Todavía hay gente buena. No sé cuánta. Pero la hay. Juan, un peruano que vive en Madrid, es una de esas personas que simplemente hacen lo que deben y no lo que pueden sin correr el más mínimo riesgo. Hoy mismo, en un acto de indudable negligencia personal por mí parte, que tampoco puedo decir a qué pudo deberse, perdí mi teléfono móvil en el Parque de Atenas de Madrid. Buen sitio para perder cualquier cosa, en recuerdo de la gloriosa Ciudad-Estado, y de la Reina de España, Doña Sofía Margarita Victoria de Scheleswig-Holstein y Sonderburg-Glucksbur, en cuyo honor fue diseñado y construido, en el llamado antiguamente "Campo de la Tela", el mencionado Parque, en el año 1971, cuando, además de Princesa de Grecia y Dinamarca, Doña Sofía lo era ya también de España.
Pero no es lo importante, en esta ocasión, la grandeza real y los transcendentales servicios prestados a España por Doña Sofía, ni la sonoridad de sus apellidos familiares anglo-germánicos. En España, se le ha llamado siempre "Sofía de Grecia", para el más fácil recuerdo de los españoles, que bien nos acordamos de ella, y más en estos momentos.
Lo que me parece, desgraciadamente extraño, es la honradez de Juan, el peruano, que encontró en el suelo mi teléfono móvil y que respondió a la llamado desde otro, el de mi buen amigo Alberto. Les llamaré a ambos, desde hoy mismo, los Profetas Alberto y Juan. Porque los profetas no son los que adivinan, o dicen adivinar el futuro. De eso se encargaban en la Antigüedad clásica las pitonisas y en estos últimos tiempos algunos estrambóticos sujetos generalmente conocidos. Ellos, los verdaderos profetas -de conformidad con el infinitivo griego profenomai- son el testimonio vivo de Dios y de su infinita misericordia.
Luis Madrigal
Arriba, la fotografía del Parque de Atenas, en Madrid