José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, nació el 24 de Abril de 1903 en Madrid. Era hijo de Don Miguel Primo de Rivera y Orbaneja y de Doña Casilda Sáenz de Heredia y Suarez de Argudin, heredando el título de su padre, de Marqués de Estella. Estudió en la Facultad de Derecho de Madrid, siendo algunos de sus compañeros de curso Dionisio Ridruejo y Ramón Serrano Suñer. Además de irrumpir en la política, fue un brillante Abogado. Su vida está influenciada por las vicisitudes del Gobierno de su padre Don Miguel Primo de Rivera, sobre todo por su dimisión y los acontecimientos que la acompañaron. El 2 de Mayo de 1930 acepta el cargo de Vicesecretario General de Unión Monárquica, con el propósito de reivindicar la memoria de su padre. Se presenta a las elecciones de 1931, pero es derrotado por su contrincante conservador Bartolomé Cossío. En 1932 es detenido por colaborar con la sublevación de Sanjurjo. Posteriormente, y junto al aviador Ruiz de Alda, crea el Movimiento Sindicalista Español, que sería el embrión de Falange Española. El 29 de octubre de 1933 celebra el acto fundacional de Falange, en el teatro de la Comedia de Madrid. Es elegido candidato por Cádiz y el 13 de febrero de 1934 se unifica con el grupo de Ramiro de Ledesma bajo el nombre de Falange Española de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), desarrollando una brillante labor parlamentaria, interviniendo en los grandes debates y pronunciando entre otros un documentadísimo discurso en contra de la Ley Agraria que desde el poder intentan realizar las derechas. A lo largo de 1934 se suceden los enfrentamientos entre izquierdistas y falangistas, siendo acusado en el parlamento de posesión ilícita de armas.
La primera referencia a la necesidad de un himno para la Falange data del 17 de noviembre de 1935, cuando a la finalización del mitin del Cine Madrid, al que acudieron unos 12.000 falangistas, Bravo le comentó a José Antonio la necesidad de un himno que se pudiera cantar al final de tales actos. Así, al poco tiempo, tras asistir al estreno de la película ‘La Bandera’, en casa de María Jesús Mora y en compañía de Rafael Sánchez Mazas, José María Alfaro y Dionisio Ridruejo, José Antonio los citó para el día siguiente en la cueva del Orkompon, con la ya famosa frase: “si falta alguno, mandaré que se le administre ricino”. Al día siguiente, 3 de diciembre, se reúne la escuadra de poetas compuesta por el propio José Antonio, José María Alfaro, Agustín de Foxá, Dionisio Ridruejo, Pedro Mourlane Michelarena, Jacinto Miquelarena, Rafael Sánchez Mazas y el Marqués de Bolarque, junto al maestro Juan Tellería, autor de la música y al que apodaban el músico. El propio José Antonio marcaría las pautas, diciendo: “Nuestro himno debe ser una canción alegre, exenta de odio, pero a la vez de guerra y amor. Haremos una estrofa a la novia, después una alusión a la guardia eterna en las estrellas, y luego otra a la victoria y la paz”. Dando ejemplo, el Jefe ya llevaba dos versos compuestos, los que dicen: “traerán prendidas cinco rosas, las flechas de mi haz”. Tras horas de trabajo, todos brindaron con unas copas de Jerez por el nacimiento del Himno de Falange Española, conocido desde entonces como “Cara al Sol”, que fue cantado oficialmente en el Mitin del Cine Europa de Madrid, el 2 de febrero de 1936.
