EL SONETO,
DESDE EL MODERNISMO A NUESTROS DÍAS. ALGUNAS VARIANTES Y OTRAS ABERRACIONES
Luis
MADRIGAL
Como ya anticipé en otra entrada
anterior, el modernismo se inicia a finales del siglo XIX y, sea por influencia
directa o no de los parnasianos franceses, en la poesía castellana hay que
buscarlo en Rubén Darío. Rubén, utilizó en alguna ocasión la polimetría en el
soneto pero, que yo recuerde, jamás los versos de dieciséis sílabas, y menos
aún los trisílabos de único verso, o de verso de única palabra. Esto último, en mi opinión, forma parte de
las extravagancias y otras aberraciones, sin duda surgidas para enturbiar el
soneto, aunque también hayan incurrido en ello poetas considerados grandes. Sí
introdujo Rubén, en cambio, el verso
alejandrino y desde él lo siguieron algunos poetas, hasta llegar a
constituir una variación clásica del Soneto. Posiblemente, uno de los más
representativos de estos sonetos de Rubén Darío en alejandrinos es el incluido
en “Azul”,
el libro publicado en 1888, dedicado a "Caupolicán" el líder mapuche, un Toqui, o jefe
militar, que sucedió a Lautaro, según Alonso de Ercilla, y que Rubén rescata
del Canto XXXIV de La Araucana. Este es el soneto:
CAUPOLICÁN
Es algo formidable que vio la vieja raza:
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de
Sansón.
Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjerretar un toro, o estrangular un león.
Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
Le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
Y siempre el tronco de árbol a cuestas del
titán.
“¡El Toqui, el Toqui!”, clama la conmovida
casta.
Anduvo, anduvo, anduvo. La Aurora dijo:
“Basta”,
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.
Rubén
Darío
Los movimientos literarios, dentro de
la lírica, se olvidan del Soneto en los inicios del siglo XX, tras haber
experimentado el ultraísmo
de 1919, el creacionismo
de 1923 e incluso el surrealismo de 1928. Sin embargo, concretamente el día 17 de Diciembre de 1927 se reunía en el Ateneo de Sevilla,
un grupo de entonces jóvenes poetas, con motivo de la celebración del Tercer Centenario
de la Muerte de Luis de Góngora. El núcleo más numeroso de los mismos residían
en la misma Sevilla: Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo
Diego, Federico García Lorca y Rafael Alberti. Les acompañaron Juan Chavás y
José Bergamín, que habían viajado desde Madrid. Y también había en España por
entonces otros importantes poetas, como Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, Manuel
Altolaguirre y Luis Cernuda. Había nacido la llamada
generación del 27.
En realidad, este término, el de “generación”,
tanto en general como en lo que se refiere a ésta del 27, ha sido puesto en
discusión, dado que por generación literaria lo que verdaderamente hay que
entender es una cierta singularidad de coincidencia estilística, que no se da
en este grupo, sino quizá tan sólo una coincidencia cronológica, más incluso
que socio-histórica. Y aquello es indudable, puesto que entre el mayor en edad
de todos los indicados, que era Pedro Salinas (1891) y el más joven, Luis
Cernuda (1902), tan sólo mediaba una diferencia de once años. Desde luego, no existía entre los mismos una
motivación propiamente histórica, como sucedía con la generación del 98,
surgida a raíz de la pérdida de las colonias de América, ni tampoco concurría
un liderazgo claro e indiscutible. Pero sí compartían una motivación, si no
estrictamente estilística, sí con certeza nacida del propósito de buscar la
belleza, en su perfección técnica y en su pureza lírica. Y por este motivo, no
se reunieron por casualidad en torno al recuerdo de Góngora, que les impulsaba
a huir de la vulgaridad, para intentar la creación de un mundo poético
presidido por la precisión del concepto, unida a la belleza de la metáfora y de
la imagen. A esto (sin rechazar ni negar la precedente impronta de Juan Ramón
Jiménez), contribuyó en modo decisivo, según a mí me parece, la influencia y
arrastre de Federico García Lorca, que alcanza, también según mi criterio
personal, la máxima perfección en su técnica y el sumo de la belleza en sus
poemas. Especialmente en sus sonetos de amor
-los “Sonetos
del amor oscuro”- que
posteriormente no se han podido conocer hasta el año 1984, en que los publicó
el Diario ABC, de Madrid.
