martes, 23 de abril de 2013

PADRE NUESTRO, ¿POR QUÉ ESTÁS EN EL CIELO? (II)




II

QUE ESTÁS EN EL CIELO

¿Y por qué en el Cielo?
¿Acaso no es aquí, sobre la tierra,
donde más de tu amor necesitamos?
¡Si, entre llanto, con lágrimas regamos
el barro que nos hizo de este suelo!
¿Por qué no bajas, Señor, a poner orden
en este maremágnum de miseria,
de dolor, de injusticia, de cruel guerra
que el hombre contra el hombre ha desatado?
Sería maravilla que vinieras
para quedarte, esta vez, entre nosotros.
Al menos, la mayor parte del año.
Que en vez, allá por Mayo, cuando "asciendes"
de verdad en Diciembre "descendieras".
Yo te adorara, mi Dios. El alma entera
pondría junto a Ti. ¿Quién no lo hiciera?
¿Quién no sería justo si pudiera
contemplar a dos palmos la Justicia?
¿Quién no sería amor, si Amor tuviera?
¿Quién no se haría pobre si te viera
en Belén y entre pajas tiritando?
Ya estuviste, lo sé, y te matamos,
mas ahora es distinto, estoy seguro.
Si vinieras, y te viera la gente,
y con ella estuvieras, y a tu paso,
pudiera un ciego ver, andar un cojo,
aunque los muertos no resucitaran,
sería lo de menos. Al contrario,
pues todos, de la muerte se burlaran
teniendo entre sus manos a la Vida
y, en lugar de vivir, morir quisieran.
Mas, ¡tan alto está el Cielo!... Está tan lejos,
que desde allí difícil es nos oigas
y aquí abajo, más aún, que te escuchemos.
¿De qué vale que vivas en el Cielo,
si en la Tierra nosotros nos matamos?
Tampoco pido tanto  -si te fijas-
ni es la primera vez. Ya te advirtieron:
¡“Quédate con nosotros”!... Mas, te fuiste.
Vacíos y desnudos nos dejaste,
tan solo por querer hacernos libres.
Y, ¿lo somos?... ¡Maldita libertad!
Si de Ti priva, es que no es libertad,
es cautiverio. Que ya lo supo Kant,
aquel hombre pensante, cuando dijo:
“Si Dios está patente, no soy libre”
y por eso, Señor, estás latente.
Mas, te propongo un cambio de inmediato:
Prefiero ser esclavo, si presente
Tú siempre estás, y siempre vas conmigo,
que libre, de tenerte siempre ausente.
Si así no puede ser  -y no parece-
te digo hoy, Señor, desde aquí abajo:
¡Perdóname...! Perdona el desvarío,
perdona mi flaqueza y mis ofensas,
que de todas me asusto, con espanto.
Perdóname si te he ofendido tanto,
por estar Tú en el Cielo y yo en la Tierra.


Luis Madrigal