lunes, 27 de junio de 2011

HE PERDIDO EL AUTOBÚS

No tengo coche, automovil, quiero decir. Nunca lo he tenido, ni siquiera lo he querido y mucho menos aún ambicionado. En su día, eso sí (cualquiera se queda "sin papeles" en España),  obtuve brillantemente el Permiso de Conducción, que así se llamaba, y no "permiso de conducir", como decía la gente. La gente, en realidad, somos todos. Todos somos "la gente" cuando nos miran los demás, pero cuando yo miro, "la gente" son otros, todos los que no son "yo". Mi primer Permiso de Conducción, era de los antiguos, de aquellos que creo recordar eran de color rosa y de un papel especial, que se doblaba en tríptico. Ya no me acuerdo bien, aunque sí me ronda la memoria que hasta adquirí una carterita especial, y de piel, para guardarlo con el mayor esmero. Pero lo que más me gustaba de él, era su primer enunciado: "Reino de España", decía, para indicar la organización política internacional cuya potestad me otorgaba aquella licencia "para matar". Porque así hubiese sido, lo más probable, de haber tratado yo macabramente de hacer uso de ella. Tal vez, el muerto hubiese sido yo mismo, contra cualquier árbol de cualquier carretera, o quizá víctima, inocente o culpable, de algún choque frontal. Pensé en su momento que yo podría responder siempre de mi propia prudencia, pero nunca de la prudencia de los demás. Ya dijo Sartre que "el Infierno son los otros", pensamiento que jamás he podido compartir, pero aún así tampoco me parecía que "los otros" dejasen de constituir un peligro objetivo. Tenía razón yo. Algunos años más tarde, los juristas construyeron el concepto de "responsabilidad objetiva", cuestión sobre la que me encantaría extenderme, pero que no viene a cuento para nada.

El caso es que, esta misma mañana, me dirigía yo, por la pequeña carretera junto al pinar, que comunica las Estación de Las Navas con "Ciudad Ducal", donde dicen que viven los ricos, a tomar el Autobús que lleva hasta Las Navas. Y tuve la suerte de encontrarme con George, un rumano buena persona, como la mayoría de ellos, que vino a trabajar en la Yeguada "El Chopo", de la que es propietario mi buen amigo Carlos Suárez, un asturiano de bien, como todos, y de Campomanes, de donde sólo son algunos. Carlos lleva criando caballos de pura raza española hace ya años, y George, el rumano, le ayuda en esta delicada tarea. George, está casado con Dana y tiene dos niñas angelicales, Georgiana y Daniela, rubitas las dos, sumamente dulces y muy inteligentes, a las que yo pido cada verano que me den un  beso y, a cambio de este tesoro, tan sólo suelo regalarles libros en español y algunas golosinas. Por eso quizá, esta mañana, cuando George ha supuesto que me dirigía a tomar el autobús, para subir al pueblo, ha detenido su coche y se ha ofrecido bondadosamente a llevarme él. En el trayecto, he podido descubrir y saber que, contra lo que suponía, en rumano, "Dana" no es el diminutivo de "Daniela", sino al contrario.


Al fin hemos llegado a Las Navas y allí he podido hacer yo algunas cosas, aunque no todas las que pretendía y, pese a ello, dadas mis malas costumbres y mi habitual desorden, esta vez he perdido el Autobús de las 12,10. Ya no estaba allí George para auxiliarme y el siguiente bajaba a las 14,10, exactamente. A esa ahora, hasta por estos pagos, de más de 1.300 metros de altitud hace mucho calor, y esperar dos horas sin hacer nada,  me obligó a buscar algún lugar en el que refugiarme. Lo encontré en una Cafetería, nueva y moderna, donde me acomodé en su amplia terraza, cubierta por un inmenso toldo de color naranja, de esos que imitan a las olas del mar, no por el color sino por la forma, y que se pliegan o despliegan mediante unos tirantes de cuerda que los atraviesan. La Cafetería tenía aire acondicionado, lógicamente en su interior y, sin duda, me hubiese encontrado mejor que bajo el toldo, pese a librarme éste de los infernales  rayos del sol. Sin embargo preferí sentarme fuera porque recordé en ese momento la necesidad de compartir el calor, el de fuera y el de dentro, entre aquellos que ahora sufren el frío y, al parecer, de una forma especialmente cruda, pocas veces padecido con tanta intensidad. Por eso me senté fuera, más al calor que al frío. Un poco de calor para ellos, me dije. ¡Ah... si pudiera enviárselo! Pero aun así, les servirá. Aun así podrán sentir un poco de calor. Eso me dije. Me senté bajo el toldo y pedí un vermut al camarero, que me lo sirvió en unión de un tarrito de barro lleno de lo que aquí llaman  "revolconas", o bien "pote navero", un arrastre histórico de los tiempos remotos en los que "el pote" se colgana de un gancho sobre las brasas del suelo, y era el alimento cotidiano y habitual. Meras patatas hechas puré, pero adobadas o aderezadas con torreznos y pimentón. La fórmula es secreta y se custodia con mayor celo que los archivos del Vaticano. Son suaves y deliciosas. Siempre me gustaron mucho. Mientras tomaba el vermut y saboreaba las "revolconas", me desentendí en la medida que pude de la conversación que, a viva voz, mantenían unos estudiantes, probablemente de Arquitectura, o Arquitecto ya alguno de ellos (¿cómo puede extrañar que hablen tal alto los albañiles?), que parecía ejercer el magisterio entre los demás: "Arena, más agua, más calor, igual  a..." No pude oír el nombre del producto, o del resultado, porque, en aquel preciso momento, pasó una motocicleta por los aledaños, con el consiguiente efecto pernicioso de todas estas diabólicas máquinas. ¡De todos modos, qué demonio me importan a mí las conversaciones ajenas...!. Si mal está hablar a gritos en un lugar público, y en cualquier otra parte, peor está escuchar, aun a la fuerza, las conversasciones de los demás. Generalmente, para eso son muy prácticos esos taponcitos para los oídos que a veces se utilizan para dormir, pero en esta ocasión no los llevaba conmigo. No obstante, gracias al ruido de la motocicleta, pude librarme de aquella tediosa conversación entre arquitectos, ninguno de los cuales parecía ser, no ya Miguel Ángel o Leonardo Da Vinci, sino tampoco Le Courboisier. Y al fin pude fijar la vista en la acera de enfrente. Mis sensaciones ópticas, no mejoraron respecto a las acústicas. Una pequeña tienda para regalos, "El Trébol", cerrada a cal y canto. ¡Dios mío!, pensé, no están los tiempos para regalos. Unos metros más arriba, otra tienda de subsistencia y de dramático título: "Grandes ideas a pequeños precios".  ¡Qué falso...! A precio pequeño, la calidad siempre es más pequeña, es decir mala, y no digamos cuando se trata nada menos que de "ideas". Posiblmente, se tratará también de pequeñas ideas, si no se trata de malas. ¿Qué se creerá "la gente" que son las ideas?