Lo que sí es cierto es que, con los
integrantes de este grupo, el Soneto vuelve a brillar de un modo esplendoroso y
a encabezar y presidir a todos los demás tipos de estrofa, como la de máxima
jerarquía. Esto es así hasta el punto de que
-y también esto que voy a decir es una opinión muy personal- el peor de todo este grupo de poetas, cuya verdadera
entidad poética, en general, nunca podré reconocer, y que yo creo es Rafael
Alberti, llegó a escribir el soneto que seguidamente reproduzco, de cierta belleza,
aunque desde luego, según me parece, al límite de sus escasas posibilidades y,
desde luego, en el que los cuartetos son serventesios y estructurando del modo
menos perfecto la rima de los tercetos. Este es el soneto de Alberti, en
alejandrinos, sin duda tratando de seguir la huella de Rubén Darío, más que de
Góngora:
A UN CAPITÁN DE NAVÍO
Sobre tu nave
-un plinto verde de algas marinas
de moluscos, de conchas, de esmeralda estelar
capitán de los vientos y de las golondrinas,
fuiste condecorado con un golpe de mar.
Por ti los litorales de frentes serpentinas
Desarrollan al paso de tu arado un cantar.
-Marinero, hombre libre
que las mares declinas,
dinos tus radiogramas
de tu estrella polar.
Buen marinero, hijo de
los llantos del norte
limón del mediodía, bandera de la corte
espumosa del agua,
cazador de sirenas;
todos los litorales
amarrados del mundo
pedimos que nos lleves
en el surco profundo
de tu nave a la mar,
rotas nuestras cadenas.
Rafael Alberti
Puede
observarse la rima de los tercetos, entre sí, conforme a la
estructura AAB
CCB. Y ya he
dicho en otra ocasión y en otro lugar que estos “grupos de tres versos”, aparte de no ser verdaderos tercetos, presentan
una rima tan distante y alejada (muy en
particular la que se nos ofrece en este soneto), que les hace perder la mayor
parte de su musicalidad. Si se vuelve a observar aquél, igual sucede en el
soneto en alejandrinos de Rubén Darío, anteriormente indicado, pero, al recitar
uno y otro, se percibirá también, al oído, que la diferencia es
esencial. En cualquier caso, sobre esto, no tengo más que añadir, respetando
mucho a quien le guste esta estructura de rima.
Han sido
muchos, y lo son aún, durante todo el siglo XX, aunque no sé si en la
actualidad, los sonetos de corte y sabor clásico que se han elaborado y que
revisten asimismo singular belleza cuando obedecen a ese patrón. También me
parece cierto que, además del soneto en alejandrinos, que puede considerarse
clásico desde Rubén Darío, lo es asimismo el llamado “sonetillo”, que es un soneto no en endecasílabos sino en versos de
Arte menor, generalmente octosílabos, aunque también se hayan
escrito en inferior número de sílabas. Pero, esto último, en unión de otras
posibles “especialidades” que seguidamente indicaré, a mí personalmente me
causa la impresión de no ser otra cosa sino afán de singularidad, aun a costa
o trance de mancillar la hermosura del Soneto. Se había obtenido una flor tan
bella y delicada, que, como tantas veces sucede, con otras tantas cosas que
rozan la perfección, había que estropearla, o tratar en ocasiones hasta de
ridiculizarla. Porque eso es lo que a mí me parecen tales “variaciones”, que no se podrá decir en este caso “sobre el mismo tema”, sino sobre otro
tema radicalmente antípoda, el de la más patente mediocridad y ordinariez. Y
eso que, alguna de ellas, justo es decirlo, han sido elaboradas por verdaderos
grandes poetas, y no me referiré ya, o solamente, a Don Miguel de Cervantes
que, en su humildad, clamaba resignadamente: “Yo que me afano y me desvelo, por parecer que
tengo de poeta, la gracia que no quiso darme el Cielo…” A pesar de
