dicho castizo de "falla más que una escopeta de feria", generalmente aplicado a los futbolistas, pero que podría también destinarse a toda clase de "profesionales y artistas", dentro del concepto estrictamente fiscal o tributario y aún fuera de él. El "tiro al banco", sobre el corcho o sobre cintas de papel, pelotas u otros objetos, se practicaba, no en una, sino en varias de las "casetas" que permanecían alineadas a lo largo de las aceras del Paseo, en unión de otras destinadas a fines menos deportivos, como la venta y desgustación de vinos, aguardientes, aceitunas, patatas fritas, coco, dulces... y aquellos voluminosos copos blancos, de azucar batido, tan etéreos como pegajosos. Desde luego, pese a las "casetas", aquello no era ni muho menos la Feria de Sevilla, pero se le parecía un poco. Bien. En particular -y ahí la segunda sinécdoque, pero al mismo tiempo la principal- "Los Caballitos", eran una atracción giratoria, consistente precisamente en eso, en aquellos enjaezados y rutilantes caballos traspasados por una barra dorada, que, a la par que giraban, subían y bajaban, deslizándose sobre aquélla -¡eran caballos y tenían que trotar y hasta galopar!- con elgancia y solemnidad sumas. Creo que no ha habido niño en España que no se haya subido alguna vez a esos "Caballitos". Yo, los vi el otro día, aquí en Madrid, sin que se encontrasen alojados en ninguna "feria", precisamente en la Calle de Serrano, "la milla de oro", junto a un viejo acordeonista, sentado al borde una fuente, que hacía sonar su alegre instrumento, tan propio de París, de donde antes venían los niños, aunque ahora los niños, en vez de venir de allí, vayan cuanto antes a Disneylandia. Y no pude menos de emocionarme, al verme en situación de retorno a mi ya lejana infancia y juventud. Tanto, tanto, que no pude evitar que a mis ojos fluyese una lejana lágrima. Luis Madrigal.-
Arriba, un ejemplar de "Caballitos", el que encontré el otro día en la Calle de Serrano, de Madrid, precioso, mucho más bonito que los de mi infancia, pero no tan luminoso y emotivo para mí. Para matar del todo la nostalgia, publicaré también, seguidamente, una de las canciones que, en aquellos años, solían vomitar los altavoces, de los que estaban dotadas unas u otras "casetas" o atracciones. Había muchas melodías. Pero, yo siempre recordaré con emoción aquella del gran Jorge Negrete, (¡Viva Mejico lindo!), que había ido a "la feria de las flores", pese a que ya, en León (España), las flores, en tal época, sólo eran los crisantemos, también casi a punto de ser llevados a los Cementerios.
Arriba, un ejemplar de "Caballitos", el que encontré el otro día en la Calle de Serrano, de Madrid, precioso, mucho más bonito que los de mi infancia, pero no tan luminoso y emotivo para mí. Para matar del todo la nostalgia, publicaré también, seguidamente, una de las canciones que, en aquellos años, solían vomitar los altavoces, de los que estaban dotadas unas u otras "casetas" o atracciones. Había muchas melodías. Pero, yo siempre recordaré con emoción aquella del gran Jorge Negrete, (¡Viva Mejico lindo!), que había ido a "la feria de las flores", pese a que ya, en León (España), las flores, en tal época, sólo eran los crisantemos, también casi a punto de ser llevados a los Cementerios.