De todos y entre todos los amores humanos -y si de verdad son amor, ya son algo entrañable- sin duda el Amor de los amores es el más sublime y el más grande de todos ellos. En Él no cabe egoísmo ni pasión alguna. Ni mancha, por insignificante pueda ser. Ni ninguno de los diferentes "complejos" que hacen, o pueden hacer, del más perfecto de los hombres una criatura si no aborrecible, sí digna de la mayor lástima y compasión. Este gran Amor, supera todas las barreras, no sólo las del odio atrabiliario, ciego y asesino, puesto que sólo Él es lo radicalmente contrario a tales negras pasiones, sino también la más insignificante duda de generosidad, ternura, delicadeza y compasión, que con tan escasa frecuencia pueden encontrarse en todas las demás clases de amor, sin excepción alguna y aun tratándose de seres especialmente celestiales, no ya de los terrenales que se arrastran, o nos arrastramos en este Valle, más aún que de lágrimas, de insensatez, incoherencia, presuntuosidad, apariencia y caos.
Por ello, hoy es necesario cantar, "por dentro", pero con más fuerza aquel Himno que ya instauró el Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Madrid, del 25 al 30 de Junio de 1911, con letra del Padre del Valle y música de Juan Ignacio Busca Sagastizabal, que es el que ha permanecido con el tiempo, sobre aquel otro con letra de José María Pemán que se cantó durante la celebración del XXXV Congreso Eucarístico también Internacional, celebrado en Barcelona en el año 1952.
Ambos, resultan clamorosos en cuanto signo evidente de adoración y de amor, a quien en la noche de hoy, hace ya dos mil cuarenta y ocho años, más o menos, se quedó para siempre con nosotros los hombres.
Luis Madrigal
Luis Madrigal
No hay comentarios:
Publicar un comentario