ello, lo era. Sin duda no fue un genial poeta, sino un genial novelista, cuya
prosa de oro, encierra tantos tesoros filosófico-morales. Sin embargo, aun
siendo también un poeta más que aceptable, Cervantes colaboró asimismo, muy
ligera y levemente, es cierto, a una pequeña “profanación” del soneto, la del estrambote, no exclusivo del soneto, desde luego, pero
sí añadido a aquél tan famoso. Nunca he podido comprender cómo Don Miguel pudo
hacer semejante cosa, porque el soneto con estrambote persigue casi siempre una
finalidad jocosa, humorística. En este sentido, hay que considerar que la misma
palabra deriva del adjetivo estrambótico, al que el Diccionario RAE atribuye
la significación de “extravagante, irregular y sin orden”. Y si, según
el principio general, “lo secundario
sigue a lo principal”, no es coherente ni propio que a un soneto, que es la
forma poética más perfecta y bella para la expresión de los sentimientos más
profundos, pero no para los cómicos, se le añada nada que pretenda serlo. Este es el
conocido soneto de Miguel de Cervantes:
“AL TÚMULO ELEVADO EN
LA CATEDRAL DE SEVILLA CON OCASIÓN DE LAS HONRAS FÚNEBRES DE FELIPE II” (Este es el título exacto y literal):
Vive Dios que me
espanta esta grandeza
y que diera un millón
por describilla,
porque ¿a quién no
suspende y maravilla
esta máquina insigne,
esta riqueza?
Por Jesucristo vivo,
cada pieza
vale más de un millón y
que es mancilla
que esto no dure un
siglo, ¡oh gran Sevilla,
Roma triunfante en
ánimo y nobleza!
Apostaré que el ánima
del muerto
la gloria donde vive
eternamente,
por gozar de este
sitio, hoy ha dejado.
Esto oyó un valentón y
dijo: Es cierto
cuanto dice voacé, seor
soldado
y quien dijera lo
contrario miente.
Y luego incontinente
caló el chapeo, requirió la espada,
Miró al soslayo, fuése y no hubo nada.
Ciertamente,
no sólo el estrambote, sino que, para encerrar su contenido, eligiese Cervantes
una estrofa como el Soneto, son dos cosas que no he podido comprender nunca. Es
generalmente sabido que Cervantes no tenía precisamente nada que agradecer a
Felipe II, sino acaso todo lo contrario y que hubo de desplazarse hasta Lisboa
para mendigar su favor, que aun así le fue rechazado. Bien, puede entenderse el
contenido, pero resulta inexplicable el continente. Aunque, pensándolo mejor, a
la vista de éste, el estrambote puede cobrar verdadero sentido, máxime
considerando que los versos que lo componen son polimétricos, dado que a los
dos últimos endecasílabos los precede un heptasílabo. Cosas de Don Miguel.
Nadie -ni él- puede ser perfecto.
El propio
Cervantes tiene más gracia -aunque, en
cuanto a lo que concierne, pueda seguirse pensando lo mismo- cuando, además de añadir estrambotes a
sonetos con resentimiento, compone otro tipo de soneto, que se ha llamado “dialogado”.
Si se leyera más El Quijote -o por lo
menos alguna vez- en alguna edición
cuidada, no desde el punto de vista de su encuadernación, en lomo de piel con
rotulaciones en oro e ilustraciones de Doré u otro artista, sino de cuantos
textos lo acompañan, en preámbulos, notas o anotaciones a pie de página, podría
saberse que este soneto que voy a reproducir seguidamente, no es ningún producto
de “Wikipedia”, sino que es el cuarto
y último de los Sonetos que el propio Cervantes acompaña al Prólogo asimismo
escrito por el propio Don Miguel, a fin de presentar su magna novela, tras la
dedicatoria al Duque de Béjar. Este es el soneto dialogado
de Cervantes. Es muy ingenioso, pero tampoco el Soneto es para estas cosas, por
mucho que lo haya escrito Cervantes:
DIÁLOGO ENTRE BABIECA Y
ROCINANTE
Babieca: ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
Rocinante: Porque nunca se come
y se trabaja.
