"Dicen que la distancia es el olvido...!" Eso dice -o decía- aquella canción, tan falsa, que yo solía escuchar, hace ya muchos años, cuando aún era un niño. Después, y hasta últimamente, he vuelto a escucharla alguna vez. Para una simple canción, más o menos insubstancial, como tantas de ellas, puede valer... Pero, es falsa, radicalmente, porque, en realidad -en profundidad- no es cierta tal afirmación, dígalo quien lo diga. La distancia, no es el olvido, sino acaso lo radicalmente contrario, el recuerdo más vivo y palpitante, permanente y real. Tanto más, cuanto mayor sea esa distancia, que casi siempre no puede ser otra cosa sino la cifra en kilómetros, o en millas naúticas (ya sea salvando los valles y los montes, o el inmenso mar) y hasta en pura longitud reducida al horizonte, entre dos puntos geodésicos de este pequeño planeta en el que vivimos, tan pequeño e insignificante, pese a la gran mentira que nos contaron, de ser el centro del universo, cuando ni tan siquiera figura ni se representa en el mapa astrofísico del Cosmos. Ninguna distancia, pues, puede generar el olvido e, insisto, cuanto más grande sea aquélla, más intenso y vital será el recuerdo. Lo será, sobre todo, por contradictorio que parezca, si no hay nada verdaderamente efectivo y real que olvidar y por ende mucho que recordar, porque se recuerda con mayor intensidad, con mayor vehemencia y pasión, aquello que pudo ser y no fue, pero que, mientras podría haber llegado a ser -cuando se encontraba "in fieri"- cobró tal ilusión, quizá hasta tal magia, que fue capaz, como le pasó a nuestro señor Don Quijote, de ver gigantes en simples molinos de viento.
Con el olvido -o si se quiere, en sentido contrario, con su sentimiento antípoda, el recuerdo- sucede algo similar a lo que ocurre con la soledad, otro de los grandes sentimientos humanos. No estamos solos cuando nos hallamos, como Robinson, en una isla, sin el menor contacto con otros seres humanos, sino cuando nos encontramos en una ciudad de millones de habitantes... rodeados de "otros solos". Y esto es más aún así, porque, de los cinco contenidos semánticos susceptibles de ser aplicados a la expresión "olvido", tan sólo dos de ellos juegan en la dimensión más vital: El de "dejar de tener en la memoria" lo que se tenía o debía tener y, esencialmente, según mi criterio personal, el de "dejar de tener en el afecto", en lo más hondo del alma, algo y, sobre todo, a alguien. Las restantes significaciones, bien la de "perder la memoria", o la de haber "transcurrido mucho tiempo desde que algo sucedió", carecen casi por completo de entidad. Tan sólo, cuando se puede olvidar en el afecto, cobra el olvido una dimensión similar y más dolorosa aún quizá que la de la propia muerte, porque olvidar, precisamente -o más aún- lo que no fue, equivale a morir para siempre. Por ello es siempre preferible el dolor, que es vida, al olvido, que no es sino la nada y la muerte. Luis Madrigal.-
Con el olvido -o si se quiere, en sentido contrario, con su sentimiento antípoda, el recuerdo- sucede algo similar a lo que ocurre con la soledad, otro de los grandes sentimientos humanos. No estamos solos cuando nos hallamos, como Robinson, en una isla, sin el menor contacto con otros seres humanos, sino cuando nos encontramos en una ciudad de millones de habitantes... rodeados de "otros solos". Y esto es más aún así, porque, de los cinco contenidos semánticos susceptibles de ser aplicados a la expresión "olvido", tan sólo dos de ellos juegan en la dimensión más vital: El de "dejar de tener en la memoria" lo que se tenía o debía tener y, esencialmente, según mi criterio personal, el de "dejar de tener en el afecto", en lo más hondo del alma, algo y, sobre todo, a alguien. Las restantes significaciones, bien la de "perder la memoria", o la de haber "transcurrido mucho tiempo desde que algo sucedió", carecen casi por completo de entidad. Tan sólo, cuando se puede olvidar en el afecto, cobra el olvido una dimensión similar y más dolorosa aún quizá que la de la propia muerte, porque olvidar, precisamente -o más aún- lo que no fue, equivale a morir para siempre. Por ello es siempre preferible el dolor, que es vida, al olvido, que no es sino la nada y la muerte. Luis Madrigal.-
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