Prometí, en una entrada pasada, volver sobre la Guerra de la Independencia de España frente a Napoleón Bonaparte. Sobre los efectos o consecuencias de la misma, una vez expuestos los acontecimientos. Y voy a tratar de cumplir mi promesa, pero hacerlo con rigor, aun de forma breve, es muy difícil, o incluso imposible porque, aún hoy, los propios historiadores, salvo error manifiesto por mi parte, no suelen aportar excesivos datos incontrovertibles a la hora de precisar, cualitativa y cuantitativamente, la consistencia y dimensiones de tales efectos. Los catálogos monográficos sobre la Guerra de la Independencia española, son numerosos y, pese a ello, en ninguna de las monografías -bien es cierto que por mi parte tan sólo he podido ver extractos de su contenido- se aborda de un modo sistemático este aspecto, el de los efectos que produjo aquel gran y doloroso suceso. Si alguno de los lectores de este humilde Blog siente interés al respecto, puede consultar el "Catálogo Monográfico: Guerra de la Independencia", publicado por Marcial Pons, que podrá encontrar fácilmente en Internet en formato PDF. En él, se contienen 29 monografías, algunas de ellas de prestigiosos historiadores españoles (Miguel Artola, Manuel Fernández Álvarez, Moreno Alonso y, en lo tocante a los aspectos militares, José Gómez de Arteche) y también algunos franceses, como Charles Esdaile, Ronald Fraser y Jean-Baptiste Marcelon, Barón de Marbot, general del Ejército napoleónico y cronista de las batallas de Napoleón en la Península Ibérica. En general son numerosas las obras sobre liberalismo y absolutismo, sobre la Constitución de 1812, sobre Zaragoza y Gerona, sobre el Duque de Wellington; sobre el estúpido y miserable Fernando VII -quizá un monstruo, o en todo caso el peor y más dañino de todos los reyes que ha tenido España, ambicioso, felón y traidor, cruel desde su propia infancia en la que se complacía torturando pajarillos en las frondas de los Reales Sitios-; El Empecinado, Espoz y Mina, Godoy (gracias a las casi dos mil páginas de sus Memorias), asi como sobre los aspectos militares, la burguesía revolucionaria o las Juntas Generales... Pero de lo lo que hubiésemos deseado saber, de un modo sistemático e interrelacional, casi nada de nada. Hemos de tratar, pues, de fabricarlo, con verdadera osadía y aún a riesgo de cometer errores de bulto, o de dislocar el razonamiento.
Lo primero que lógicamente parece preciso concretar es el número de víctimas de la Guerra y, como en toda guerra, la oscilación en las estimaciones es acusada. Se ha llegado a fijar ese número en un millón de muertos; otros señalan sobre setecientos mil, tan sólo entre los españoles, pero las últimas estimaciones vienen e coincidir en que el número total de víctimas no sobrepasó el medio millón. Tampoco está mal, dada la capacidad destructiva de las armas empleadas entonces, aparte de las horcas de madera, las armas blancas y todo elemento, por rudimentario fuese, susceptible de ser arrojado contra el invasor, que utilizaron los españoles.
En el orden económico, siempre consecuente a toda guerra, incluso es más difícil todavía precisar los efectos. Desde luego, parece ser que éstos no sólo se produjeron para España, sino también para Francia, al propiciar el desmembramiento del imperio napoleónico, si bien en España la crisis económica ya venía gestándose desde el reinado de Carlos IV. Sin embargo la Guerra de la Independencia la acrecentó e incrementó hasta cotas dramáticas, sumiendo a España en una situación de hambre, penuria y pobreza, de la que tanto tardó en recuperarse.
Más o menos íntimamante ligado con este fenómeno de carencia y pobreza, surge en España el bandolerismo, entendido no ya al modo tradicional mediterráneo de luchas familiares (Córcega o Cerdeña), ni tampoco en el sentido muy característico de la baja Edad Media, entre grupos nobiliarios o entre partidos políticos (casos muy típicos de Cataluña o Mallorca), sino de un bandolerismo que se ha llamado "social", y que adquiere una inusitada violencia dirigiéndose a la destrucción y perjuicio de los ricos o de lo estatal en beneficio de los pobres, sin duda germen individual de lo que, más tarde, serán los movimientos obreros colectivos, con estructuras organizativas. No es este el caso del famoso bandolero Diego Corrientes, que extendió su actividad en la segunda mitad del siglo XVIII, sino más bien, por proponer una figura de bandolero, el de José María el Tempranillo, representante máximo del bandolerismo social en la Andalucía de la primera mitad del siglo XIX.
