domingo, 13 de julio de 2014

¿QUIÉN GANARÁ?














QUERER, SABER Y PODER

En estos últimos días, ya inminentes al próximo partido final de la Copa del Mundo de Fútbol, que se juega hoy mismo, han podido escuchare a través de la Radio, verdaderas necedades, propias de quienes las dicen, que son los de siempre. Y, también como siempre, confunden el tornillo martín con la rueda catalina, la velocidad con el tocino y… ya no voy a decir más, porque se pueden citar ejemplos indecorosos de confusión. El hecho es que confunden, se confunden y andan confundidos entre sí y entre contradicción y contradicción. Confunden lo que va a pasar con lo que desean que pase, e incluso con los méritos efectuados con anterioridad por uno u otro de los contendientes. ¿Quién  -cual de los dos equipos-  ganará tan crucial partido? Esta primera cuestión, a lo sumo, puede aventurarse, suponerse, pero, por fundada pueda ser la suposición, no puede saberse, por la sencilla razón de que el hecho sobre el que se interroga, pertenece al futuro, a lo que aún no ha sucedido. Es un hecho incierto, y lo incierto es esencialmente aquello que no solamente no es verdadero  -por lo que puede ser falso, que es la posición lógica radicalmente contraria-  sino que, además, por la misma razón, es inconstante; cabe albergar dentro de sí algún u otro cierto movimiento, por cuyo motivo tampoco puede ser seguro ni fijo. La piedra siempre sería la piedra, de no existir el movimiento. Por todo ello, lo que puede pasar  -y todo lo que puede pasar, a veces, pasa- es absoluta y radicalmente desconocido, imposible de ser sabido y absolutamente ignorado. Y tal raciocinio, puede ser aplicado, en su integridad, al resultado de cualquier partido de fútbol  -lo jueguen quiénes lo jueguen- incluido por tanto el de la final de la Copa del Mundo, que hoy Domingo, día 13 de Julio, disputarán los equipos nacionales de Alemania y Argentina.

Nadie, absolutamente nadie, puede saber quién ganará, proclamándose, en su caso, respectivamente, Campeón del Mundo, por cuarta vez Alemania; por tercera, Argentina. El que lo afirma con la mayor seriedad, y hasta con todos los argumentos lógicos posibles y aun aceptables, es un perfecto imbécil, porque, aunque acierte, jamás podrá demostrar la menor relación de causalidad entre lo que predijo y lo que sucedió, dentro de un orden estrictamente lógico.

Tampoco es posible, sino analógicamente casi lo mismo, saber quien va a ganar por razón de cómo ha jugado anteriormente los partidos en que ha participado, ni por razón de los resultados que ha obtenido en tales encuentros. Y la razón es también casi idéntica a la ya argüida. También el juego que, uno y otro equipos, desarrollarán, el modo en el que jugarán y, en general, todo lo que aún no ha sucedido, pertenece por la misma razón al futuro, y no al pasado, que nunca existe, y con ello a todo lo que de  aquél resulta predicable.

Lo único, rigurosamente lo único, que sí se puede saber  -lo sabrá cada cual-  es cuál de los dos equipos se desea que gane. Eso sí. Aunque, también en cuanto a esto, a la voluntad personal, al deseo de que venza uno u otro equipo, caben oscilaciones, tibiezas, dudas, en suma, indiferencia. Sin duda, a muchas personas les dará lo mismo que alcance la victoria cualquiera de los dos equipos. Esto es todo lo que se puede saber. Nada más.

Creo estar seguro de que fue aquel gran jugador de fútbol, y gran entrenador, Ladislao Kubala, quien dijo que para vencer, en estas pugnas futbolísticas, resultaban esenciales tres elementos: Querer, porque sin tal deseo, más bien firme que leve, nunca se puede ganar, ni conseguir nada; Saber, porque, quien no sabe, ya sea jugar bien al fútbol ya a cualquier otra cosa, es evidente, no puede practicarla con éxito alguno. Y, por último, poder, que sin duda encierra el factor más complicado, y por tanto más dudoso y en consecuencia dubitativo. No todos los días son iguales, en infinidad de detalles y factores susceptibles de resultar concurrentes e influyentes en el poder y, por lo tanto, no siempre se puede. Hay días que no se puede “poder”, sirva la redundancia, pese a querer hasta el fondo del alma y saber mucho más que el adversario. Suele decirse con cierta habitualidad: “No tuvo hoy su día”. Por eso ni aquel gran hombre -internacional sucesivamente con tres naciones, Checoslovaquia, Hungría y España-  puede sacarnos de esta incertidumbre.

