ASTURIAS PATRIA QUERIDA
España, no es "este país". Ni siquiera, pese a serlo, puede ser entendida como "un enigma histórico", según más rigurosamente concluyó Sánchez Albornoz. Por encima de todo, ha de ser vista y sentida como la "patria común e indivisible de todos los españoles". Esta, debería de ser la conclusión vital más importante y la que, por ello, es preciso recordar permanentemente, no como "precepto legal" sino como realidad esencial. Sobre todo, como declaración de voluntad inquebrantable. Al menos, hemos de hacerlo así quienes somos españoles de la única manera posible -porque queremos serlo- y no simplemente porque la norma constitucional "nos obligue" a ello. Esto último, puede ser propio de otros. Pero, además de España, como resultado y síntesis final, la patria originaria de los leoneses, por ser españoles antes que nadie, o más bien que casi todos los demás, es Asturias. ¿Cómo se podría ignorar, y menos aún negar, esta sencilla realidad?. Realidad histórica, geográfica, socio-económica, socio-cultural... Hasta lingüística, si se tiene en cuenta que el bable es tan leonés como asturiano, y no voy a decir que incluso étnica -o más bien “racial”- porque de eso ya se encargan quienes lo reclaman para otras latitudes y señas antropomórficas, sin que les importe lo más mínimo hacer el ridículo. Patria común, naturalmente dentro de sus diferencias y matices, que los hay, porque no estoy hablando de identidad, sino de comunidad.
Sería fácil convencerse de ello. Una vez más, como siempre, es bueno y saludable ceder la palabra a la Historia, que -sin "cacharrería" alguna- no sólo sirve de memoria colectiva, sino que imparte además su magisterio de experiencia. Por Asturias y León comenzó a nacer y a hacerse adulta España y, para ser españoles, asturianos y leoneses libramos mil batallas, desde Covadonga hasta el Duero. Mucho más aún. Plus Ultra. ¿Quién puede acordarse ya de eso? Y sin embargo, aunque pretenda olvidarse, incluso ignorarse y hasta negarse, ahí está. Asturianos y leoneses, surgimos de la misma carne y de la misma sangre, si bien gran parte de lo asturiano vaya a transformarse en leonés. El proceso, es similar al que originó la conversión de los fenicios en cartagineses cuando, lejos de Sidón y Tiro, para poder ejercer el ius commercium en el Mediterráneo, hubieron de cobrar la capacidad militar necesaria frente a la potencia de Roma. Desde luego, el ejemplo no es nada feliz, sino por completo contrapuesto. Habría que transportarlo más a levante, porque los astures no eran precisamente "fenicios", capaces de transformar el arte del intercambio en el de la guerra, por simple necesidad "comercial", sino más bien -junto a cántabros y vascones- testimonio vivo de "vehementia cordis", según refirió Plinio y divulgó Menéndez Pidal. Fue esta pasión, y ninguna otra, la que propició y potenció su capacidad para alzarse sucesivamente, tan sólo por su libertad, frente a romanos, visigodos e islamitas. Y fue este temperamento, el de los primitivos hispanos, el que permitió a un vasco muy español, Unamuno, definir al de hoy como "todo un hombre y sólo un hombre".
Unos y otros, somos los mismos. La misma familia histórica que, lejos de disgregarse en el tiempo, se expande en el espacio, se "ensancha", para que pueda existir -y sobre todo ser- España. En esta perspectiva, Ordoño II no es más que un asturiano, con vocación de español que, para serlo, "traslada la Corte" de Oviedo a León, porque es necesario -al mismo tiempo que la propia sangre- seguir "derramándose" hacia el Sur. Sólo por eso, veinticinco años más tarde, Ramiro II podrá alcanzar la Mantua Carpetanorum, el Majoritum romano, que los invasores -vencidos en Covadonga- han fortificado y convertido en Majerit. En "castillo famoso", capaz de aliviar el miedo al Rey Moro de Toledo, según cantó Moratín. Inútil alivio, no obstante, porque, por la Puerta de Santiago del Arrabal, cruzó un buen día las murallas toledanas Alfonso VI -de León, también "antes que" de Castilla- cumpliendo gallardamente la palabra empeñada a su viejo y noble amigo Al Mamún. En la primitiva Monarquía astur-leonesa, encuentra sus más sólidos cimientos y descansa sus robustos pilares el edificio español. Pelayo, Favila, Alfonso, Fruela, Aurelio, Silo, Mauregato... y dieciséis más hasta Bermudo III, son eslabones de la misma cadena, forjada para engarzarse con otras que se trenzan más al Este y que, al igual que Pidal dijo del idioma español, avanzan "en cuña" hacia el bastión nazarí de Granada. ¿Y de Castilla, qué?. Poco podría decirse de ella, más bien nada, porque Castilla, aún "no existe".