Una consecuencia, quizá la única de carácter positivo, aunque también con su contrapartida, fue la de la creación de una conciencia y espíritu nacional, por reacción frente al invasor extranjero, entre todos los españoles de aquel momento. En efecto, para todos ellos, antes que nada estaba España y todos eran patriotas. Sin embargo, no todos eran liberales, ilustrados o "afrancesados"; algunos preferían el absolutismo del Antiguo Régimen, llegando a gritar al paso y regreso de aquel abyecto de Fernando VII: "Vivan las cadenas". Por ello,quizá, aquí radica también el nacimiento de las Dos Españas, que inspiró a Antonio Machado aquel triste y fatalista oráculo: "Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón". Por desgracia, aún no nos hemos podido recuperar de eso, y así seguimos... Cada cierto tiempo, unos u otros, con el corazón helado. Continúa habiendo dos Españas, aunque también unos más que otros se empecinen en recordarlo, impulsarlo e incrementarlo cada vez que están en el poder, cómo ahora mismo sucede.
Consecuencia, tal vez la más grave de todas, aunque más que a la Guerra de la Independencia, debida al egoísmo y ambición del canalla de Fernando VII, fueron las tres Guerras Carlistas, en el contexto de las cuales se gestaron con la mayor virulencia los movimientos secesionistas de España, no tanto el catalán, que ya tenías sus orígenes y bases desde antes de Felipe V, sino esencial y exclusivamente el vascongado, que surge en 1895, cuando Sabino Arana, que evoluciona desde el carlismo al nacionalismo vasco, funda el partido nacionalista vasco (PNV), que añun hoy subsiste. Y no estaríamos contemplando tales particularismos secesionistas, si Fernando VII no hubiese abolido la Ley Sálica, reavivando la Pragmática Sanción que el tontorrón de su padre, Carlos IV, había hecho aprobar a las Cortes en 1789, pero que no había entrado en vigor, ni por tanto se había hecho efectiva por razones de política exterior. Muy en síntesis, esta famosa Ley (Lex Salica) debe su nombre a los Francos Salios, habiendo sido promulagada por el rey Clodoveo I, a comienzos del sigo VI. Y, esencialmente, esta Ley, entre otras cosas y en particular las relativas a la herencia, dispone que las mujeres sólo podrían heredar el trono de no haber herederos varones en la línea recta (hijos o nietos) o en la colateral (hermanos o sobrinos). La había traido a España Felipe V, al subir al trono, haciéndosela promulgar a las Cortes de Castilla en 1713. Pues bien, aquel maldito Rey, viudo por tecera vez y sin descendencia, contrajo nuevo matrimonio con María Cristina de Borbón-Dos Sicilias y, después de haber designado sucesor a su hermano Carlos María Isidro, María Cristina quedó embarazada, por lo que, exclusivamente, ante la posibilidad de tener un heredero de sexo femenino -como así sucedió- Fernando VII "resucitó" la Pragmática Sanción, que excluía de la Corona al infante Carlos María Isidro y aseguraba la sucesión del hijo que habría de nacer, fuera niño o niña, la no menos nefasta Isabel II, que nace el 10 de Octubre de 1830 y es proclamada heredera legítima, con el consiguiente enfrentamiento de los partidarios de Don Carlos María Isidro, la autoproclamación de éste como Carlos V y las tres horribles guerras carlistas, que desgastarona inútilemente a España, en la sangrienta pugna entre carlistas e isabelinos, la última de las cuales se libró casi exclusivamente en Cataluña, bajo el mando del General carlista Ramón Cabrera el Trigre del Maestrazgo.