En 1935 Ramiro Ledesma había abandonado Falange. Convocadas elecciones generales para febrero de 1936, se vislumbra el desastre. Falange se presenta en solitario, sin conseguir representación parlamentaria. Las elecciones las gana el Frente Popular, aunque la fiabilidad de las elecciones estuviera en entredicho debido a las incontables ilegalidades que se produjeron. La mecha de la guerra civil estaba encendida. Falange Española de las JONS es declarada organización ilegal, y sus dirigentes son detenidos y encarcelados en la Prisión Modelo de Madrid, lo que no sería obstáculo para que José Antonio siguiera dirigiendo el movimiento desde la cárcel. El Gobierno no para de presentar cargos contra él, y el 5 de junio de 1936 es trasladado a la cárcel de Alicante, donde escribiría su manifiesto político en el que reitera su aspiración de Gobierno Nacional desde una perspectiva democrática. Una vez conoce los planes de sublevación de los militares, y aunque sin llegar a aceptarlo, da libertad a sus seguidores para unirse a la rebelión. A pesar de los intentos de salvarle por parte del Bando Nacional, como sobornos a autoridades locales, canje de prisioneros, e incluso el movimiento de una columna de jóvenes falangistas alicantinos (que fueron neutralizados por la Guardia de Asalto y destruidos), José Antonio es juzgado. El 17 de Noviembre de 1936 José Antonio es juzgado por rebelión militar, asumiendo él mismo su propia defensa, la de su hermano Miguel y la esposa de éste, Margarita Larios. Su actuación fue cálida y brillante. Un diario izquierdista alicantino escribía el día siguiente: "Gesto, voz y palabra se funden en una obra maestra de la oratoria forense, que el público escucha con recogimiento, atención y evidentes signos de interés" . A pesar de su elocuencia, los acusados son condenados a muerte, pero José Antonio, caballerosamente, apeló en favor de su hermano y mujer, por lo que la pena fue cambiada por reclusión.
José Antonio Primo de Rivera y Saénz de Heredia fue fusilado la mañana del 20 de Noviembre en el patio de la cárcel de Alicante, junto a otros cuatro jóvenes del pueblo alicantino de Novelda. Su última voluntad fue que limpiaran el patio de la cárcel para que su hermano Miguel no tuviera que pisar su sangre. Sus restos mortales yacen en la actualidad en el Valle de Los Caídos de Madrid. Su Testamento ológrafo, escrito en su celda de la carcel, dos días antes de su fusilamiento, es una pieza digna de toda atención y mérito, sobrio y de bellísimo estilo, que no sólo acredita su condición de excelente abogado, sino su talente de hombre sereno y valiente. Y por ello, deseo reproducirlo literalmente aquí. Luis Madrigal.-
TESTAMENTO DE JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA
“Testamento que redacta y otorga José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, de treinta y tres años, soltero, abogado, natural y vecino de Madrid, hijo de Miguel y Casilda (que en paz descansen), en la Prisión Provincial de Alicante, a dieciocho de noviembre de mil novecientos treinta y seis.
Condenado ayer a muerte, pido a Dios que si todavía no me exime de llegar a ese trance, me conserve hasta el fin la decorosa conformidad con que lo preveo y, al juzgar mi alma, no le aplique la medida de mis merecimientos, sino la de su infinita misericordia.
Me acomete el escrúpulo de si será vanidad y exceso de apego a las cosas de la tierra el querer dejar en esta coyuntura cuentas sobre algunos de mis actos; pero como, por otra parte, he arrastrado la fe de muchos camaradas míos en medida muy superior a mi propio valer (demasiado bien conocido de mí, hasta el punto de dictarme esta frase con la más sencilla y contrita sinceridad), y como incluso he movido a innumerables de ellos a arrostrar riesgos y responsabilidades enormes, me parecía desconsiderada ingratitud alejarme de todos sin ningún género de explicación.
No es menester que repita ahora lo que tantas veces he dicho y escrito acerca de lo que los fundadores de Falange Española intentábamos que fuese. Me asombra que, aun después de tres años, la inmensa mayoría de nuestros compatriotas persistan en juzgarnos sin haber empezado ni por asomo a entendernos y hasta sin haber procurado ni aceptado la más mínima información. Si la Falange se consolida en cosa duradera, espero que todos perciban el dolor de que se haya vertido tanta sangre por no habérsenos abierto una brecha de serena atención entre la saña de un lado y la antipatía de otro. Que esa sangre vertida me perdone la parte que he tenido en provocarla, y que los camaradas que me precedieron en el sacrificio me acojan como el último de ellos.
