ACTO I
(1936)
ESPAÑA, APARTA DE MI ESTE CALIZ
Niños del mundo,
si cae España -digo, es un decir-
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!
¡Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra maestra con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!
si cae España -digo, es un decir-
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!
¡Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra maestra con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
está con ella, padres procesales!
Si cae -digo, es un decir- si cae
España, de la tierra para abajo,
niños, ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!
Niños,
hijos de los guerreros, entre tanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que esta
con su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera hablando y habla y habla,
la calavera, aquélla de la trenza,
la calavera, aquélla de la vida!
España, de la tierra para abajo,
niños, ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!
Niños,
hijos de los guerreros, entre tanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que esta
con su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera hablando y habla y habla,
la calavera, aquélla de la trenza,
la calavera, aquélla de la vida!
¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aún
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae -digo, es un decir-
salid, niños del mundo; id a buscarla!...
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aún
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae -digo, es un decir-
salid, niños del mundo; id a buscarla!...
César Vallejo
(Santiago de Chuco, Perú, 16 de Marzo de 1892 - París, Francia,15 de Abril de 1939)
ACTO II
(2010)
SEÑOR: EN TUS MANOS ENCOMIENDO A ESPAÑA
El Jinete, asoma su pavoroso espectro
tras las rojas colinas, donde el sol poniente
tiñe de fuego su decadente viaje.
El horizonte, que fue ayer tan azul, estalla en ascua,
que abrasa y se retuerce convulsa.
Entre estertores, tiembla la Tierra.
Sus cimientos, se conmueven y agrietan.
Los ríos se desbordan, inundando el mar,
que alza su encrespado manto
hasta el techo de la Montaña inmensa.
Gime el viento, salvaje y arrasador,
y aniquila, a su paso, cuanto antes vivía.
Aquel árbol frondoso; aquella flor,
aquel dulce sonido que embelesa...
En la jungla, no queda ya en pie un muro
sin el estigma -sucio y harapiento- de la repulsiva pintada
y, entre su estúpida grafía de colores sin luz,
el más torpe instinto animal,
deja la zarpa de lo más abyecto.
¡Ha estallado la libertad sin calma y, en su nombre,
se enfangan las paredes!... Se incendian papeleras,
muere el lenguaje y se olvida la Memoria.
La más pura inmundicia, invade los sagrados ámbitos
del ser, de la luz, de la palabra, del amor...
Surgen a raudales, de la nada,
un millón de antropomórficos seres vacíos,
que se enriquecen y cobran nombre
a la sombra de otros de igual raza,
hechos también de sombra.
Nacen sin cuento, cada día, mil universidades
-Villaconejos, pronto tendrá también la suya-
mientras el Alma Mater -triste y sóla- agoniza
entre la asfixia, asaltada por la amorfa masa sin luz.
Los estudiantes, armados de bates, exigen a pedradas
la muerte de las reglas ortográficas,
del Latín, de la Historia, de la Filosofía de Grecia,
del Derecho de Roma.
Aquel cerebro opaco, de desviado sexo,
que es ahora el Sumo Sacerdote, oficia rebeliones
y enciende la liturgia de ciencias que no existen.
Aquella mujer zafia, desgreñada, verdulera,
que berreaba al pie de la pancarta,
ha sido nombrada ministro de algo. De cualquier cosa.
La horrible Caja, entre su hedionda peste,
difunde al día dos mil frentes, en la guerra del fútbol
y, un futbolista, escribe con falsilla
el libro más vendido. Acaso, el más leído. El único...
Ha muerto Montesquieu -hace ya tiempo-, asesinado
en algún callejón, por navajeros
de la política espúrea, vil, canalla.
Y no es el mal más grave...
También ha muerto Erasmo -de tristeza-
y para siempre han muerto, en el olvido
de su palabra exacta y clara como el día,
Heráclito y Parménides, los milesios,
Anaximandro, Tales y Pitágoras;
Protágoras y Sócrates, Platón,
Aristóteles -su virtud dianotéica-
su concepción del Hombre y... su Ética.
Epicuro, Agustín de Tagaste, el Sol de Aquino...
La fe y la razón. Y la Escolástica.
Guillermo de Ockham y su nominalismo,
Kepler y Galileo; Malebranche y René Descartes.
Y Spinoza, Bacon, Hobbes, Locke y Leinniz,
Jorge Bekerley, David Hume y Enmanuel Kant...
Husserl y Heidegger, Ortega y Unamuno.
El existencialismo.
Mounier y Maritain, y su vital personalismo edificante.
Y hasta Hegel, Feuerbach, Engels y Marx,
que predicaban ayer verdad tan falsa
para alentar sangrientas utopías, yacen ahora,
junto a las momias asesinas de la gran muralla.
Ni eso ya queda. El propio crimen, sucumbe a la barbarie.
