A partir de mañana mismo, Domingo de Ramos, se inicia la Semana Santa. ¿Tendrán razón todas aquellas gentes que, de un modo u otro, conceptual o práctico, dedican íntegramente esta Semana al turismo, a tratar de calentarse en la playa, aunque haga frío o llueva y, muy en general a divertirse como sea, sin más connotaciones de signo transcendente alguno? ¿Tendremos que darles esa razón, acaso tomando como referencia los recientes o últimos acontecimientos en los que se ve implicada la Iglesia que fundó Jesuscristo? Para los cristianos, efectivamente, los misterios que vamos a celebrar, recordando la realidad histórica de los hechos, la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, son los más esenciales de nuestra Fe, después del de el Nacimiento de Jesús, lógicamente determinante de ellos. No puede haber otros, ontológica y antroplológicamente más esenciales que aquéllos y, muy en particular, el de su Gloriosa Resurreción, el más grande de todos ellos, aunque racionalmente incomprensible, porque ya lo dijo San Pablo. "Si Cristo no ha resucitado, inútil es nuestra fe...". Sólo esa Resurrección, podrá obrar la mía propia, y esta es ya mi única Esperanza, de ser. Porque, "yo", no sólo estoy, sino que sobre todo soy, y nada ni nadie de cuanto en esta vida concurre, puede bastarme, aun cuando no se acabase. Pero, además, se acabará algún día y, entonces, yo seguiré siendo, en otra dimensión, con un soporte corporal o no, pero viviré para siempre, sin que, por ello, pueda aceptar jamás que ya no seré más que el polvo que volverá al barro de la tierra. ¡No!. ¡Yo, viviré después de mi muerte...! Es más, vivieré en el mismo instante de mi muerte, porque Él me resucitará exactamente en ese mismo momento, aunque mi corporeidad pueda pudrirse bajo la tierra, o consumirse entre el fuego.
Pero, en estos momentos, en los que sin duda con todo fundamento, arrecian las críticas más duras y severas hacia la Iglesia Católica, a causa de los repugnantes crímenes cometidos por algunos de sus sacerdotes, e incluso se dice que también obispos, consistentes en abusos sexuales contra niños inocentes o jóvenes indefensos, ¿acaso no se imponen unos minutos de reflexión? La que yo pretendo y me propongo hacer, va dirigida únicamebnte a mí mismo y a nadie más. Por descontado, no soy tan iluso como para pretender incluir en ella a los tradicionales enemigos de la Iglesia, a los de siempre, y a los que ahora mismo, por lo ocurrido, pudieran situarse frentre a Ella, o apartarse de Ella mucho más aún de lo que ya están. No. Quiero dirigirme, por ello, sólamente a mí y, en todo caso, a quienes comparten la misma fe, o deseen acompañarme en mis pensamientos. ¿Podemos acaso celebrar, como si nada hubiese ocurrido, tan hondos Misterios, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, con la misma fuerza? Rotundamente, sí, podemos. ¡Claro que podemos! Y, si cabe, con mucha más convicción que nunca. Ninguno de los delictivos acontecimientos que ahora se descubren, o los que ahora mismo puedan estar sucediendo, podrán apartarme de mi Fe. Porque, nosotros -al menos yo- no hemos creído nunca en los sacerdotes, ni en los obispos, ni en el mismo Papa de Roma, sino simple y exclusivamente en Cristo Jesús, el Redentor del hombre. Y, por ello, podemos gritar a pleno pulmón que sólo Dios nos ha dado esa Fe. Y, aunque, no sólo los que han cometido tan execrables delitos, sino todos los sacerdotes y obispos del mundo, con el Papa a la cabeza, hubiesen hecho lo mismo, tengo la certeza moral de que yo me mantendría en mi Fe. Poca tendría -y no tengo demasiada- en caso contrario. Pero, me basta mirar hacia lo más hondo de mi mismo, con la mayor sinceridad ante mí, para no juzgar ni condenar a nadie. Yo, no tengo ninguna autoridad para poder hacerlo. Y conste también que -como decía aquel santo cuyo nombre ahora no recuerdo- sé muy bien lo que debería hacer mañana, pero no sé lo que haría. Sí sé, sin embargo, lo que he hecho hasta hoy y, avergonzándome de casi todo, sigo confiando permanentemente en la infinita Misericordia de Dios.
Por ello, hermanos en la Fe, hemos de vivir juntos, más que nunca, esta próxima Semana Santa, que ya mañana mismo comienza, como si esos pobres sacerdotes (pobres, porque ya tienen bastante con el peso de su propia conciencia), hubiesen sido un modelo intachable de perfección y santidad. Lo menos que podemos hacer, es rezar también de modo muy especial por ellos, como por tantos otros, sin duda la inmensa mayoría, que siempre y ahora también lo han sido y lo son, allá en el África, en la Patagonia argentina, en el altiplano, en los suburbios más miserables de las grandes ciudades, o de los pequeños pueblos, donde siempre un sacerdote, y cuando se acaben, cualquier cristiano que quiera serlo, llevará a los más pobres y humildes, el pan para los cuerpos frágiles y el dulce amor para las almas que sufren. Y eso es lo esencial, porque para eso vino Jesús a la tierra y para eso murió en una Cruz. Luis Madrigal.-
1 comentario:
Estimado Luis, que oportunas tus palabras en este momento tan controvertido para la iglesia. Jamás entenderé por qué el mundo ataca a la Iglesia y a la fe de los hombres para condenar el pecado. Todos aquellos que justifiquen su falta de fe aludiendo a las tropelías de los hombres que ocupan cargos en la iglesia sencillamente no la tienen. La iglesia está formada por hombres, hombres imperfectos llenos de pecados. ¿Qué mente simple lo duda? ¿Qué tiene que ver la fe de un hombre con los pecados de otro? Hemos de luchar por alcanzar la verdad, no al hombre, siempre débil y susceptible de caer.
Creo, y los errores de los hombres no hacen más que reafirmarme en mi lucha por conservar la fe.
Un saludo.
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