La Guerra de la Independencia española, marca asimismo el comienzo del declive del imperio napoleónico, como ya se ha dicho. "¡La guerra de España me ha perdido!", exclamó el propio Napoleón en Santa Elena. No son palabras de ningún español, sino del historiador francés Ronald Fraser, que ha recuperado, en un esfuerzo muy meritorio, la voz de los documentos y testimonios de la época. Pero, sin contradicción, esa perdición de Francia, fue también, al propio tiempo, la de España, al verse privada del gobierno del que, parece ser, con total independencia de la causa de su implantación en el trono, el mejor Rey de España, tras Isabel y Fernando el Católico, Carlos I o Felipe II: Stendhal José Napoleón I, Rey de España. Apodado sin ningún fundamento "Pepe Botella", cuando era casi abstemio, y también, pero con toda justicia "Pepe Plazuela" (hubiera dado a Madrid el mismo tratamiento urbanístico, ornamental y de "glamour" de la Bella Parisi, como dicen los italianos). Aquel sin duda gran hombre, participante en la Revolución francesa, diputado, senador, ministro y embajador, primero de la República y después del imperio creado por su hermano, del que era sucesor; finalmente coronado Rey de Nápoles, donde se le aceptó como a un gran monarca, aquel gran y pacífico hombre, se esforzó y quiso, llegando a superarse a sí mismo tratando de asimilar los gustos y criterios de los españoles, pero no fue aceptado ni querido. Estas que siguen, sí son palabras de un historiador español, Manuel Moreno Alonso: "España prefirió a ese monstruo llamado Fernando VII. Yo admiro el sentimiento del insensato honor que inflama a los bravos españoles, pero ¡qué diferencia para su felicidad si, desde 1808, hubieran sido gobernados por el prudente José y por su constitución!". Está visto que los españoles, ya desde entonces, padecen la irrefrenable y trágica tendencia a elegir casi siempre a los peores, en lugar de a los mejores, para caminar por la vereda de la verdadera libertad y el verdadero progreso, y no por las sendas tortuosas o mezquinas que, a veces (no siempre) parecen elegir libremente. Así, pues, vivan también ahora, si no "las cadenas", las que sujetan al hombre en su prisión física, sí desde luego las de la modorra vegetativa y estúpida de la vulgaridad, el laicismo, la venganza de los ruines, el mal gusto, la mediocridad, el analfabetismo generalizado y todas las demás lacras de esa peste que ahora mismo nos desgobierna y que, Dios no lo quiera, más bien pronto que tarde, puede sumirnos de nuevo en la miseria y en el hambre.
Con esto, habríamos terminado, a mi juicio, de enumerar las consecuencias de la Guerra de la Idependencia, si no fuera porque resta una consecuencia, que sin ser una más, ni mucho menos, tampoco es precisamente desafortunada ni desegradable, por muchas razones. Esta consecuencia es la de la Pérdida por España de sus colonias de América, de Iberoamérica. A mí no me gusta nada, pero nada, el termino "Colonias", pese a lo que tenga que pesar. Me gusta mucho más y me emociona el de "Naciones Hijas de España". Y los hijos, yatde o temprano, por muy esmerada y buena sea la educación recibida de sus padres, siempre terminan por irse de la Casa, para tener la suya propia y formar su propia familia. Y esto fue lo que pasó, aunque los últimos españoles allí presentes, trataran entonces de oponerse. Por otra parte, lo menos que entonces, debieron hacer aquellos españoles del otro lado del mar, fue precidsamente lo que hicieron. Y lo hicieron con dignidad y con honor, salvo algunas odiosas excepciones. Yo, este español que esto escribe, honro y venero la figura y la huella del General San Martin, Libertador de Argentina y Héroe de Bailén, de España.Él, también lucho con honor y arrojo, en defensa de la que entonces era su patria. Pero repudio y maldigo la memoria de Simón Bolivar -díganselo ustedes si lo desean a ese semi-burrro bocazas de Chavez- auel traidor que asistió a la coronación como Emperador de Napoleón y que, ese mismo día, juró alzarse contra España. Luis Madrigal.-
Lo primero que lógicamente parece preciso concretar es el número de víctimas de la Guerra y, como en toda guerra, la oscilación en las estimaciones es acusada. Se ha llegado a fijar ese número en un millón de muertos; otros señalan sobre setecientos mil, tan sólo entre los españoles, pero las últimas estimaciones vienen e coincidir en que el número total de víctimas no sobrepasó el medio millón. Tampoco está mal, dada la capacidad destructiva de las armas empleadas entonces, aparte de las horcas de madera, las armas blancas y todo elemento, por rudimentario fuese, susceptible de ser arrojado contra el invasor, que utilizaron los españoles.
En el orden económico, siempre consecuente a toda guerra, incluso es más difícil todavía precisar los efectos. Desde luego, parece ser que éstos no sólo se produjeron para España, sino también para Francia, al propiciar el desmembramiento del imperio napoleónico, si bien en España la crisis económica ya venía gestándose desde el reinado de Carlos IV. Sin embargo la Guerra de la Independencia la acrecentó e incrementó hasta cotas dramáticas, sumiendo a España en una situación de hambre, penuria y pobreza, de la que tanto tardó en recuperarse.
