martes, 17 de febrero de 2009

ANTES Y DESPUÉS DE LISZT

Las dos entradas anteriores a la presente, subsiguientes a la vista en sentido vertical, constituyen la devolución de un valioso regalo que ayer mismo me hizo mi, ya sin duda alguna, buena amiga, Marga Fuentes, verdadera artista del bel canto -soprano ligera, me decía ayer haber sido- pianista de carrera y, en general melómana, sin duda ya bien conocida en este mundo de los Blog, por la publicación en el suyo de muchas de sus propias interpretaciones, y a quien yo había dedicado una de mis entradas anteriores, sobre el tango “La Cruz de palo” y cuyos interesantes comentarios pueden verse al pie de un par de entradas. Ayer, Marga, quiso gentilmente corresponder a mi dedicatoria, enviándome un archivo sonoro, que contiene la interpretación al piano del nuevo niño prodigio de la pianística actual, el ruso Evgenyn Kissin. Yo quise, ayer, ampliar, a su vez, tal interpretación, la de “La Campanella”, composición ésta repleta de la más interesante historia musical, con el mismo propósito de dedicárselo a Marga, pero lamentablemente, la falta de celeridad por mi parte, propició el comentario de ésta a la primera de las dos entradas de ayer, sin que yo hubiera podido formular algunas aclaraciones, que, sin duda, ella conocerá, pero no así, es posible, otras muchas personas, incluso de entre las aficionadas a la música clásica. Y quiero ahora proceder a dichas aclaraciones, aunque sólo sea con el propósito de promover la discusión o el debate entre musicólogos, si alguno de ellos cayera, o se dignara caer, por aquí, por este humilde espacio.

Bien. Sin duda, es conocida la afirmación -yo no recuerdo donde pude haberlo oído o leído- de que, en el modo de tocar el piano, de hacer sonar este importantísimo instrumento, o si se quiere de atacar la percusión de su teclado, pueden diferenciarse nítidamente dos etapas muy marcadas. Antes de Liszt y después de Liszt. El maestro húngaro, desde luego representa un momento crucial en lo que se refiere al piano. Pero, acaso, no se encuentre tan extendida la posible causa, el por qué esto es así. Y, según entiendo, a mi modesto juicio, en ello debió influir poderosamente la presencia y meteórica irrupción en el mundo de la música de otro gigantesco compositor e interprete, pero no del piano, sino del violín. Nada menos que el legendario Niccolò Paganini, aquel tremendo innovador, a quién llegó a atribuirse incluso un pacto con el demonio, a causa de su frenético y salvaje, al propio tiempo que malabarista o acrobático modo, de atacar el bello instrumento de las cuatro cuerdas. Pues bien, el día 9 de Marzo de 1831, Paganini ofreció el primero de sus conciertos en París, produciendo un efecto indescriptible y causando la sensación de que efectivamente aquel hombre necesariamente tendría que haber concertado algún pacto diabólico.

Pero lo más significativo y musicalmente transcendente de la situación, sin duda, fue que, el día de aquel concierto, entre el publico asistente a la velada, se encontraba Franz Liszt, que observó obnubilado las evoluciones y prácticas de Paganini. Liszt, quedó poco menos que traumatizado por aquella experiencia y, dicen, que nunca más, durante el resto e su vida, llegó a recuperarse de ella. En este sentido, literalmente, escribió a su alumno Pierre Wolf: “Durante dos semanas mi mente y mis manos han sido las de un poseso. Practico cuatro o cinco horas diarias… Si no me vuelvo loco, encontrarás a un verdadero artista en mí cuando volvamos a vernos… ¡Dios, cuánto sufrimiento, cuánta miseria, cuanta agonía en esas cuatro cuerdas!"