Han muerto ya...
la Biblioteca, el Ateneo, el Foro, la Academia.
Diderot y D´Alembert. La Enciclopedia.
La Ilustración, el estructuralismo de Lévi-Strauss
y el análisis preciso del lenguaje, de Ludwig Wittgenstein.
Y Domat y Pothier, que vislumbraron
lo que alumbró de Roma Savigny
y que Tronchet, Bigot de Premeneu,
Portalais y Maleville después reunieran
en aquella filigrana de la Norma, para regir al Hombre.
¿Dónde, de su arte, estarán ya -eternas, redivivas-
las inmortales huellas?... Quizá también ya han muerto
el ars antiqva, el nova ars, el canto llano,
la Escuela de Notre Dame y el Codex Reina,
los Conciertos de Bach, el Requiem soberano
del Genio de Salzburgo... El dulce Schubert...
Las nueve sinfonías de Beethoven...
La Eneida, Las Bucólicas, La Arcadia;
los sonetos de Shakespeare y El Quijote;
Las Meninas, El Entierro en Orgaz, La Gioconda...
Quizá, la ley de Newton, Gay-Lussac, o Boyle-Mariotte,
que rigen la materia, alguien haya usado al revés...
en la burda chapuza, que hoy acecha.
Y aquella ecuación de Einstein, universal esencia todavía:
“Que E es igual a.m -que es la masa-
si al cuadrado de c -que es luz en el vacío-
por ella multiplica su energía”,
La gran verdad, halla también olvido. A la masa, sin luz,
no hay quien alumbre. El coeficiente, es cero en el espacio.
En el tiempo, el ser que fue, no es. Ya no es el Hombre.
Solo “está ahí”, como sombra que se mueve. Como cosa.
Solo el fango, la carne y un cuero,
que arranca puntapiés a ras de suelo,
alienta su dasein de cada día.
Cual puro semoviente, va y viene. Se hacina
junto a una barra estrecha, en una esquina
donde la bestia llana encuentra selva.
El horrible artefacto, colgado de un estante,
enciende luces, colores de Arco Iris
que, frenéticas, se expanden al instante
en la honda penumbra. El sol, camina ya hacia su ocaso.
En fértil pasto iluminado, de radiante esmeralda,
se reflejan abigarradas rayas, cuadros y colores
de todos los matices y frecuencias.
Rombos, roeles, franjas, perfiles de picardos
y barrocas las vueltas de unas medias.
A veces, algún viejo escapulario,
cuando no un corazón, con una flecha,
y hasta algún flan que, siempre dulce, atrae
el vuelo y el zumbido de una abeja.
Arlequin y Pierrot, sobre la hierba,
-ayer, mañana, hoy - librarán en el circo mil contiendas.
Lucen ahora los más vivos colores,
vestido y atavío hecho de seda,
para lucir el músculo que grita,
cuando el cerebro duerme su sopor de niebla.
Cambia la luz, el plano, la distancia,
para acercar precisa alguna coz,
un codazo, un chanchullo, una artimaña. Y una voz
disléxica -sin eco ni color- escupe gritos
e infecta el Diccionario. Su alarido,
inflexo, reiterante, sin sonido,
narra la historia, en histriónico concierto,
de estúpidas hazañas que, en el tiempo, vivieron una vez
para dar gloria a la Patria y exaltar a “la furia”, al corazón,
al pundonor de la raza...
Ruge al instante la masa, como si fuera un león.
No sabe que el corazón, la Patria, el tesón, la gloria,
no viven en esa historia,
sino en la de la razón.
Y así, el coprófago humanoide, nutre sus vísceras
de la excrecencia que halla al paso.
En la exaltación de su miseria,
vislumbra ya el Planeta de los Simios.
Perfuma y lustra, cada día, su pelambrera salvaje
con mil afeites y ungüentos. Tiende su mano y su mirada
hacia el enjambre de artificios y prodigiosos mecanismos
que le rodean y envuelven, sin alma y sin vida.
Pero, entre cables, “interfaces”, “chips”
y prodigiosas máquinas, que “piensan” y hablan,
se ha quedado idiotizado y mudo. Ya no es un hombre.
Tan sólo prevalecen los más puros y más bajos instintos
de su ser animal. Lo acepta. Toma el impulso y la energía
del austral ancestro que bajó de los árboles.
Golpea con fuerza los puños sobre su pecho,
percute y hurga en sus axilas con los pulgares
y regresa a grandes saltos...
Se olvida de Platón y se acomoda,
sin un rayo de luz, en la más sombría caverna.
Ha muerto el Hombre. El homo sapiens, se extinguió,
como un día se extinguieron también los dinosaurios.
El Hombre, ya no es. Ni Dios tampoco.
No puede ya ser Dios... si no es el Hombre.
Luis Madrigal
(León, España, 1936)
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