NO TODOS LOS CAMINOS LLEVAN A PARÍS
Todos los caminos llevan a Roma, se decía y se dijo durante mucho tiempo. No todos, en cambio, llevan a París, donde, en lugar de la Fontana de Trevi, se encuentra la Torre Eiffel y, con inspiración en ella, el logotipo que el ilustrador Jean Julien -según he podido saber, así se llama este señor- ideó, eso sí, en su estudio de Londres, mientras escuchaba en la radio los criminales sucesos. El nuevo logo de la paz -Peace for Paris- se ha hecho famoso en unos minutos, y dicen que uno sólo de ellos le bastó a su creador para diseñarlo. Pero ya han transcurrido, y parece que fue ayer mismo, nada menos que once años, desde el día 11 de Marzo de 2004, en que esos siniestros y sangrientos caminos conducían a Madrid, tras la masacre de Atocha. Porque 192 muertos, entre ellos una persona muy querida para mí, son exactamente 63 más que 129. Sin embargo, los franceses sallieron del Estadio de Saint Denis cantando a pleno pulmón la Marsellesa, su himno nacional, mientra que en España se culpaba a un Presidente del Gobierno español que, sin ser nada del otro mundo sino más bien muy poca cosa, había desempeñado su papel, no sólo mucho mejor, sino con verdadero acierto -salvo el inoportuno momento de aquella presuntuosa y vacua fotografía de las Azores- que el inconmensurable inútil que le sucedió, fruto de la "indignación" popular. ¿Acaso es que no hay hombres, en España? "¡Lo que no hay son masas!", se contestaba a sí mismo Don José Ortega y Gasset. Esto es, verdaderas masas que, influídas por una minoría egregia, sin duda han de ejercer un papel no ya importante sino decisisvo en este negocio que se llama la organización política de la sociedad, "el Estado", y cuyo nombre no significa otra cosa sino "el estado" en que se encuentra la convivencia política en un momento determinado y subsiguientemente en todos los momentos. Fruto de aquella falta de verdaderas masas, remplazadas por una jauría procedente de las perreras intelectual y moralmente más sórdidas de las "periferias" de la Ciudad terrestre, se sustituyó a un discreto hombre medio por un perfecto inútil, analfabeto y estúpido, que, como no podía ser de otra forma, llevó a España a la ruina financiera y al desastre económico, entre otras cosas sin duda mucho más graves.
Por ello, hoy yo me reconcilio y hasta me sorprendo admirando y queriendo a Francia, tras haber replicado, tan sólo en horas, a la canallesca barbarie criminal, bombardeando intensamente las posiciones territoriales de los asesinos y declarándose en estado de guerra abierta contra semejante y canallesco peligro universal. No voy a declinar de mi vieja idea de que el país vecino ha sido a lo largo de la Historia el que más daño ha hecho a España. Pero, en este momento, no sólo es un país amigo y aliado de mi patria sino que ha sabido replicar con la entereza y gallardía -con verdadera grandeur- con la misma que lo hubiese hecho la España de algunos siglos atrás. Y por ello, no puedo menos de exclamar, con cierta envidia pero al mismo tiempo sintiéndome protegido, ¡Vive la France, vive la République!. Me uno, no sólamente a los aficionados al futbol que salieron cantando la Marsellesa de Saint Denis, sino a los parlamentarios que lo hicieron tras la declaración de guerra del Presidente Hollande. Con cuánta satisfacción hubiera yo vivido el momento en el que, tras aquel sangriento 11 de Marzo de 2004, presagio y causa de tantas futuras desgracias, la aviación española, y también el Parlamento español, aun ya disuelto en aquel momento, hubiesen hecho otro tanto de lo mismo.
Y sobre todo, el pueblo. El pueblo español. Ese gran pueblo al que tanto daño ha hecho aquella maldita guerra, que nos dividió más aún de lo que ya estábamos antes, por nuestro maldito carácter. ¿Es que jamás podremos ser un único pueblo, con todas las diferencias ideológicas y políticas que se quiera, pero uno al fin, uno sólo y férreamente unido, en los grandes momentos comunes. Porque, he podido oír en la Radio, que el Ayuntamiento de Córdoba -la Córduba califal omeya, pero antes romana, la de Séneca- tras observar formalmente un minuto de silencio en recuerdo de las víctimas de París, ha dedicado otro a continuación en honor de los verdugos. Este es el relativismso ateo y obsceno que hoy parece azotar España entera. Frenta a él, yo me declaro hoy ciudadano francés y quiero estar con Francia y con todos los franceses en esa guerra que estas bestias, tan inmisericordes y crueles, nos han declarado a todos. Ya voy siendo viejo, pero no ha huído de mí el juramento que un día presté en el Campamento Universitario de Monte la Reina, de defender a mi Patria hasta la última gota de sangre. Supongo que todavía soy Alferez de Complemento de la gloriosa Infanteria española, la de Italia y Flandes, donde acaba de suspenderse el partido de fútbol entre Bélgica y España, "por razones de seguridad". Me parece preferible morir una vez, empuñando las armas, que estar vivo para ser esclavo del terror mil veces y siempre.
Ya es hora de acabar de una vez por todas con estos miserables. Hace algunos años, un gran amigo, sutil y agudo analista político internacional y militar, me dijo que la tercera guerra mundial sería no contra el Islam, sino contra las macabras y despiadadas desviaciones del mismo, y con intervención del mismo lado, no sólo de las potencias militares occidentales, sino también de Rusia y China, de el Canadá y de Australia, para aplastar la cabeza para siempre a estas víboras. Desde luego distingo perfectamente entre musulmanes y terroristas. Los primeros son hermanos en la Fe y bíblicamente "primos carnales", porque ellos descienden de Ismael, a través de Agar, y nosotros los cristianos de Isaac a través de Sara, pero todos somos nietos de Abraham. Los otros, simplemente son unos asesinos. Asesinos de la vida, que es el primer bien jurídico objeto de protección por parte del Derecho, pero sobre todo de la libertad y la paz que son fruto directo del más elevado de todos los bienes, el amor, y que transcienden infinitamente las coordenadas de Einstein, para alcanzar los valores universales y eternos. ¡Allez la France...! ¡Allez! Notre Dame, os acompañará en nuestra justa causa.
Luis Madrigal