¡Cuánto necesitaba yo oír exactamente esto...! Lo que tantas veces, me he dicho desde mi pequeña cabeza, sin ciencia alguna, ni ecuaciones, ni cálculos geofísicos, ni matemáticos; sin contemplación sideral alguna, tras potentes telescopios; sin saber con exactitud qué es la vida, ni la célula, ni si surgió en el mar o fuera de él… Nada, sin saber yo nada -¿y qué puedo saber yo, una pobre substancia individual, tan pequeña, tan limitada e inestable en el tiempo, aunque, según se dice de naturaleza racional, acerca de tal insondable e infinito misterio? ¡El universo, el cosmos, la vida, el hombre… yo mismo, esta insignificante “substancia individual" a la que llamo “yo”! No sabía, no sé nada, pero sí sé una cosa, que bulle dentro de mí, con una poderosa fuerza de convicción: Todo esto que llamamos el cosmos geo-botánico, las galaxias, los sistemas solares, el planeta Tierra, con sus mares, sus montañas, sus salidas y puestas de sol, y todos y cada uno de sus maravillosos parajes, sus amaneceres y sus atardeceres... Todo ello, y cada cosa de entre todas ellas, incluidos cuantos seres vivos alberga, su sistema nervioso, la circulación de la sangre, la capacidad de pensar y recordar, de relacionarse y asociarse con otros seres… Todo, todo eso, no pudo surgir así porque sí, “por las buenas”, sin causa alguna, todo ello fruto de una mera casualidad. No, no pudo ser así. Yo también pensaba, y pienso, al igual que muchas gentes sencillas, buenas, pero incapaces, como yo, de encontrar a la existencia una explicación, una respuesta aceptablemente satisfactoria, que serene mi espíritu, afirme mi camino e incremente mi confianza, que todo ese mundo ha sido obra y fruto de un principio sin causa, e incluso de un principio sin principio y, que por tanto, no podrá tener fin. Y al fin, hoy mismo, lo oigo, lo he oído, porque alguien me lo dice con energía, con fuerza. Con fe. Me confirma en ella, como es propio de su ministerio. Ese alguien, es el Padre Santo de Roma, la cabeza visible del Dios en el que creo, aquí abajo en la tierra. Gracias, Santo Padre, gracias Benedicto, hermano mayor en esa misma fe, porque ahora ya no podré dudar tanto, entre la tibieza y el miedo, y podré ser firme en todos mis actos. Si el universo, el cosmos sideral, el hombre, este pobre hombre que sufre y zozobra tantas veces, este hombre que soy yo, no es una pura casualidad, es que el Buen Dios me ha creado para Él y, ni mi destino, ni mi vida, se acaban en la tierra con mi muerte, sino que ésta, aunque tenebrosa y aterradora, sólo es un paréntesis insignificante e inmensamente venturoso y feliz, porque, en virtud de ello, podré contemplar tu rostro, Señor, y con ello la Luz que ilumina para siempre en las tinieblas. Gracias, Señor. Gracias, Santo Padre. Luis Madrigal.-
Al presidir esta mañana la Misa por la Solemnidad de la Epifanía del Señor, el Papa Benedicto XVI señaló que "el universo no es el resultado de la casualidad, como algunos nos quieren hacer creer" y en él se puede ver a Dios y su "infinito amor por nosotros".
En la homilía de la Misa que celebró en la Basílica de San Pedro, el Santo Padre se refirió a las investigaciones que durante siglos muchos científicos como Kepler han tratado de hacer sobre la estrella de Belén. Sin embargo, dijo, sus descubrimientos o afirmaciones "no nos guían a lo que es esencial para comprender aquella estrella". Los Reyes Magos que quieren adorar al Niño Dios recién nacido, prosigue, "buscaban las pistas de Dios, buscaban leer su ‘firma’ en la creación, sabían que ‘los cielos narran la gloria de Dios’, estaban seguros de que Dios puede ser vislumbrado en lo creado".
"Como hombres sabios entendían que no es con un telescopio cualquiera, sino con los ojos profundos de la razón en búsqueda del sentido último de la realidad y con el deseo de Dios movido por la fe, que es posible encontrarlo, pues de hecho se hace posible que Dios se acerque a nosotros. El universo no es el resultado de la casualidad, como algunos nos quieren hacer creer". Contemplando el universo, dijo luego el Papa, "estamos invitados a leer algo profundo: la sabiduría del Creador, la inagotable fantasía de Dios, su infinito amor por nosotros. No deberíamos dejarnos limitar la mente por teorías que llegan siempre solo hasta cierto punto y que – si vemos bien – no están en concurrencia con la fe y no logran explicar el sentido último de la realidad".
Benedicto XVI señaló además que "en la belleza del mundo, en su misterio, en su grandeza y en su racionalidad no podemos no leer la racionalidad eterna, y no podemos hacer menos que dejarnos guiar por ella hasta el único Dios, creador del cielo y de la tierra".
"Si tenemos esta mirada, veremos que quien ha creado el mundo es quien ha nacido en una gruta en Belén y sigue viviendo en medio de nosotros en la Eucaristía, es el mismo Dios viviente, que nos interpela, nos ama y quiere conducirnos a la vida eterna".
1 comentario:
Pues fíjate, amigo Luis, que para mí nunca ha sido un problema creer en la ciencia y en el Padre a la vez. Así es la fe.
Un abrazo.
Publicar un comentario