TEMORES DE LA ESPERANZA
He de volver a la dulce y feliz Arcadia,
tras el denso tumulto que oscurece el alma
y tensa los músculos y los nervios como hilos de acero...
¿Cómo estará el ciprés,
que crece cada año, lentamente,
pero apunta firme siempre al cielo?
¿Le habrá herido cruelmente el hielo,
cuando en la noche descargara su aliento?
¿Habrán roto sus brotes los rosales,
para que su aroma embriague al viento
y, junto a mil mariposas,
que batirán sus polícromas alas,
en calidoscópica filigrana y juegos de luz,
proyecten sus sinfonía cromática,
ahuyentando a las sombras?
¿Cuánto habrán rodado
las piedras del camino,
para que sus cortantes aristas
ya no hieran los pies,
sino los acaricien,
al descansar sobre ellas,
buscando anhelantes llegar al prado?
Allí, la fuente arrastra,
en torrentera sobre las rocas,
diminutas perlas que, como las lágrimas,
limpian el sudor y humedecen la brisa
que baja desde el Cerro.
¿Todo ello será allí
igual que lo fué siempre,
o tal vez, pasado un año más,
después de tantos,
también se haya agrietado y enmohecido
el propio tiempo,
el propio tiempo,
estremeciendo las vísceras de temblor
y colmando el corazón de ansiedad y congoja?
Luis Madrigal
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