El canto jubiloso del profeta Sofonías, Sof. 3, 14-18ª (el Señor se alegrará en ti), anuncia la restauración de Jerusalén. El profeta ve a Jerusalén libre de su condenación.
La exhortación de San Pablo a los filipenses, Fil.4, 4-7 (Estad siempre alegres en el Señor; Él está cerca) nos permite continuar celebrando una liturgia alegre. El cristiano vive la alegría de un mundo nuevo. La certeza de la venida del Señor debe quitarnos toda inquietud.
San Lucas, Lc. 3.10 -18 (¿Qué hemos de hacer?) nos trasmite las normas de conducta que San Juan Bautista presentaba para recibir la inmensa alegría del perdón y las promesas mesiánicas. Para encontrarse con Jesús no hace falta huir del trabajo, ni de la vida diaria. La alegría cristiana consiste en compartir con el prójimo lo que hemos recibido de Dios. De Pie por favor, para escuchar la Buena Nueva, pero antes entonemos el Aleluya.
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