Viniste a mí cual rayo que ilumina,
por mi ventana sin rasgar el viento.
Yo no te vi, pero sentí tu aliento
y, sobre tu oro, el aura cristalina.
Muchas noches oscuras, con neblina,
te veía entre velas un momento;
luego, se hizo la luz, oí tu acento
melodioso cual pájaro que trina.
Al fin, te fuiste un día de mi vida
para volar de nuevo al viejo nido,
y así salvar la huella dolorida
de quien tanto te dio y estaba herido.
Yo te dejé volar libre en tu ida
y me quedé sin ti, sin un quejido
Luis Madrigal
1 comentario:
Hermoso soneto de despedida, de alguien que amó y sin embargo lejos de guardar rencor por la marcha, abriga amor, anhelo y ternura en su corazón.
Un saludo nocturno Á.
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