La Historia, es tozuda. Y, naturalmente, deja siempre su huella. Por eso, cuando alguien me supone tan gratuita y erróneamente, o simplemente me pregunta si soy "castellano", cortesmente declino siempre tan alta condición. Yo, no soy castellano, ni mucho menos "castellano-leonés", porque eso es pura invención. Solo soy leonés. Es decir, astur-leonés, eso sí, para ser rigurosamente fiel a la Historia. Por eso, se revuelven mis vísceras, cuando los "hombres del tiempo", y últimamente “las mujeres”, pronostican lluvia "al Norte de Castilla y León" (si es que no utilizan ese híbrido impreciso, oscuro y anticonstitucional, “Castilla-León”), porque ese "Norte" es un Sur. ¿Quién sería el estúpido, el comerciante o el "traidor", que quiso poner a León de espaldas a Pajares?. En realidad, no necesito preguntármelo, porque lo sé, pero habría que abatir urgentemente, en el Puerto, los indicadores oficiales de límites y de rutas, para impedir la confusión y extravío de los caminantes. Habría que "tirar la seve" e instalar nuevamente en el Ayuntamiento de Oviedo al Sr. Masip, aquel Alcalde que tan enconada batalla libró, a la sazón, contra el boxeo, tan solo porque también hizo algún intento de entablar otra, solo alguna vez, tímidamente, en los periódicos. ¡Que lástima!... La cuestión, desde luego, no es tan grave y por ello no hay que exagerar. Pero, en la debida proporción y dentro de los más ecuánimes límites, si una vez hubo en Móstoles un Alcalde, debería surgir pronto otro en Oviedo. Nunca es tarde. Porque Asturias no es sólo "una". Con Astúrica Augusta, "las Asturias" son dos. La del Norte brumoso, que baña el bravío Cantábrico, y la del Sur, donde, en los días luminosos, y en las noches serenas, la luz se rompe en mil colores, al cruzar los vitrales de una Catedral. Sin duda, porque reúne al mismo tiempo "la luna y el sol".
Esto, claro está, no es cuestión de comercio, ni de economía y, menos aún, de "política". Sin duda, también deben existir tales razones, nada incompatibles por cierto. Pero estas otras, sólo son propias de pechos románticos, de "vehementia cordis", como dijera Plinio. En todo caso, instaladas entre "el corazón y las piedras", como escribiera un joven nazi, León Degrelle, en el capítulo más sublime de un bellísimo libro, "Almas ardiendo", prologado con tanto entusiasmo como asepsia política por Gregorio Marañón, un liberal tan poco sospechoso. No son razones políticas, ni por tanto “útiles”, pero sí más poderosas: Si nuestras almas arden, las de los demás sentirán, al menos, un poco de calor.
"Sin León, no hubiera España"... No sólo es un hermoso himno. Además, es rigurosamente cierto. Pero... tengo que subir al árbol... Al árbol común y vigorosamente fecundo, transplantado un día para seguir cargándose de frutos... Tengo que cortar su flor y dársela a mi morena. ¡Que la ponga en el balcón!... En el balcón de la sede oficial del Principado, ya que nadie ha sido capaz de situarla en lo más alto del Palacio de los Guzmanes, junto a las viejas banderas de Clavijo, Alhandega, Simancas y Talavera. Aunque sería mejor hacerlo en ambos sitios, bajo una sola bandera, de cruces y de leones, pero sin castillos.