Babieca: ¿Pues qué es de la cebada y de la paja?
Rocinante: No me deja mi amo ni
un bocado.
Babieca: Andá, señor, que estáis muy mal criado,
pues vuestra lengua de
asno al amo ultraja.
Rocinante: Asno se es de la
cuna a la mortaja.
¿Queréoslo ver? Miraldo
enamorado.
B: ¿Es necedad amar? [R.] No es gran
prudencia.
B: Metafísico estáis. [R.] Es que no como.
B: Quejaos del escudero. [R.] No es bastante.
¿Cómo me he de quedar
en mi dolencia,
si el amo y escudero o
mayordomo,
son tan rocines como
Rocinante.
Miguel de Cervantes
Como ya
he dicho, muy gracioso. Hará reir mucho a tanto rocín, aunque no se llame “Rocinante”, como anda por ahí suelto.
Por la calle, o participando en los concursos de la TV.
Lamentablemente,
a mi juicio, no termina todo aquí. Aún existen mayores despropósitos. Entre los
menos graves, uno de ellos es el del llamado soneto con eco, variante utilizada
nada menos de por Lope de Vega y por Quevedo. Y bien es verdad que tampoco se
trata de una concesión a tan ilustres nombres, sino que, en sí misma, tal
modalidad hasta podría considerarse digna de consideración. Al menos podría
serlo este soneto “con eco”, de
Francisco de Quevedo, al Amor:
Es el amor, según
abrasa, brasa;
es nieve a veces puro
hielo, hielo;
es a quien yo pedir
consuelo suelo,
y saco poco de su
escasa casa.
Es un ardor que a quien
traspasa, pasa,
y como a veces yo
paselo, selo;
es pleito do no hay de
apelo pelo [1]
Es el demonio que le
amasa, masa.
Tirano a quien el cielo
inspira ira;
un ardor que si no se
mata, mata;
gozo, primero que
cumplido, ido;
Flechero al que se
retira, tira;
cadena fuerte que aun
de plata, ata
y mal que a muchos ha
tejido nido.
Francisco de Quevedo
Bueno,
éste puede tolerarse. Si todos fuesen así… Pero, aun así. Lo que ya no tiene
perdón es lo del soneto
polimétrico. Es imperdonable porque si todos los versos
no son endecasílabos, ya no puede ser un soneto, por propia definición.
¡Hay que ver, qué manía…!. Uno de los maniáticos, inexplicablemente célebres,
por esto y por todo lo demás, es el mediocre poeta Don Manuel Machado, hermano
de su hermano Antonio. Sí, porque a un genio también le puede tocar un hermano
mediocre del mismo oficio, para su desgracia.
Este, Don Manuel Machado, al que también haré referencia más adelante por
distinto motivo, es un hijo del modernismo más espurio y superficial y, entre
otras cosas, no se le ocurrió otra sino componer este esperpento de ¿soneto?
No, de ninguna manera, no puede serlo. Será “otra cosa”, pero un soneto no
puede ser. Lean ustedes:
MADRIGAL DE MADRIGALES
¿Qué nuevo nombre a ti,
creadora de poetas,
esencia de la juventud,
si todas las magníficas
y todas las discretas
cosas se han dicho y
hecho en tu virtud?
¡Qué madrigal a ti,
compendio de hermosuras,
luz de la vida, si
mis pequeños poemas y
mis grandes locuras
han sido siempre para
ti?...
En la hora exaltada
de estos nuevos loores,
toda la gaya gesta de
tu poeta es…
tirar de la lazada
que ata el ramo de
flores
y que las flores caigan
a tus pies.
Manuel Machado
El
mismo -¿poeta?- se permitió la chirigotada, disfradazada de
habilidad versificadora de componer este “soneto”, de versos trisílabos y de
único verso, o de versos constituidos por una sóla palabra:
VERANO
Frutales
cargados.
Dorados
trigales…
Cristales
ahumados.
