lunes, 14 de abril de 2008

CAMBIO DE CARA... PERO NO DE ESPÍRITU


Una de mis colegas y más queridas amigas de América, Alicia María Abatilli, de Córdoba (Argentina), me dice no temer a la muerte, pese ser consciente al mismo tiempo de que será nuestro final común. Pero me sugiere, del modo más cariñoso, que cambie "ese cráneo" de la portada de mi Blog por algo más esperanzador. Estoy de acuerdo... Casi totalmente. Prueba de ello es que ya lo he cambiado, como los que lo padecían podrán observar. Ya alguna vez, yo mismo había imaginado que aquella portada podría resultar poco atractiva y, tal vez, muy desagradable. Pido perdón por ello. Pero, por otra parte, además de complacer a Alicia, que se muestra siempre conmigo tan delicada como sincera, he estado pensando que puede haber motivos -es más estoy persuadido de que así es- definitivamente concluyentes para propiciar tal cambio de imágen. La premisa mayor -y también las restantes y la conclusión- podrían dar lugar a un largo discurso, que trataré de abreviar y sintetizar al máximo. Es de todo punto seguro que la antropología dualista, debida a Platón (el alma, o el "espíritu", bueno y tendente a la liberación de la eternidad; y el cuerpo, o "la carne", constitutivamente malo y perverso, destinado a la putrefacción del sepulcro), ha influido notablemente, cuando no determinado, una escatología igualmente dualista. Pero la modernísima Teología biblica, dentro del cristianismo, en una revisión radical de los novísimos, o postrimerías del hombre, está poniendo en tela de juicio tal dualismo, entendiendo que esa dicotomía -quizá contra viento y marea de los esquemas oficiales de la Iglesia Católica, que aún se mantienen- es una auténtica monstruosiodad, y la prostitución más degradante de la dignidad humana. El cuerpo y el alma, separados, antes o después de la muerte, no son el ser humano. "Yo", soy mi alma y mi cuerpo y, si se separan, mi "yo" desaparece por completo, o casi. Quedarán otras cosas, pero no queda hombre, cómo, cuando se separan el hidrógeno y el oxígeno, quedan dos gases, pero el agua, como tal, ha desaparecido. El propio Jesús, no fue "dualista", no hablaba tanto del cuerpo y del alma -o, sin duda, utilizaba estas expresiones tan sólo metodológicamente- como de la Vida, en cuanto unidad inseparable. Por tanto, "yo", soy un ser viviente, no un cuerpo más un alma, sino una radical unidad en la que se funden consubstancialemnete ambos elementos. La misma concepción domina el Antiguo Testamento, en el que el alma, o "nephes", significa la vida, y de la misma mentalidad está animado San Pablo, un hebreo de "nacionalidad" romana. Lo que sucede es que el gran difusor del cristianismo, se ve influenciado por la cultura y la filosofía griega y, por ello, las categorías filosóficas platónicas han hecho de nosotros creyentes platónicos, por lo que necesitamos -aunque resulte un poco tarde, ya en los albores del siglo XXI- el cambio de tales categorías, por las hebreas, monistas y jesuológicas, para poder ser creyentes cristianos.

Por tanto, cuando ya ha caído la antropología dualista, no puede mantenerse en pie la escatología del mismo signo. El hombre de hoy, gira en torno a esquemas de pensamiento unitario-monistas y, parece ser, que si el Magisterio de la Iglesia se ha mantenido anclado al dualismo, y con él, a las ideas de la inmortalidad del alma y de la resurrección del cuerpo, ello ha sido por el atrincheramiento tras la constitución Benedictus Deus, de Benedicto XII, nada menos que del año 1336, por la que, según algunos teólogos, quedó definitivamente resuelta y fijada para siempre la consistencia de las realidades últimas, las ésjata. Pero, tal cuestión, no puede quedar resuelta de ese modo definitivo por muy "ex cathedra" que se pronuncie o defina, porque la intervención de Dios en la historia tiene una dimensión salvífica, siempre en camino, dentro de un proceso de futuro, incierto, pero esperanzador, como desea mi amiga Alicia María. Tal esperanza, radica en que la decisión humana, al final de ese proceso, no se hace ante las ésjata, sino ante el Ésjaton, Señor de la Vida.