Liszt, se había quedado sin aliento, ante la magia de Paganini, pero eso le impulsó frenéticamente también, tanto en la composición, como en la interpretación, a convertirse en “el Paganini del piano”. Franz Liszt, se sumergió en los 24 Caprichos del violinista genovés, efectuando hasta cinco transcripciones para piano de los mismos y, además, una transcripción del Segundo movimiento del Concierto para Violín en Si Menor, “La Campanella”. El adjetivo más suave que los expertos y críticos musicales atribuyeron a los “Etudes d´exécution transcendente d´après Paganini”, fue el de “intocables”. De ello, puede dar una idea el comentario del musicólogo Mirtha Facundo, quien literalmente ha escrito: “La Campanella, se toca con un paso rápido y en él se practican los saltos de la mano derecha en intervalos más grandes de una octava. En ocasiones, se llega a extender la mano dos octavas completas en el tiempo de un dieciseisavo de nota, con tempo allegreto. La pieza puede ser estudiada para aumentar la destreza y la exactitud en saltos grandes en el teclado, así como para fortalecer los dedos más débiles de la mano. Los intervalos más grandes a los que se enfrenta la mano derecha son quinceavas (dos octavas) y dieciseisavas (dos octavas y una segunda). El pianista no tiene tiempo para mover la mano, está forzado a evitar tensión muscular. Las quinceavas son bastante comunes al principio de la obra, pero las dieciseisavas sólo aparecen dos veces.”

Desde luego, yo no entiendo ni media palabra de cuanto se escribe en el párrafo anterior. Pero, estimo, que no hace falta entender nada, en esos términos aritméticos, si, dinámicamente, se contempla el moviento de las manos del jovencísimo pianista ruso, Yevgeni Ígorevich Kissin (Moscú, 10 de Octubre de 1971), en las imágenes recogidas en el primero de los videos anteriores a esta entrada, y que pueden observarse en el modo ya indicado. Vean, ved todos, amigos, lo que hace con su mano derecha este pequeño “monstruito” que interpreta al piano “La Campanella”, tras la transcripción y transporte para piano, de Paganini, efectuada por Liszt. No hace falta, “entender”, sólo ver. En el segundo vídeo, puede observarse como el maestro violinista italiano Salvatore Accardo, toca el mismísimo violín de Paganini, un Guarnerius, si bien Accardo, sin duda no es Paganini, y la pianista que “acompaña”, ocupa un nítido segundo plano en el conjunto de la interpretación.

Bueno, pues, si mi amigo Carlos -¿y qué Carlos va a ser?- Carlos Tobes, anteriormente autodidacta prodigioso del teclado, aunque hoy ya alumno, semanalmente del magno instrumento, y musicalmente “alfabetizado” para leer partituras, si esto lees, querido Carlos, hazme un favor, que te reiteraré cuando nos veamos. Dile a Andreas Pitwicht -o como se escriba su endiablado apellido- que mi amiga Marga Fuentes, y sin duda también tuya y de Andreas, cuando la conozcais, siente un gran deseo de oír a su conjunto, el de este último verano. ¿Siguen ensayando en Las Navas, verdad?. Marga, quiere ver, cómo Andreas intercambia sus tres flautas de pico y su pequeño saxofón en décimas de segundo; cómo “se va por donde quiere”, y como su excelente batería, le sigue “como un sabueso”; y su guitarrista, y la niña que toca la viola de gamba… Pero dile también que si necesitan incorporar una voz, puede contar con una excelente Soprano ligera, mi ya buena amiga Marga Fuentes, que estudio piano y canto en su Montevideo natal, y ahora vive aquí, en Madrid, entre nosotros, porque también es española como nosotros. Os invito en su nombre, a ti y a Andreas, a visitar su Blog, un Blog musical, donde podréis encontrar alguna de sus interpretaciones. Tenéis el enlace en el mío, pero, por si acaso, os lo facilito también. Es este:
ppt://www.marga-fuentes.blogspot.com/
Un beso, Marga. Y un fuerte abrazo a Carlos y Andreas. Nos veremos. Luis Madrigal.-

2 comentarios:

Marga Fuentes dijo...

Hola Luis, termino de leerte y estoy avergonzada. No creo ser merecedora de tanto elogio, es demasiado. Te lo agradezco de corazón, pero estoy avergonzada.
Un abrazo,
Marga

Luis Madrigal Tascón dijo...

¡De ninguna manera, Marga! No tienes que avergonzarte de nada, absolutamente de nada. Puede que hayas perdido voz, o color, o como digais, o se diga, entre los entendidos, pero, para mi gusto, cantas muy bien. Lo acredita tu interpretación del "Ave María" de Schubert y la del otro tema, el de Paisiello. Y ya sabes que no lo digo yo sólamente. Un beso, Marga. Hasta que nos veamos. Luis.-