Al respecto, recuerdo muy bien, y soy mucho más proclive a la aplicación de su contenido semántico, aquellos tres verbos de mis primeros días de latinista: Volo, querer; Nolo, no querer, y Malo, preferir. Estoy persuadido de que con tales contenidos es con lo único que podemos jugar nosotros, los que no jugamos en el campo, o en la cancha, como dicen los argentinos. Los que tan sólo lo vemos, presenciamos el juego y los acontecimientos e incidencias varios que en él pueden concurrir y llevar o arrastrar a un resultado determinado. Frente a la incógnita, tan sólo cabe eso: Volo, nolo o malo. Querer exclusivamente que gane uno de los dos equipos contendientes; no querer que gane ni uno ni otro o, bien, por útimo, preferir la victoria de alguno de ellos. Todas las posiciones parecen lo mismo, y debieran por ello ser reducidas a una única. Sin embargo, tampoco es así, sino mucho más complicado. He oído decir por la Radio, a alguno de esos bocazas que la utilizan para hablar de fútbol, que él quiere que gane el que mejor ha jugado al fútbol hasta ahora en este Torneo mundial, y que ese equipo es el de Alemania. Este criterio, es muy razonable y respetable. Pero tales personas, no son capaces de transcender la barrera del sentimiento “por razón del gusto”, podríamos decir, o de la más depurada técnica, o de la estrategia empleada, o de la fuerza y el empuje, etc., etc., para penetrar en el ámbito emocional de otros factores sin duda mucho más sentimentalmente hondos. El Fútbol sólo es el fútbol, en cualquier caso, desde luego, y no cabe atribuirle la esencia de ninguna categoría aristotélica, pero al mismo tiempo no se puede negar que -en sí mismo-   propiciar puntapiés a una pelota puede hacerse con cierta belleza y elegancia. Sin embargo, con total seguridad, bien puede decire también que tal destreza representa sin duda un mérito, de valor infinitamente menos atractivo y hondo, en orden a los sentimientos que suscitan otras ideas y factores sin duda categóricamente mucho más concluyentes.

Debo confesar por mi parte encontrarme atrapado en un laberinto, considerando todos los factores. Soy europeo porque soy español, y aunque no entiendo demasiado de fútbol, debo admitir que por lo visto hasta ahora, Alemania ha jugado mucho mejor que los demás equipos nacionales participantes y ha obtenido resultados excelentes, alguno de ellos espectacular. También dicen los entendidos que el equipo alemán ha adoptado y empleado el mismo estilo de juego que estos últimos años fue capaz de utilizar el equipo de España, y ello me alegra notablemente. Posiblemente, si gana Alemania, no me sentiré demasiado mal. Ya dije el otro día que, recíprocamente, los alemanes fueron españoles y los españoles alemanes durante casi tres siglos. Por elección propia, soy germanófilo desde casi mi primera juventud. Pero mis antepasados, desde hace más de cinco siglos, no fueron españoles para ser europeos, sino para ser hispánicos. España es más hispánica que europea. Extendió las Columnas de Hércules al otro lado del inmenso Mar y, con ellas, su lengua, su religión y su cultura. Los argentinos, nuestros hermanos, tendrán los defectos que se quiera  -tampoco más que nosotros los españoles-  pero hablan nuestra misma lengua y en ella nos entendemos todos los que hablamos en español. Es posible que gane, Alemania. Mi humilde felicitación en tal caso, por anticipado, a los alemanes, pero mi alma está con la Argentina y con los argentinos, porque por mis venas sin duda corre la misma sangre del espíritu que por las suyas. No quiero que pierda Alemania, pero prefiero que gane Argentina. Discúlpeseme ya mi pobre Latín, después de tanto tiempo, pero debo ser fiel a mi sentimiento y a nuestra Lengua Madre: Nolo praeterire Germania, sed malo Argentina acquirere. Que Dios, reparta suertes.

Luis Madrigal.


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