LA TERNURA DE DIOS, PLURAL DE INTENSIDAD
Una de mis últimas entradas en este humilde Blog, acerca del dolor que produce en los humanos la muerte, y que a veces se presenta como “regalo” de Dios, como si la muerte fuese querida por Él, como si pudiera evitarla, haciéndola llegar tan sólo para torturar a sus hijos –casi como el puntillero cuando dobla el toro- sirvió, en mi opinión lamentablemente, para poner de relieve sin duda ligeras discrepancias con otras visiones o interpretaciones, por parte de alguno de mis propios hermanos en la Fe. Sigo, pensando, que Dios jamás hiere a sus hijos, sino, todo lo contrario, los acuna junto a su pecho, precisamente mucho más en esas horas tan amargas y desoladoras. Porque, todo es armoniosa y dulcemente compatible.
Los conceptos singular y plural pertenecen a la categoría del accidente gramatical de número y sirven para expresar si se trata de un solo sujeto o de más de uno, o bien de una sola o de más de una cosas. Eso, sucede en castellano, y desde luego, naturalmente, en la lengua madre y en todas las demás lenguas hermanas. Lamentablemente para mí, no he podido ser filólogo, ni gramático, como hubiese deseado, pero recuerdo muy bien, aun “a palos de ciego”, que cuando era estudiante de Bachillerato, en León, mi Profesora de Griego, Doña María Luisa Riera, además de enseñarnos la diferencia, en la flexión verbal, entre los verbos temáticos, en ώ, y los atemáticos, en μι, dada su afición a la filología hebrea, entre otras antiguas, nos explicó una vez la consistencia del plural de intensidad en las lenguas semíticas. Y aquello, se me quedó a mí muy grabado en la memoria. Este plural, en hebreo, más que un plural propiamente dicho, es un adverbio de cantidad, un plural mayestático, de dignidad, de excelencia. Es un plural de tal fuerza que sirve, o se utiliza, para subrayar enérgica y enfáticamente una idea transcendental y transcendente, generalmente la de la misma divinidad.
Sin duda por eso, el Antiguo Testamento, raíz del Nuevo, en el que aquél florece y alcanza la plenitud, está plagado de plurales de intensidad. La misma expresión “Elohim”, es un plural. Es la forma plural de “elóh” (dios) y no alude tanto a una pluralidad de dioses, como a Jehová, o Yahveh, en cuanto Creador de todas las cosas, Dios único y Señor del universo. Este mayestático, de poder infinito, de esencia de todo lo que es, este plural de “Elo-hím”, aparece 35 veces en el relato de la creación, y en cada uno de los casos el verbo que determina la acción está en singular (Ge, 1, 1-2, 4.). Y no solamente en el Génesis, también en los Salmos y el propio San Pablo en la Epístola a los Hebreos. Por otra parte, la palabra Fe, en hebreo, se dice Emunàh, y tiene la misma raíz de la palabra Amén, que implica certeza, afirmación dogmática. Otro tanto ocurre con las palabras Vida (Jaìm), Sangre (Damim) o Agua (Màyim).
No es de extrañar, pues, que las entrañas (rahamin), sea el plural de intensidad de rehem (seno materno), y signifique la ternura de la mujer hacia el fruto de su carne, de sus entrañas. Es decir, la ternura de Dios, que no sólo es padre (Sal 103, 13), sino también madre (Is 49, 14 y 66, 13). Ternura hacia los hombres, a quienes ha creado tan sólo por amor y, además, les ha hecho hijos. Esta ternura divina se muestra, tras la creación, en la liberación y en la salvación, y sobre todo, para ello, en el perdón. Se ha dicho de Yahveh, el Dios el Antiguo Testamento, que es un Dios lleno de cólera, de ira divina, pero se olvida que el primer título de Yahveh, es precisamente el de “Dios tierno y misericordioso”, expresión que puede encontrarse en infinidad de Textos veterotestamentarios. Y esa misma ternura divina se manifiesta en Jesús, que la hereda, la hace propia y la derrama en abundancia sobre nosotros. Es ese Jesús, compasivo ante las multitudes hambrientas; ante los ciegos y los leprosos; ante el hijo de la viuda de Naín; ante Lázaro, el amigo muerto, por el que llora, consolando a su hermana Marta... Por eso, San Pablo quiere apoderarse, apropiarse de ese sentimiento de Cristo (Flp 1, 8, 20) e invita a sus seguidores a “revestirse de las entrañas compasivas” de Dios y de su Hijo (Col 3, 12). Por eso, si no podemos ver más que una sóla huella sobre la arena, en los momentos más duros, es porque Él nos lleva en brazos. Por eso, el Señor, aun siéndolo no sólo de la vida sino también de la muerte, a nadie quiere torturar con ella, y según proclama ya la Teología más puntera, cuando alguien agoniza, rodeado de los que más le quieren, es el propio Cristo quien baja hasta el lecho de muerte, no sólo para llevarse consigo lo que es suyo, como son de la propiedad de un ganadero las reses marcadas con su hierro, sino para consolar a los que rodean la cama del moribundo y traerles la Paz y la Esperanza. Este es el único contenido de la visita del Señor, ante lo que ni Él mismo puede evitar, para que podamos entrar definitiva y eternamente en la Vida. Luis Madrigal.-
1 comentario:
Por razones que no vienen a cuento en este lugar, no he podido leer el relato de la muerte que comentas. Por lo mismo estoy en disposición de aceptar que cuando llega, cuando sentimos que se va a cercando y nos va a apartar de alguien muy amado, puede ser un regalo. Solo necesitamos mirar de otra manera y sentir profundamente.
Un abrazo Á.
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