Ayer, por última vez, expliqué al Tribunal que me juzgaba lo que es la Falange. Como en tantas ocasiones, repasé, aduje los viejos textos de nuestra doctrina familiar. Una vez más, observé que muchísimas caras, al principio hostiles, se iluminaban, primero con el asombro y luego con la simpatía. En sus rasgos me parecía leer esta frase: "¡Si hubiésemos sabido que era esto, no estaríamos aquí!" Y, ciertamente, ni hubiéramos estado allí, ni yo ante un Tribunal popular, ni otros matándose por los campos de España. No era ya, sin embargo, la hora de evitar esto, y yo me limité a retribuir la lealtad y la valentía de mis entrañables camaradas, ganando para ellos la atención respetuosa de sus enemigos.
A esto tendí, y no a granjearme con gallardía de oropel la póstuma reputación de héroe. No me hice responsable de todo ni me ajusté a ninguna otra variante del patrón romántico. Me defendí con los mejores recursos de mi oficio de abogado, tan profundamente querido y cultivado con tanta asiduidad. Quizá no falten comentadores póstumos que me afeen no haber preferido la fanfarronada. Allá cada cual. Para mí, aparte de no ser primer actor en cuanto ocurre, hubiera sido monstruoso y falso entregar sin defensa una vida que aún pudiera ser útil y que no me concedió Dios para que la quemara en holocausto a la vanidad como un castillo de fuegos artificiales. Además, que ni hubiera descendido a ningún ardid reprochable ni a nadie comprometía con mi defensa, y sí, en cambio, cooperaba a la de mis hermanos Margot y Miguel, procesados conmigo y amenazados de penas gravísimas. Pero como el deber de defensa me aconsejó, no sólo ciertos silencios, sino ciertas acusaciones fundadas en sospechas de habérseme aislado adrede en medio una región que a tal fin se mantuvo sumisa, declaro que esa sospecha no está, ni mucho menos, comprobada por mí, y que sí pudo sinceramente alimentarla en mi espíritu la avidez de explicaciones exasperada por la soledad, ahora, ante la muerte, no puede ni debe ser mantenida.
Otro extremo me queda por rectificar. El aislamiento absoluto de toda comunicación en que vivo desde poco después de iniciarse los sucesos sólo fue roto por un periodista norteamericano que, con permiso de las autoridades de aquí, me pidió unas declaraciones a primeros de octubre. Hasta que, hace cinco o seis días, conocí el sumario instruido contra mí, no he tenido noticia de las declaraciones que se me achacaban, porque ni los periódicos que las trajeron ni ningún otro me eran asequibles. Al leerlas ahora, declaro que entre los distintos párrafos que se dan como míos, desigualmente fieles en la interpretación de mi pensamiento, hay uno que rechazo del todo: el que afea a mis camaradas de la Falange el cooperar en el movimiento insurreccionar con "mercenarios traídos de fuera". Jamás he dicho nada semejante, y ayer lo declaré rotundamente ante el Tribunal, aunque el declararlo no me favoreciese. Yo no puedo injuriar a unas fuerzas militares que han prestado a España en Africa heroicos servicios. Ni puedo desde aquí lanzar reproches a unos camaradas que ignoro si están ahora sabia o erróneamente dirigidos, pero que a buen seguro tratan de interpretar de la mejor fe, pese a la incomunicación que nos separa, mis consignas y doctrinas de siempre. Dios haga que su ardorosa ingenuidad no sea nunca aprovechada en otro servicio que el de la gran España que sueña la Falange.
Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia.
Creo que nada más me importa decir respecto a mi vida pública. En cuanto a mi próxima muerte, la espero sin jactancia, porque nunca es alegre morir a mi edad, pero sin protesta. Acéptela Dios Nuestro Señor en lo que tenga de sacrificio para compensar en parte lo que ha habido de egoísta y vano en mucho de mi vida. Perdono con toda el alma a cuantos me hayan podido dañar u ofender, sin ninguna excepción, y ruego que me perdonen todos aquellos a quienes deba la reparación de algún agravio grande o chico. Cumplido lo cual, paso a ordenar mi última voluntad en las siguientes
CLÁUSULAS
Primera. Deseo ser enterrado conforme al rito de la religión Católica, Apostólica, Romana, que profeso, en tierra bendita y bajo el amparo de la Santa Cruz.
