ENTRE EL ASFALTO Y EL CEMENTO
Se han vestido los árboles ya de Primavera, cuando en los
altos aún es pleno Invierno. La nieve, es el fiel aliado que guarda sus
espaldas y, en el corazón de mis Montañas de León, el urogallo aún no se ha
enamorado, no entona todavía su canción de amor. En esta gran urbe, cada vez
más infecta y apestosa (¡oh, donde quedó aquel Madrid, desde el que se iba
directamente al cielo!) las gentes, por doquier, saludan a unos primerizos y
anticipados calores, dando por concluido el Invierno -al que dicen en mi tierra que “no se lo come el lobo”- como si, en cualquier momento, no hubieren de
sufrir nuevamente en sus carnes el puñal del frío. Por si acaso, y aunque así
han permanecido todo el Invierno, las terrazas de los bares, en plena calle, se
han fortalecido de parapetos que hasta llegan a hermanarse con el paisaje gris,
e incluso estufas callejeras, que aporten en las horas cruciales el calor
necesario, para que no pueda huir el aliento. Yo, lo miro todo con cierto
desdén, con ojos ya casi vacíos, excepto el delictivo rodar por las aceras de
las calles, destinadas a albergar el paso lento y cansado, de bicicletas
conducidas por hombres o mujeres de todas las edades, no sólo por mozalbetes
insensatos y aturdidos. Supongo que lo hacen para eludir el riesgo de ser
ellos atropellados por los automóviles que inundan la calzada. Es un nuevo
delito, aún no tipificado, y un nuevo tipo de “insatisfacción”, más bien de rebelión, aunque una y otra cosas
sean lo mismo; de llamada violenta a la subversión del orden lógico -¡para qué hablar ya de ética o deberes
morales!- mientras la Autoridad
competente, calla. Mira para otro lado. Yo, sigo mi camino, resignadamente,
tratando de eludir un peligro más, el del posible quebranto de mi integridad
física. Sin duda, es el menos grave de cuantos me acechan. Mientras camino,
pienso que vivo en el mundo y solamente soy un hombre.
Luis Madrigal
Madrid, 13 de Marzo de 2012
A cualquier hora del
día y casi de la noche