DESDE EL PATIO DE UN CEMENTERIO
A LOMOS DE OTRA CIPSELA
Sin duda he sido objeto por mi parte, sin pretenderlo ni siquiera pensarlo, de uno de esos extraños fenómenos, tal vez paranormales, que a veces experimentamos los humanos. Como si hubiese sido trasportada por el viento, a lomos de una cipsela, uno de esos globos de pelusa de alta capacidad adherente, sobre los que se sopla para pedir algún deseo, conocidos como “panaderos” o “dientes de león”, parece ser había llegado al patio de un Cementerio una bellísima carta. Era una carta escrita por alguien que no había dejado de amar nunca a quien allí se encontraba, entre los altos cipreses que suben y suben hasta el cielo. Me sorprendió su hermoso y al propio tiempo lacerante contenido; más aún, era sorprendente que esa carta, al vuelo, hubiera podido llegar hasta la hierba de mi jardín, al otro lado del Mar, pero sobre todo, lo que, a la vez de parecerme un prodigio, por un momento me sobrecogió fue el hecho de que también allí mismo, sobre otro “panadero”, se encontrase la carta de respuesta. ¡Claro!, pensé, ninguna carta debe quedar sin contestación y, quienes viven en los Cementerios, no solo están realmente vivos por permanecer en el recuerdo de quienes tanto los quisieron, sino vivos por sí mismos, porque, al fin, han encontrado para siempre la verdadera Vida. Eternamente. Y son gente muy educada. Nunca dejan sin contestar las cartas que reciben, y mucho más si ellos tanto amaron también a su vez a quienes se las envían, tan románticamente, a lomos de un “panadero”. Por eso, con la mayor humildad, yo me limité a soplar de nuevo sobre la cipsela que portaba la carta de respuesta, no sin antes haberla orientado cuidadosamente en la dirección adecuada. Estoy seguro de que a estas horas, ya habrá cruzado de nuevo el Mar. Su contendido, me pareció tan aleccionador que, aún a riesgo de cometer el delito de infidelidad en la custodia de un documento tan especialmente sensible, no puedo resistir el deseo de divulgarlo, para general conocimiento y esperanza, a través de este humilde Blog. Porque, esta era la esperanzadora contestación:
“Mi querida Niña: Casi debería decirte mi “Niñita”, porque apenas contabas dieciséis años cuando aquel día, tan doloroso para ti, los cipreses del Cementerio se doblaban ante la fuerza del viento. Ya sé que, desde entonces, no te gustan nada los cipreses, pero debes rectificar, cariño. Ellos “creen en Dios”, como nos dijo aquel novelista español que, a su vez, había visto morir a “un millón” de sus obstinados compatriotas, en una horrible Guerra cruel y fraticida. Ellos, creen en Dios, y yo también creí siempre, pero mucho más ahora que eternamente vivo con Él, en su dulce y serena compañía. Y ya para siempre sin más dolor, ni llanto, ni penalidad alguna. ¡Te equivocas, cariño, sí que he aprendido a escuchar el melodioso canto de los cipreses, cuando se cimbrean en las noches en que la luna ilumina lo que aparentemente ahora es mi morada! ¡Alégrate de ello, cariño mío y ríe feliz cada día, cuando sale el sol! Es verdad, no me gustaba mucho recibirlo de plano, en los meses en que mis manos se encontraban cargadas de espigas, y podía calcinarse la cosecha, pero ahora le he tomado simpatía porque, junto al tuyo, recibo todos los días su calor. Además, si tanto quieres estar junto a mí y conmigo -lo que creo con toda mi alma- no tienes más que hacer una sóla cosa: Búscame, cada día, cada minuto, en ese meridiano que ni tan siquiera cruza la tierra bendita, que yo trabajé con amor, y que tú y yo, y todos los nuestros, tanto amamos, sino que tan sólo pasa por el Cielo. Allí -es decir, Aquí- nos encontraremos siempre, y podremos decirnos todo lo que nos quisimos y lo que nos queremos. Para ello, solamente tienes que guardar silencio, cerrar los ojos, y abrir bien los oídos. ¡Verás cómo, si así lo haces, me escucharás con total nitidez… Vale la pena que lo hagas, niña mía, porque tengo que decirte muchas cosas que nadie puede contarte, ni aún el hombre más sabio de la tierra, porque él no sabe nada y yo lo sé ya todo.
Aparte de todo esto, te pido un gran favor. Ya nadie, ni tú misma, ni nada, puede entristecerme porque vivo en la inmensa alegría, pero, te lo ruego, no vuelvas a decirme que para ti, la esperanza es “un pozo seco”. ¡Por favor, cariño mío, eso no. No es así, no puede serlo. Yo mismo, soy tu Esperanza, sigo siéndolo, como cuando te tenía en mis brazos… ¿Recuerdas aquella antigua fotografía en sepia? Pues así es ahora también. Siempre te tengo en mis brazos y desde Aquí velo por ti, día y noche, y te cuido y protejo para que puedas ser libre de todo mal. ¡No, no estás sola, yo estoy contigo permanentemente!. Pero sí debo decirte también algunas cosas. La principal es que cuides de los nuestros, de tu Viejita, a la que tanto quise y quiero, y que tan guapa era y sigue siendo. El otro día he podido volver a verla, con un precioso sombrero de fantasía, sin duda fruto de tu portentosa imaginación, y en unión de ese angelito rubio, como tú, de nuestra nietecita, a la que también tanto quiero, porque muchas veces ella ha rezado por mí. Pero, por último también quiero pedirte otra cosa muy importante, para ti y para tu salud. ¡Hasta tengo que reñirte, por trabajar tantas horas… casi doce al día…! Eso, no puede ser, y tienes que prometerme que, en lo sucesivo, trabajarás menos. Te envío un abrazo de tu hermano, tan querido, que está Aquí conmigo, y que te sigue queriendo también tanto, mucho más, de lo que te quiso. Y un último ruego, cariño, quiere también un poco a la persona que, en su soledad, ha encontrado sobre la hierba de su jardín los “panaderos” en que viajaban nuestras cartas, que, por un extraño capricho o, más bien por expreso designio de la Providencia, allí se han cruzado.”
Hay una firma ilegible, que yo no puedo adivinar, pero sin duda es la propia de un hombre bueno. Por eso, yo mismo, tampoco he podido evitar emocionarme un poco. Y, como siempre que me emociono, cuando en cuestión tan sumamente transcendente veo comprobadas mis creencias y mi Esperanza, he escrito este Soneto:
EN EL CAMPO SANTO
Aquel árbol, junto a una Cruz cercana,
buscando lo alto sin cesar crecía.
Una rosa, asomada a la ventana,
con los rayos del sol, le sonreía.
¿Podrás llegar al cielo, le decía,
sin nubes y sin viento, una mañana?
El árbol, sin mirar, no respondía;
seguía subiendo, como el agua mana:
Soy un ciprés… ¡No estoy en esa fosa!
El Cielo es mi destino, allá en la altura,
clamó el árbol, al fin, al ver la losa.
¡Sólo allá arriba habita más frescura,
más color, el perfume de una Rosa
de pétalos de oro… y la Hermosura!
2 comentarios:
¿Lo dejas en mi blog, Luis?
Es lo mejor que me ha sucedido hoy, esta entrada tuya.
Gracias, infinitas.
Gracias por tu amistad, por saber leerme más allá del mar.
Alicia
Haz lo que quieras con ello, Ali. Es decir,hacé vos. Lo que mayor alegría te cause o más pena te quite. Un beso. Luis.-
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