Como pasaba el tiempo sin que llegase la hora del Autobús, me pareció que un sólo vermut, comercialmente hablando, no era una "ratio" (como dicen los Ingenieros, en las Escuelas de Negocios) excesivamente favorable para el dueño de la Cafetería, ni la relación "cuenta a abonar/m2 silla-hora" bien poco podría favorecerle, pedí otro vermut y esta vez la "tapa" consistió en una salchicha blanca a la plancha, montada sobre una patata frita en un trozito de pan. Creo que esto es lo que se llama un "canapé". No sabía mal, pero prefiero mil veces las "revolconas". Pero, muy especialmente, cuando ya iba por la mitad del segundo vermut  -conste que este vino de invento italiano, como es sabido, no es muy fuerte, ni a mí me marea-  me acordé de los que en ese mismo momento estarían pasando frío y, como no pude contenerme, escribí un Soneto:



QUISIERA MITIGAR FRÍOS HERMANOS
 

Es verano, y quisiera fuese invierno
para tomar la nieve entre mis manos
e insuflarte el calor, que a los humanos
hace latir el corazón, si es tierno.

Un poco de calor, desde este infierno,
quisiera compartir con los hermanos
fríos, que azotarán los altozanos
en inclemencia dura. Frío eterno.

Y no puede el calor hasta tu pecho
llevar el mío, sin que el Mar lo enfríe,
ni puedo cobijar bajo tu techo

más ilusión que la que, a veces, ríe.
Mas dejando mi amor insatisfecho
en verano e invierno... Sine die.


Luis Madrigal


Las Navas del Marqués (Ávila), España, 27 de Junio de 2011

4 comentarios:

J.Lorente dijo...

El Destino te ha regalado 2 horas y el Vermú te ha inspirado... En Cualquier lugar y en cualquier momento existe un Soneto escondido esperando que lo descubras.

Al Próximo me invitas ;)

Pluma Roja dijo...

Que triste suena ese amor insatisfecho.

Un saludo cordial Luis.

Isabel Martínez Barquero dijo...

La verdad es que ha sido toda una suerte que perdieras el autobús. Si no hubiera sido así, no habríamos podido tomarnos el aperitivo contigo ni leer el precioso soneto.
Está visto que algunas pérdidas, a la larga son ganancias.
Un beso, Luis.

Luis Madrigal Tascón dijo...

Muchísimas gracias a todos. Sois todos muy amables, y lo agradezco, sinceramente. Por tanto estáis todos invitados a tomar el aperitivo y a componer Sonetos, o Décimas, o Liras, aquí en la Navas del Marqués, Provincia de Ávila, casi al lado de sus murallas, donde fue bautizada Teresa, en la misma pila bautismal de Tomás Luis de Vitoria. Eso sí, me gustaría mucho saber (perdonadme la indiscreción)si J.Lorente es un hombre, una mujer, o -a juzgar por la fotografía- ammbas cosas. Claro que esto último no puede ser, tratándose de gente normal y de bien. ¿Acaso sois un matrimonio tan bien avenido que utilizáis un único nombre?. Pura cotillería la mía. Un abrazo. Luis Madrigal.-