Luis Madrigal
España, no es "este país". Ni siquiera, pese a serlo, puede ser entendida como "un enigma histórico", según más rigurosamente concluyó Sánchez Albornoz. Por encima de todo, ha de ser vista y sentida como la "patria común e indivisible de todos los españoles". Esta, debería de ser la conclusión vital más importante y la que, por ello, es preciso recordar permanentemente, no como "precepto legal" sino como realidad esencial. Sobre todo, como declaración de voluntad inquebrantable. Al menos, hemos de hacerlo así quienes somos españoles de la única manera posible -porque queremos serlo- y no simplemente porque la norma constitucional "nos obligue" a ello. Esto último, puede ser propio de otros. Pero, además de España, como resultado y síntesis final, la patria originaria de los leoneses, por ser españoles antes que nadie, o más bien que casi todos los demás, es Asturias. ¿Cómo se podría ignorar, y menos aún negar, esta sencilla realidad?. Realidad histórica, geográfica, socio-económica, socio-cultural... Hasta lingüística, si se tiene en cuenta que el bable es tan leonés como asturiano, y no voy a decir que incluso étnica -o más bien “racial”- porque de eso ya se encargan quienes lo reclaman para otras latitudes y señas antropomórficas, sin que les importe lo más mínimo hacer el ridículo. Patria común, naturalmente dentro de sus diferencias y matices, que los hay, porque no estoy hablando de identidad, sino de comunidad.
Sería fácil convencerse de ello. Una vez más, como siempre, es bueno y saludable ceder la palabra a la Historia, que -sin "cacharrería" alguna- no sólo sirve de memoria colectiva, sino que imparte además su magisterio de experiencia. Por Asturias y León comenzó a nacer y a hacerse adulta España y, para ser españoles, asturianos y leoneses libramos mil batallas, desde Covadonga hasta el Duero. Mucho más aún. Plus Ultra. ¿Quién puede acordarse ya de eso? Y sin embargo, aunque pretenda olvidarse, incluso ignorarse y hasta negarse, ahí está. Asturianos y leoneses, surgimos de la misma carne y de la misma sangre, si bien gran parte de lo asturiano vaya a transformarse en leonés. El proceso, es similar al que originó la conversión de los fenicios en cartagineses cuando, lejos de Sidón y Tiro, para poder ejercer el ius commercium en el Mediterráneo, hubieron de cobrar la capacidad militar necesaria frente a la potencia de Roma. Desde luego, el ejemplo no es nada feliz, sino por completo contrapuesto. Habría que transportarlo más a levante, porque los astures no eran precisamente "fenicios", capaces de transformar el arte del intercambio en el de la guerra, por simple necesidad "comercial", sino más bien -junto a cántabros y vascones- testimonio vivo de "vehementia cordis", según refirió Plinio y divulgó Menéndez Pidal. Fue esta pasión, y ninguna otra, la que propició y potenció su capacidad para alzarse sucesivamente, tan sólo por su libertad, frente a romanos, visigodos e islamitas. Y fue este temperamento, el de los primitivos hispanos, el que permitió a un vasco muy español, Unamuno, definir al de hoy como "todo un hombre y sólo un hombre".
Unos y otros, somos los mismos. La misma familia histórica que, lejos de disgregarse en el tiempo, se expande en el espacio, se "ensancha", para que pueda existir -y sobre todo ser- España. En esta perspectiva, Ordoño II no es más que un asturiano, con vocación de español que, para serlo, "traslada la Corte" de Oviedo a León, porque es necesario -al mismo tiempo que la propia sangre- seguir "derramándose" hacia el Sur. Sólo por eso, veinticinco años más tarde, Ramiro II podrá alcanzar la Mantua Carpetanorum, el Majoritum romano, que los invasores -vencidos en Covadonga- han fortificado y convertido en Majerit. En "castillo famoso", capaz de aliviar el miedo al Rey Moro de Toledo, según cantó Moratín. Inútil alivio, no obstante, porque, por la Puerta de Santiago del Arrabal, cruzó un buen día las murallas toledanas Alfonso VI -de León, también "antes que" de Castilla- cumpliendo gallardamente la palabra empeñada a su viejo y noble amigo Al Mamún. En la primitiva Monarquía astur-leonesa, encuentra sus más sólidos cimientos y descansa sus robustos pilares el edificio español. Pelayo, Favila, Alfonso, Fruela, Aurelio, Silo, Mauregato... y dieciséis más hasta Bermudo III, son eslabones de la misma cadena, forjada para engarzarse con otras que se trenzan más al Este y que, al igual que Pidal dijo del idioma español, avanzan "en cuña" hacia el bastión nazarí de Granada. ¿Y de Castilla, qué?. Poco podría decirse de ella, más bien nada, porque Castilla, aún "no existe".