Segunda. Instituyo herederos míos por partes iguales a mis cuatro hermanos: Miguel, Carmen, Pilar y Fernando Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, con derecho de acrecer entre ellos si alguno me premuriese sin dejar descendencia. Si la hubiere dejado, pase a ella en partes iguales, por estirpes, la parte que hubiera correspondido a mi hermano premuerto. Esta disposición vale aunque la muerte de mi hermano haya ocurrido antes de otorgar yo el testamento.
Tercera. No ordeno legado alguno ni impongo a mis herederos carga jurídicamente exigible; pero les ruego:
A) Que atiendan en todo con mis bienes a la comodidad y regalo de nuestra tía María Jesús Primo de Rivera y Orbaneja, cuya maternal abnegación y afectuosa entereza en los veintisiete años que lleva a nuestro cargo no podremos pagar con tesoros de agradecimiento.
B) Que, en recuerdo mío, den algunos de mis bienes y objetos usuales a mis compañeros de despacho, especialmente a Rafael Garcerán, Andrés de la Cuerda y Manuel Sarrión, tan leales durante años y años, tan eficaces y tan pacientes con mi nada cómoda compañía. A ellos y a todos los demás, doy las gracias y les pido que me recuerden sin demasiado enojo.
C) Que repartan también otros objetos personales entre mis mejores amigos, que ellos conocen bien, y muy señaladamente entre aquellos que durante más tiempo y más de cerca han compartido conmigo las alegrías y adversidades de nuestra Falange Española. Ellos y los demás camaradas ocupan en estos momentos en mi corazón un puesto fraternal.
D) Que gratifiquen a los servidores más antiguos de nuestra casa, a los que agradezco su lealtad y pido perdón por las incomodidades que me deben.
Cuarta. Nombro albaceas contadores y partidores de herencia, solidariamente, por término de tres años, y con las máximas atribuciones habituales, a mis entrañables amigos de toda la vida Raimundo Fernández Cuesta y Merelo y Ramón Serrano Súñer, a quienes ruego especialmente:
a) Que revisen mis papeles privados y destruyan todos los de carácter personalísimo, los que contengan trabajos meramente literarios y los que sean simples esbozos y proyectos en período atrasado de elaboración, así como cualesquiera obras prohibidas por la Iglesia o de perniciosa lectura que pudieran hallarse entre los míos.
b) Que coleccionen todos mis discursos, artículos, circulares, prólogos de libros, etc., no para publicarlos –salvo que lo juzguen indispensable–, sino para que sirvan de pieza de justificación cuando se discuta este período de la política española en que mis camaradas y yo hemos intervenido.
c) Que provean a sustiuirme urgentemente en la dirección de los asuntos profesionales que me están encomendados, con ayuda de Garcerán, Sarrión y Matilla, y a cobrar algunas minutas que se me deben.
d) Que con la mayor premura y eficacia posible hagan llegar a las personas y entidades agraviadas a que me refiero en la introducción de este testamento las solemnes rectificaciones que contiene.
Por todo lo cual les doy desde ahora las más cordiales gracias. Y en estos términos dejo ordenado mi testamento en Alicante el citado día dieciocho de noviembre de mil novecientos treinta y seis, a las cinco de la tarde, en otras tres hojas además de ésta, todas foliadas, fechadas y firmadas al margen”.
2 comentarios:
Un personaje del que todos deberíamos aprender algo. En mi opinión, nunca fue fascista, por mucho que digan que lo fue. Un saludo.
Y el Cara al Sol es un himno precioso.
No sólo aprender de él,sino admirarle. Yo le leí cuando era "héroe oficial", y me quedé con lo que él decia, no con lo que otros, los oficialistas, decían de él. Siendo aristócrta, fue un gran socialista de verdad, no como estos cuentistas majaderos, torpes,necios, retorcidos y viles, que ahora están haciendo su Agosto, Septiermbre y parte de los restantes meses del año. Quiera el Altísimo que sea por pocos -meses- más. Aunque es dificil,porque han "pescado" nuevamente "la Caja". Gracias, amigo. Luis Madrigal.-
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