ADIÓS, CATALUÑA, ADIÓS
(POR LA INDEPENDENCIA DE ESPAÑA)
Se terminó este suplicio para mí. Ya no puedo más. Con la autoridad de René Descartes, cierro los ojos y, el caballo que se hallaba ante mí, ya no está, ha desaparecido, no existe. Tenía razón aquel hombre siempre hasta los pies vestido de negro, de cuya pensamiento se alimentó la filosofía durante tres siglos. Si el mundo -todo él- existe, para mí, es porque yo lo percibo y, sin esta percepción, automáticamente deja de existir. Ya no existe. Posiblemente seguirá existiendo para los demás. Pero no para mí. Hoy, yo cierro los ojos y, al instante, deja de existir Cataluña. Nada juzgo con ello, y menos aún a nadie, incluso de nada me lamento. Tan sólo ocurre que ya no puedo absorber tanta sinrazón -histórica y actual- tanta mentira, al parecer hechizante o hipnotizadora, tantos energúmenos, alguno de ellos tan asilvestrados y de pelaje tan lanar, tanta falta de equilibrio y prudencia, tanto mal gusto y tanta barbarie salvaje. Eso, por parte de unos. Ni tanta cobardía, por parte de otros. Y, sobre todo ello, tanto odio acumulado, como artificialmente fabricado contra España, mi patria, a la que prefiero mil veces ver "mutilada", antes que, una sóla vez, aparentemente entera, pero falsa. Una España, que no lo sea de verdad. Que no sea España, en su pretendida totalidad territorial, pese a que la Madre Roma llamó "Hispania" a todo cuanto quedaba encerrado en la vieja "piel de toro", tras cruzar los Pirineos. Y, como desde este momento, para mí Cataluña ya no existe, ni independiente, como estado soberano, ni de ninguna otra forma, nada absolutamente me importa lo que suceda pasado mañana mismo, Domingo día 27 de Septiembre, en esas elecciones de propósitos torticeros y estrafalariamente ilegales, pero puestas al servicio de una pasión (por lo que dicen los periódicos y reflejan las imágenes de TV), que indudablemente no es de hoy, si bien pueda decirse exactamente desde cuando lo es.
El catalanismo, no fue en sus origenes más primigenios sino un movimiento pura y estrictamente literario y tan sólo hacia 1885 comenzó a cobrar carácter político. Su fundador fue Valentí Almirall i Llozer, autor del libro "Lo Catalanisme" y fundador del diario "El Estado Catalán", que se publicó en Barcelona entre los años 1869 y 1873, y más tarde del "Diari Catalá" (1879-1881). No es, pues, el señor Mas, ni el señor Pujol, ni mucho menos aún el Honorable -éste si que, personalmente, lo era de verdad- Señor Tarradellas, pese a ser el yerno del señor Maciá. Tampoco aquel maldito francés llamado Felipe V, que dictó, entre los cinco Decretos de Nueva Planta, el de 16 de Enero de 1716, relativo al Principado de Cataluña, pese a la falacia cultivada del Conseller en Cap de la Ciudad de Barcelona, Rafael Casanova i Comes, que no murió fusilado, ni fue sepultado en el Fossar de les Moreres, sino en su cama de San Boi de LLobregat, y que simplemente era un austracista, como lo hubiese podido ser yo mismo de haber vivido por entonces. Ni, casi anteayer, lo fue tampoco el General Franco, con su oprobiosa Dictadura militar, que, además de prohibir el uso de la lengua catalana (sin duda un genocidio cultural), enterró millones de pesetas para que Cataluña, es decir Barcelona, se consolidase como la gran potencia industrial, la "Fábrica de España", merced también al sudor y la sangre de los andaluces, extremeños, murcianos, asturianos, castellanos, gallegos, leoneses y demás otros pueblos hambrientos, además de saciar el hambre del propio pueblo catalán, tras la fratricida y sangrienta contienda militar iniciada en 1936. Pero, el movimiento catalanista, en sus sucesivas versiones de provincialismo, romanticismo, federalismo, particularismo, regionalismo, unionismo a través del Centre Catalá, de la Lliga o de la Unió Catalanista, no es de ahora. Lo que sí causa ahora es la impresión de resultar un verdadero despropósito, y un peligro objetivo, tras la vigente Constitución Española de 1978, el Estatuto de Cataluña y los Tratados de la Unión Europea. Pero, a mí, esto último ya no me importa absolutamente nada. Tanto si Cataluña se convierte o no, andado el tiempo, en un Estado