La Historia, es tozuda. Y, naturalmente, deja siempre su huella. Por eso, cuando alguien me supone tan gratuita y erróneamente, o simplemente me pregunta si soy "castellano", cortesmente declino siempre tan alta condición. Yo, no soy castellano, ni mucho menos "castellano-leonés", porque eso es pura invención. Solo soy leonés. Es decir, astur-leonés, eso sí, para ser rigurosamente fiel a la Historia. Por eso, se revuelven mis vísceras, cuando los "hombres del tiempo", y últimamente “las mujeres”, pronostican lluvia "al Norte de Castilla y León" (si es que no utilizan ese híbrido impreciso, oscuro y anticonstitucional, “Castilla-León”), porque ese "Norte" es un Sur. ¿Quién sería el estúpido, el comerciante o el "traidor", que quiso poner a León de espaldas a Pajares?. En realidad, no necesito preguntármelo, porque lo sé, pero habría que abatir urgentemente, en el Puerto, los indicadores oficiales de límites y de rutas, para impedir la confusión y extravío de los caminantes. Habría que "tirar la seve" e instalar nuevamente en el Ayuntamiento de Oviedo al Sr. Masip, aquel Alcalde que tan enconada batalla libró, a la sazón, contra el boxeo, tan solo porque también hizo algún intento de entablar otra, solo alguna vez, tímidamente, en los periódicos. ¡Que lástima!... La cuestión, desde luego, no es tan grave y por ello no hay que exagerar. Pero, en la debida proporción y dentro de los más ecuánimes límites, si una vez hubo en Móstoles un Alcalde, debería surgir pronto otro en Oviedo. Nunca es tarde. Porque Asturias no es sólo "una". Con Astúrica Augusta, "las Asturias" son dos. La del Norte brumoso, que baña el bravío Cantábrico, y la del Sur, donde, en los días luminosos, y en las noches serenas, la luz se rompe en mil colores, al cruzar los vitrales de una Catedral. Sin duda, porque reúne al mismo tiempo "la luna y el sol".
Esto, claro está, no es cuestión de comercio, ni de economía y, menos aún, de "política". Sin duda, también deben existir tales razones, nada incompatibles por cierto. Pero estas otras, sólo son propias de pechos románticos, de "vehementia cordis", como dijera Plinio. En todo caso, instaladas entre "el corazón y las piedras", como escribiera un joven nazi, León Degrelle, en el capítulo más sublime de un bellísimo libro, "Almas ardiendo", prologado con tanto entusiasmo como asepsia política por Gregorio Marañón, un liberal tan poco sospechoso. No son razones políticas, ni por tanto “útiles”, pero sí más poderosas: Si nuestras almas arden, las de los demás sentirán, al menos, un poco de calor.
"Sin León, no hubiera España"... No sólo es un hermoso himno. Además, es rigurosamente cierto. Pero... tengo que subir al árbol... Al árbol común y vigorosamente fecundo, transplantado un día para seguir cargándose de frutos... Tengo que cortar su flor y dársela a mi morena. ¡Que la ponga en el balcón!... En el balcón de la sede oficial del Principado, ya que nadie ha sido capaz de situarla en lo más alto del Palacio de los Guzmanes, junto a las viejas banderas de Clavijo, Alhandega, Simancas y Talavera. Aunque sería mejor hacerlo en ambos sitios, bajo una sola bandera, de cruces y de leones, pero sin castillos.
Luis Madrigal
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