ROSAS DE LUZ
Al
otro lado del mundo, donde las rosas nacen
a su tiempo, el hielo tan sólo es ya un recuerdo. Bajo su cielo azul,
algunas, las blancas como la nieve, perfuman el aire, inundándolo de los más etéreos y cautivadores aromas. Otras, rojas, pero llenas de luz, se enmarañan entre
los barrotes de hierro que cercan los
jardines y las estancias, mostrando sus párpados abiertos y tersos, salpicados de unas gotas de rocío, al propio
tiempo que sus más tiernos capullos. No muy lejos de una gran urbe, junto a un
Lago rodeado de crestas y altozanos, se
deslizan balandros que, como alas de mariposa, se mueven armoniosamente a
impulso del suave viento que baja de las cumbres, en cuyas laderas, hace ya
algún tiempo, danzaron las hadas y, seguramente, hoy entonan su canto silencioso e
imperceptible. Pero, en las noches de luna plateada, alguna marimba -tal vez una guitarra acompañada de un bandeón de viejo fuelle- desgranan notas y acordes de amor, que suben
al cielo al mismo tiempo que una misteriosa corriente las empuja hasta cruzar
el inmenso Mar y llegar a mí, para perderse lentamente entre la bruma de este
Enero madrileño junto a una lágrima.
Luis Madrigal
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