Quemados
jarales…
Umbría
sequía,
solano…
Paleta
completa:
verano.
Manuel Machado
¡Qué
barbaridad! Y habrá no obstante quien lo considere una obra de arte, cuando no
es más que humo, o campana que suena a hueco. Ahora se explica el porqué de
aquella contestación que dio Jorge Luis Borges a la pregunta formulada por un
periodista: ¿Qué le parece a usted,
Antonio Machado?, preguntó el periodista. “¡Ah… no sabía que Manuel tuviese un hermano”, respondió aquella
víbora con cataratas -y que me perdonen
los hermanos argentinos- más que supuestamente lleno de envidia. ¡Oiga usted,
el que, por desgracia para él, tenía un hermano era Antonio, no Manuel! Si no
fuese cruel, yo diría que usted no veía bien. Ni veía bien por fuera, y mucho
menos aún por dentro, ni mucho menos aún podía ver su propia historia. Porque, usted, Sr. Borges -y perdónenme que me dirija a un
difunto- tuvo también la impertinencia y
escaso talento poético de cultivar, además haciéndolo mal, el llamado “soneto inglés”, cuando los que llegaron
por aquel Río a “hacerle -a usted- la Patria”, no fueron los ingleses, sino
otros que serían lo que fueran pero no eran ingleses. Estos últimos, fueron los
que años más tarde, mandaron sus buques de guerra a las Islas Malvinas, que
ellos llaman “Falkland Islands”, para seguir usurpando lo que no es suyo.
¿Cómo se le ocurrió a usted, escribir aquel “soneto”
inglés? Y, sobre todo, ¿por qué lo hizo tan mal? Me refiero al llamado soneto
del vino. Que lo sepa todo el mundo, también los argentinos. Esta birria es
aquel “soneto inglés”, en alejandrinos:
SONETO DEL VINO
¿En qué reino, en qué
siglo, bajo qué silenciosa
conjunción de los
astros, en qué secreto día
que el mármol no ha
salvado, surgió la valerosa
y singular idea de
inventar la alegría? [serventesio]
Con otoños de oro la
inventaron. El vino
fluye rojo a lo largo
de las generaciones
como el río del tiempo
y en el arduo camino
nos prodiga su música,
su fuego y sus leones. [serventesio]
En la noche del júbilo o
en la jornada adversa
exalta la alegría o
mitiga el espanto
y el ditirambo nuevo
que este día le canto
otrora lo cantaron el
árabe y el persa. [cuarteto]
Vino, enséñame el arte
de ver mi propia historia
Como si ésta ya fuera
ceniza en la memoria.
[pareado]
Jorge Luis Borges
¿Cómo que
“soneto inglés”? ¡Ni tan siquiera eso! Este pretendido soneto sería en todo
caso “borgiano”, pero tampoco inglés,
porque presenta una alteración substancial. El soneto inglés, consta de tres serventesios y un pareado final,
pero este de Borges, en la tercera estrofa, contiene no un
serventesio sino un cuarteto, con lo cual ni es inglés ni es nada. Más o
menos lo mismo que era y fue su difunto y celebrado autor. Por algo no sabía
que Manuel Machado tenía un hermano y que éste se llamaba Antonio. ¿Cómo
hubiese podido saberlo, escribiendo semejantes sonetos, aunque fuesen
“ingleses”?
Y todavía
hay algo que a mí me parece peor. Es el llamado soneto doblado, o doble.
Este otro monstruo presenta la particularidad de que, en los cuartetos, se
añade un verso heptasílabo tras cada verso impar, y otro verso, también
heptasílabo, en los tercetos, tras el verso segundo de cada uno de ellos. Este
amasijo, insonoro, heteróclito, monocorde y monocolor, en
lugar de catorce versos, contiene veinte: Catorce endecasílabos y seis heptasílabos.
Expresamente, deseo liberar a los posibles lectores de cualquier posible
ejemplar de esta figura. Ignoro si esto podrá ser complicado de componer, pero sí me parece
muy artificioso, una vez compuesto.
