QUERER, SABER Y
PODER
En estos
últimos días, ya inminentes al próximo partido final de la Copa del Mundo de Fútbol,
que se juega hoy mismo, han podido escuchare a través de la Radio, verdaderas
necedades, propias de quienes las dicen, que son los de siempre. Y, también
como siempre, confunden el tornillo martín con la rueda catalina, la velocidad
con el tocino y… ya no voy a decir más, porque se pueden citar ejemplos
indecorosos de confusión. El hecho es que confunden, se confunden y andan
confundidos entre sí y entre contradicción y contradicción. Confunden lo que va
a pasar con lo que desean que pase, e incluso con los méritos efectuados con
anterioridad por uno u otro de los contendientes. ¿Quién -cual de los dos equipos- ganará tan crucial partido? Esta primera
cuestión, a lo sumo, puede aventurarse, suponerse, pero, por fundada pueda ser
la suposición, no puede saberse, por la sencilla razón de que el hecho sobre el
que se interroga, pertenece al futuro, a lo que aún no ha sucedido. Es un hecho
incierto, y lo incierto es esencialmente aquello que no solamente no es
verdadero -por lo que puede ser falso,
que es la posición lógica radicalmente contraria- sino que, además, por la misma razón, es
inconstante; cabe albergar dentro de sí algún u otro cierto movimiento, por
cuyo motivo tampoco puede ser seguro ni fijo. La piedra siempre sería la
piedra, de no existir el movimiento. Por todo ello, lo que puede pasar -y todo lo que puede pasar, a veces, pasa- es
absoluta y radicalmente desconocido, imposible de ser sabido y absolutamente
ignorado. Y tal raciocinio, puede ser aplicado, en su integridad, al resultado
de cualquier partido de fútbol -lo
jueguen quiénes lo jueguen- incluido por tanto el de la final de la Copa del
Mundo, que hoy Domingo, día 13 de Julio, disputarán los equipos
nacionales de Alemania y Argentina.
Nadie,
absolutamente nadie, puede saber quién ganará, proclamándose, en su caso, respectivamente, Campeón del Mundo,
por cuarta vez Alemania; por tercera, Argentina. El que lo afirma con la mayor
seriedad, y hasta con todos los argumentos lógicos posibles y aun aceptables,
es un perfecto imbécil, porque, aunque acierte, jamás podrá demostrar la menor
relación de causalidad entre lo que predijo y lo que sucedió, dentro de un
orden estrictamente lógico.
Tampoco es
posible, sino analógicamente casi lo mismo, saber quien va a ganar por razón de
cómo ha jugado anteriormente los partidos en que ha participado, ni por razón
de los resultados que ha obtenido en tales encuentros. Y la razón es también
casi idéntica a la ya argüida. También el juego que, uno y otro equipos,
desarrollarán, el modo en el que jugarán y, en general, todo lo que aún no ha
sucedido, pertenece por la misma razón al futuro, y no al pasado, que nunca
existe, y con ello a todo lo que de aquél
resulta predicable.
Lo único,
rigurosamente lo único, que sí se puede saber
-lo sabrá cada cual- es cuál de
los dos equipos se desea que gane. Eso sí. Aunque, también en cuanto a esto, a
la voluntad personal, al deseo de que venza uno u otro equipo, caben oscilaciones,
tibiezas, dudas, en suma, indiferencia. Sin duda, a muchas personas les dará lo
mismo que alcance la victoria cualquiera de los dos equipos. Esto es todo lo
que se puede saber. Nada más.
Creo
estar seguro de que fue aquel gran jugador de fútbol, y gran entrenador,
Ladislao Kubala, quien dijo que para vencer, en estas pugnas futbolísticas,
resultaban esenciales tres elementos: Querer,
porque sin tal deseo, más bien firme que leve, nunca se puede ganar, ni
conseguir nada; Saber, porque, quien
no sabe, ya sea jugar bien al fútbol ya a cualquier otra cosa, es evidente, no
puede practicarla con éxito alguno. Y, por último, poder, que sin duda encierra el factor más complicado, y por tanto
más dudoso y en consecuencia dubitativo. No todos los días son iguales, en
infinidad de detalles y factores susceptibles de resultar concurrentes e
influyentes en el poder y, por lo tanto, no siempre se puede. Hay días que no
se puede “poder”, sirva la
redundancia, pese a querer hasta el fondo del alma y saber mucho más que el
adversario. Suele decirse con cierta habitualidad: “No tuvo hoy su día”. Por eso ni aquel gran hombre -internacional
sucesivamente con tres naciones, Checoslovaquia, Hungría y España- puede sacarnos de esta incertidumbre.