Más o menos íntimamante ligado con este fenómeno de carencia y pobreza, surge en España el bandolerismo, entendido no ya al modo tradicional mediterráneo de luchas familiares (Córcega o Cerdeña), ni tampoco en el sentido muy característico de la baja Edad Media, entre grupos nobiliarios o entre partidos políticos (casos muy típicos de Cataluña o Mallorca), sino de un bandolerismo que se ha llamado "social", y que adquiere una inusitada violencia dirigiéndose a la destrucción y perjuicio de los ricos o de lo estatal en beneficio de los pobres, sin duda germen individual de lo que, más tarde, serán los movimientos obreros colectivos, con estructuras organizativas. No es este el caso del famoso bandolero Diego Corrientes, que extendió su actividad en la segunda mitad del siglo XVIII, sino más bien, por proponer una figura de bandolero, el de José María el Tempranillo, representante máximo del bandolerismo social en la Andalucía de la primera mitad del siglo XIX.
Una consecuencia, quizá la única de carácter positivo, aunque también con su contrapartida, fue la de la creación de una conciencia y espíritu nacional, por reacción frente al invasor extranjero, entre todos los españoles de aquel momento. En efecto, para todos ellos, antes que nada estaba España y todos eran patriotas. Sin embargo, no todos eran liberales, ilustrados o "afrancesados"; algunos preferían el absolutismo del Antiguo Régimen, llegando a gritar al paso y regreso de aquel abyecto de Fernando VII: "Vivan las cadenas". Por ello,quizá, aquí radica también el nacimiento de las Dos Españas, que inspiró a Antonio Machado aquel triste y fatalista oráculo: "Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón". Por desgracia, aún no nos hemos podido recuperar de eso, y así seguimos... Cada cierto tiempo, unos u otros, con el corazón helado. Continúa habiendo dos Españas, aunque también unos más que otros se empecinen en recordarlo, impulsarlo e incrementarlo cada vez que están en el poder, cómo ahora mismo sucede.
Consecuencia, tal vez la más grave de todas, aunque más que a la Guerra de la Independencia, debida al egoísmo y ambición del canalla de Fernando VII, fueron las tres Guerras Carlistas, en el contexto de las cuales se gestaron con la mayor virulencia los movimientos secesionistas de España, no tanto el catalán, que ya tenías sus orígenes y bases desde antes de Felipe V, sino esencial y exclusivamente el vascongado, que surge en 1895, cuando Sabino Arana, que evoluciona desde el carlismo al nacionalismo vasco, funda el partido nacionalista vasco (PNV), que añun hoy subsiste. Y no estaríamos contemplando tales particularismos secesionistas, si Fernando VII no hubiese abolido la Ley Sálica, reavivando la Pragmática Sanción que el tontorrón de su padre, Carlos IV, había hecho aprobar a las Cortes en 1789, pero que no había entrado en vigor, ni por tanto se había hecho efectiva por razones de política exterior. Muy en síntesis, esta famosa Ley (Lex Salica) debe su nombre a los Francos Salios, habiendo sido promulagada por el rey Clodoveo I, a comienzos del sigo VI. Y, esencialmente, esta Ley, entre otras cosas y en particular las relativas a la herencia, dispone que las mujeres sólo podrían heredar el trono de no haber herederos varones en la línea recta (hijos o nietos) o en la colateral (hermanos o sobrinos). La había traido a España Felipe V, al subir al trono, haciéndosela promulgar a las Cortes de Castilla en 1713. Pues bien, aquel maldito Rey, viudo por tecera vez y sin descendencia, contrajo nuevo matrimonio con María Cristina de Borbón-Dos Sicilias y, después de haber designado sucesor a su hermano Carlos María Isidro, María Cristina quedó embarazada, por lo que, exclusivamente, ante la posibilidad de tener un heredero de sexo femenino -como así sucedió- Fernando VII "resucitó" la Pragmática Sanción, que excluía de la Corona al infante Carlos María Isidro y aseguraba la sucesión del hijo que habría de nacer, fuera niño o niña, la no menos nefasta Isabel II, que nace el 10 de Octubre de 1830 y es proclamada heredera legítima, con el consiguiente enfrentamiento de los partidarios de Don Carlos María Isidro, la autoproclamación de éste como Carlos V y las tres horribles guerras carlistas, que desgastarona inútilemente a España, en la sangrienta pugna entre carlistas e isabelinos, la última de las cuales se libró casi exclusivamente en Cataluña, bajo el mando del General carlista Ramón Cabrera el Trigre del Maestrazgo.