Sin
embargo, no quisiera concluir esta última entrada sobre el Soneto, sin hacer
dos cosas bien concretas. La primera, es la de aligerar de tanto peso crítico a
Manuel Machado que, sin ser un gran poeta y a pesar de sus ejercicios
“cabalísticos”, en aras del modernismo o de la singularidad de llamar la
atención, no era en el fondo tan mal poeta. Algo se le había pegado de su
hermano Antonio, al que por cierto siempre estuvo muy unido hasta que la guerra civil los separó. Por ello, también deseo ofrecer el soneto, en alejandrinos (él
era un modernista) que tuvo la gentileza de dedicar a la Reina de España, Doña
Victoria Eugenia de Battenberg, con ocasión de su matrimonio con el Rey Don
Alfonso XIII de Borbón. Este es aquel soneto:
A S.M. LA REINA DOÑA
VICTORIA
Bienvenida a la tierra
del sol y de la luna,
la que tiene la noche y
el día por tesoros,
y da al día sus fiestas
espléndidas de toros,
y en la noche los sones
de su guzla moruna.
Dulce rosa del Norte
diosa, el calor de España
es amor, es amor de tu
española gente,
amor te brinda el rey
más joven y valiente,
y es todo amor el
cálido ambiente que hoy te baña.
España es tu palacio,
nuestros campos tu alfombra.
Todos te brindan hoy
loor, flores y sombra
los árboles del sur,
naranjo y limonero.
Los vates de la Corte
un palio de poesía…
yo, poeta gitano del
claro Mediodía,
tiendo a tus regias
plantas mi capa de torero.
Manuel Machado
La
segunda cosa que vivamente deseo hacer, es ofrecer también el que a mí me
parece es el más sublime y bello soneto de todos los tiempos. Naturalmente,
como no podía ser menos, es un soneto de amor. Pero de un Amor que ha de
escribirse con mayúscula, y que deben tener en su manual de canto todos los
Coros de ángeles. Tan sólo San Juan de la Cruz
-y a mí me parece que tampoco- ha
podido superar un poema sacro de tan intensa humanidad y belleza, escrito por
el poeta quizá más descarriado y al mismo tiempo humildemente arrepentido de su
desvarío, cuando, pese a ser ya sacerdote, convivía maritalmente con Doña Marta
de Nevares:
TEMORES EN EL FAVOR
Cuando en mis manos, Rey eterno, os miro
y la cándida víctima levanto,
de mi atrevida indignidad me espanto,
y la piedad de vuestro pecho admiro.
Tal vez el alma con temor retiro,
tal vez la doy al amoroso llanto;
que arrepentido de ofenderos tanto,
con ansias temo y con dolor suspiro.
Volved los ojos a mirarme humanos
que por las sendas de mi amor
siniestras,
me despeñaron pensamientos vanos.
No sean tantas las miserias nuestras
que a quien os tuvo en sus indignas
manos
vos le dejéis de las divinas vuestras.
Félix Lope de Vega y Carpio
***
3 comentarios:
Lo dicho...un trabajo perfecto, un resumen en el que no falta de nada para quien ame el soneto o quiera informarse de todo sobre él.
Un buen trabalo, le felicito. Mi cordial saludo
Muchas gracias, Francis, eres muy amable. Sé muy bien que tú valoras mucho todo esto y, en consecuencia, eres siempre fiel a ello. Gracias a ti por serlo. Disculpa que últimamente no haya visitado tu Blog, ni tampoco el de María Bote, por imposibilidad de hacerlo. Saluda a María de mi parte. Un abrazo. Luis Madrigal.-
Más que trabajo perfecto diría yo Tesis Doctoral, mi ínclito, dilecto y docto amigo.
Te hubiese dado cum laude si no hubieses mezclado a Alberti entre tantos grandiosos poetas. Afea el trabajo.
Si te acuerdas (tampoco merece la pena que le dedique ni un minuto) pones lo que este elemento (imbécil) escribió gloriando la gesta que tuvo Junita Rico cuando se "meó" sobre el moribundo muchacho falangista que habían matado sus amigos, a golpes, en medio de la calle en Madrid.
Un abrazo
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