Al
respecto, recuerdo muy bien, y soy mucho más proclive a la aplicación de su
contenido semántico, aquellos tres verbos de mis primeros días de latinista: Volo, querer; Nolo, no querer, y Malo,
preferir. Estoy persuadido de que con tales contenidos es con lo único que
podemos jugar nosotros, los que no jugamos en el campo, o en la cancha, como
dicen los argentinos. Los que tan sólo lo vemos, presenciamos el juego y los
acontecimientos e incidencias varios que en él pueden concurrir y llevar o
arrastrar a un resultado determinado. Frente a la incógnita, tan sólo cabe eso:
Volo, nolo o malo. Querer exclusivamente que
gane uno de los dos equipos contendientes; no querer que gane ni uno ni otro o,
bien, por útimo, preferir la victoria de alguno de ellos. Todas las posiciones
parecen lo mismo, y debieran por ello ser reducidas a una única. Sin embargo,
tampoco es así, sino mucho más complicado. He oído decir por la Radio, a
alguno de esos bocazas que la utilizan para hablar de fútbol, que él quiere que gane el que mejor ha jugado al fútbol hasta
ahora en este Torneo mundial, y que ese equipo es el de Alemania. Este
criterio, es muy razonable y respetable. Pero tales personas, no son capaces de transcender
la barrera del sentimiento “por razón del
gusto”, podríamos decir, o de la más depurada técnica, o de la estrategia
empleada, o de la fuerza y el empuje, etc., etc., para penetrar en el ámbito
emocional de otros factores sin duda mucho más sentimentalmente hondos. El
Fútbol sólo es el fútbol, en cualquier caso, desde luego, y no cabe atribuirle la esencia de ninguna
categoría aristotélica, pero al mismo tiempo no se puede negar que -en sí mismo-
propiciar puntapiés a una pelota puede hacerse con cierta
belleza y elegancia. Sin embargo, con total seguridad, bien puede decire también que tal destreza representa sin duda un mérito, de valor infinitamente menos atractivo y hondo, en orden a los sentimientos
que suscitan otras ideas y factores sin duda categóricamente mucho más
concluyentes.
Debo
confesar por mi parte encontrarme atrapado en un laberinto, considerando todos
los factores. Soy europeo porque soy español, y aunque no entiendo demasiado de
fútbol, debo admitir que por lo visto hasta ahora, Alemania ha jugado mucho
mejor que los demás equipos nacionales participantes y ha obtenido resultados
excelentes, alguno de ellos espectacular. También dicen los entendidos que el
equipo alemán ha adoptado y empleado el mismo estilo de juego que estos últimos
años fue capaz de utilizar el equipo de España, y ello me alegra notablemente.
Posiblemente, si gana Alemania, no me sentiré demasiado mal. Ya dije el otro
día que, recíprocamente, los alemanes fueron españoles y los españoles alemanes
durante casi tres siglos. Por elección propia, soy germanófilo desde casi mi
primera juventud. Pero mis antepasados, desde hace más de cinco siglos, no
fueron españoles para ser europeos, sino para ser hispánicos. España es más
hispánica que europea. Extendió las Columnas de Hércules al otro lado del
inmenso Mar y, con ellas, su lengua, su religión y su cultura. Los argentinos,
nuestros hermanos, tendrán los defectos que se quiera -tampoco más que nosotros los españoles- pero hablan nuestra misma lengua y en ella
nos entendemos todos los que hablamos en español. Es posible que gane,
Alemania. Mi humilde felicitación en tal caso, por anticipado, a los alemanes,
pero mi alma está con la Argentina y con los argentinos, porque por mis venas
sin duda corre la misma sangre del espíritu que por las suyas. No quiero que
pierda Alemania, pero prefiero que gane Argentina. Discúlpeseme ya mi pobre
Latín, después de tanto tiempo, pero debo ser fiel a mi sentimiento y a nuestra
Lengua Madre: Nolo praeterire Germania,
sed malo Argentina acquirere. Que Dios, reparta suertes.
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