La Guerra de la Independencia española, marca asimismo el comienzo del declive del imperio napoleónico, como ya se ha dicho. "¡La guerra de España me ha perdido!", exclamó el propio Napoleón en Santa Elena. No son palabras de ningún español, sino del historiador francés Ronald Fraser, que ha recuperado, en un esfuerzo muy meritorio, la voz de los documentos y testimonios de la época. Pero, sin contradicción, esa perdición de Francia, fue también, al propio tiempo, la de España, al verse privada del gobierno del que, parece ser, con total independencia de la causa de su implantación en el trono, el mejor Rey de España, tras Isabel y Fernando el Católico, Carlos I o Felipe II: Stendhal José Napoleón I, Rey de España. Apodado sin ningún fundamento "Pepe Botella", cuando era casi abstemio, y también, pero con toda justicia "Pepe Plazuela" (hubiera dado a Madrid el mismo tratamiento urbanístico, ornamental y de "glamour" de la Bella Parisi, como dicen los italianos). Aquel sin duda gran hombre, participante en la Revolución francesa, diputado, senador, ministro y embajador, primero de la República y después del imperio creado por su hermano, del que era sucesor; finalmente coronado Rey de Nápoles, donde se le aceptó como a un gran monarca, aquel gran y pacífico hombre, se esforzó y quiso, llegando a superarse a sí mismo tratando de asimilar los gustos y criterios de los españoles, pero no fue aceptado ni querido. Estas que siguen, sí son palabras de un historiador español, Manuel Moreno Alonso: "España prefirió a ese monstruo llamado Fernando VII. Yo admiro el sentimiento del insensato honor que inflama a los bravos españoles, pero ¡qué diferencia para su felicidad si, desde 1808, hubieran sido gobernados por el prudente José y por su constitución!". Está visto que los españoles, ya desde entonces, padecen la irrefrenable y trágica tendencia a elegir casi siempre a los peores, en lugar de a los mejores, para caminar por la vereda de la verdadera libertad y el verdadero progreso, y no por las sendas tortuosas o mezquinas que, a veces (no siempre) parecen elegir libremente. Así, pues, vivan también ahora, si no "las cadenas", las que sujetan al hombre en su prisión física, sí desde luego las de la modorra vegetativa y estúpida de la vulgaridad, el laicismo, la venganza de los ruines, el mal gusto, la mediocridad, el analfabetismo generalizado y todas las demás lacras de esa peste que ahora mismo nos desgobierna y que, Dios no lo quiera, más bien pronto que tarde, puede sumirnos de nuevo en la miseria y en el hambre.
Con esto, habríamos terminado, a mi juicio, de enumerar las consecuencias de la Guerra de la Idependencia, si no fuera porque resta una consecuencia, que sin ser una más, ni mucho menos, tampoco es precisamente desafortunada ni desegradable, por muchas razones. Esta consecuencia es la de la Pérdida por España de sus colonias de América, de Iberoamérica. A mí no me gusta nada, pero nada, el termino "Colonias", pese a lo que tenga que pesar. Me gusta mucho más y me emociona el de "Naciones Hijas de España". Y los hijos, yatde o temprano, por muy esmerada y buena sea la educación recibida de sus padres, siempre terminan por irse de la Casa, para tener la suya propia y formar su propia familia. Y esto fue lo que pasó, aunque los últimos españoles allí presentes, trataran entonces de oponerse. Por otra parte, lo menos que entonces, debieron hacer aquellos españoles del otro lado del mar, fue precidsamente lo que hicieron. Y lo hicieron con dignidad y con honor, salvo algunas odiosas excepciones. Yo, este español que esto escribe, honro y venero la figura y la huella del General San Martin, Libertador de Argentina y Héroe de Bailén, de España.Él, también lucho con honor y arrojo, en defensa de la que entonces era su patria. Pero repudio y maldigo la memoria de Simón Bolivar -díganselo ustedes si lo desean a ese semi-burrro bocazas de Chavez- auel traidor que asistió a la coronación como Emperador de Napoleón y que, ese mismo día, juró alzarse contra España. Luis Madrigal.-
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