La conclusión más vital y esperanzadora gira, pues, en torno a la incompatibilidad manifiesta entre inmortalidad del alma y resurrección del cuerpo. Nadie, ni nada, puede "resucitar", sin antes morir. También afecta esto al alma, no sólo al cuerpo, porque lo inmortal no puede resucitar. Cuando muere el hombre, muere todo él, el cuerpo y el alma, dentro de lo que supone la realidad unitaria del ser humano. Por ello, lo esencial de la fe cristiana, no es tanto la inmortalidad del alma, como la resurrección del ser integral del hombre, no "al final de los tiempos", entre la trompetería de Josafat, sino, ciertamente, "en el último día", pero en el último día de nuestro contacto personal con el Señor. Él bajara hasta mi lecho agonizante, para resucitarme en el mismo instante de mi muerte. ¿Y esos cráneos, de órbitas vacías, no sólo el de Atapuerca, sino el de todos los miles de millones de seres humanos que han existido?. Tengo la firme crencia, lo creo de verdad, que el Señor me regalará otro cuerpo, glorioso y translúcido, como el suyo, también a su imágen y semejanza, que me permita deshacerme y prescindir de este "cascajo", tan imperfecto, tan lleno de constantes calamidades, de "marcapasos", pastillas y periódicas revisiones médicas. ¿Porque empeñarse, con obstinación, y repetir machaconamente que resucitaremos "con los mismos cuerpos que tuvimos" en la existencia, cuando bien podemos suponer todos, que no podremos resucitar de este modo?. ¿Con qué cuerpo resucitaré "yo"? ¿Con el que tuve a los 15 años, a los 30, con el que tengo ahora o podré tener dentro de algunos años? Todos esos "cuerpos" han sido o serán míos... Y si he de resucitar con el último que me depare la existencia, es muy probable que se encuentre ya achacoso, echo una birria y en consecuencia impropio para gozar de la grandeza y la Hermosura infinita y eterna. Por ello, aunque no era el mío, he eliminado de la portada de mi Blog ese cráneo del "homo anteccessor", hallado en Atapuerca, en la Gran Dolina, a la que, como dije en su momento, se ha llamado "El sepulcro de Adán". He sustituido el "sepulcro", por "la cuna", mucho más esperanzadora y mucho más bella... Tanto tanto, que acaso muestra el mayor talento de Miguel Ángel y el máximo esplendor de la Capilla Sixtina. Querida Alicia: Espero que disfrutes y te embeleses, en lo sucesivo, al entrar en mi Blog, si decides seguir haciéndome ese inmerecido honor. Les digo y os digo lo mismo a todos ustedes, a todos vosotros, queridos amigos. Tened esperanza... Luis Madrigal.-



NOTA FINAL.- ¡Pobre de mí...! Casi todas las ideas contenidas en el Texto anterior, no son mías. Yo, no soy escriturista, ni teólogo, sino tan sólo un pobre hombre, que apenas se apaña para poder cruzar la calle. Lo esencial, se debe a mi viejo amigo y Consiliario en la también ya vieja y tristemente desaparecida Juventud de Acción Católica, el M.I.Sr. Don Felipe Fernández Ramos, ex-Catedrático, o Catedrático Jubilado, de la Universidad Pontificia de Salamanca (España), en la que explicó Sagrada Escritura durante muchos años. Por ello, remito a quienes hayan podido leer mi entrada, y tengan interés en su contenido, casi mejor que a su libro, de mayor extensión, "De la muerte a la vida. Revisión de los novísimos" (Edit. San Esteban, Salamanca 2004), a la separata de la Revista "Naturaleza y Gracia" (Vol. LI, 2/3 Mayo-Diciembre 2004), bajo el título: "Revisión biblico-teológica de los novísimos". Tened la certeza de que su lectura será un verdadero descubrimiento y una deliciosa esperanza.


En la foto de arriba, Don Felipe, que nos bendice a todos, al lado de otro para mí entrañable sacerdote y amigo, Don Abraham Herrero Laso, en una Comida de Fraternidad, celebrada en Vegacervera (León), junto al mazico de las Hoces y las Cuevas de Valporquero.

1 comentario:

Alicia Abatilli dijo...

Eso de que te "apañas para cruzar la calle", no te lo creo, no te lo creo. Creo que aún la corres y hasta la saltas.
Un abrazo.
Excelente post.
Alicia