soberano; si permanece o no en la Unión Europea; si puede o no evitar su ruina financiera a corto plazo; si los grandes bancos y muchas empresas se van de Cataluña; si los pensionistas catalanes puede o no percibir sus pensiones o recibir la debida atención sanitaria. Lo lamento mucho por los catalanes que también se consideran y sienten españoles. Sean todos ellos bien venidos a España, si desean volver, una vez se establezca la correspondiente frontera. Pero personalmente nada puede importarme ya si Cataluña se convierte en aquella "Utopía" que concibió Tomás Moro o si sobre ella cae una bomba atómica. Para mí, Cataluña ha dejado de existir para siempre. Incluso me doy de baja de mi condición personal -"rompo el carnet"- a la que he sido fiel desde los ocho años de edad hasta hoy mismo, en cumplimiento de una promesa que le hice a mi paisano César Rodríguez Álvarez, el hijo de Bernardo y María, que era mi vecino en León, cuando a tal edad me regaló una de aquellas camisetas del F.C. Barcelona -el Barça- de las que venía cargado a León, por los veranos, para repartirlas entre la chiquellería, y cuyos restos mortales yacen en el Cementerio de Las Corts de Barcelona.
La desaparición de Cataluña, existencialmente para mí, no supone en mi ánimo el menor rencor, ni ningún mal deseo yo albergar hacia ella ni hacia ningún catalán. Les deseo a todos, sinceramente, la mejor suerte, pero no es preciso que me insulten y ultrajen más, públicamente. Yo, este insignificante español, tan insignificante como cualquier otro individuo, le concede a Cataluña la independencia. Es más, no quiero ni por un segundo que Cataluña permanezca dentro de España, no lo deseo, porque ya no me lo pide así el corazón. Siempre he admirado y querido a Cataluña, a su cultura, su laboriosidad, a sus grandes hombres, que -aunque no los haya ahora- los ha habido por docenas en todos las esferas. Por ello, tampoco la he robado jamás nada, ni a Cataluña ni a ningún catalán, entre los que pude encontrar algunos verdaderos amigos, aparte de no haber dejano nunca de quererla, cono nación. Sí, siempre admití que Cataluña es una Nación, pero una nación española, y no sólo una parte del Estado español. Incluso el propio Almirall, en su visión de los particularismos (a los que por otra parte se refire Ortega y Gasset, como causa de la invertebración de España), entendía y propugnaba tal particularismo (en la Memoria que presetó al Rey Alfonso XII en 1885) en el sentido más amplio, no sólo cerrado al ámbito político catalán, sino también a todos los demás pueblos peninsulares ibéricos, para la formación de un Estado, no sólo europeo, sino de vocación mundial, en el que se combinase y fusionase la variedad en la unidad. Nada que ver con lo que ahora tan alocadamente dice pretenderse.
Ante las insufribles circunstancias actuales, no quiero que Cataluña desaparezca para mí, sin despedirme antes de todos y cada uno de sus grandes hombres. Fundamentalmente, y casi por todos ellos, de aquel gigante del espíritu y del intelecto, Jaume Llucià Antoni Balmes i Urpià, "Príncipe de la Apologética moderna". También del jurista, filósofo y humanista Eugeni d'Ors i Rovira; del heroico General Joam Prim, Marquès de Los Castillejos, Comte de Reus, Vescomte del Bruc y Grande de España, que entregó su vida por ella. Y de tantos otros, entre ellos del maravilloso Antoni Gaudi, del que mi tierra de León guarda dos grandiosas obras arquitectónicas.
Sintetizo: Españoles -incluidos los catalanes, los que también lo sean- permanezcamos más unidos y solidarios que nunca. Y, si algún otro pueblo peninsular del "Estado", quiere tomar el mismo camino, que sea también mañana mismo. Cuanto antes, mejor. Por mi parte, mucho agradecería también similar conducta individual a cuantos "no se sientan españoles", ya crean en Dios o únicamente en Billy Wilder. Ni tan siquiera les pediría que devolviesen algún cheque, por principal de millares de euros (€) o de cualesquiera otras unidades monetarias de curso corriente, recibido como premio a su pretendido prodigioso talento universal, pero que a algunas personas, o tal vez a muchas, tal "arte" nos importa un rábano. Nada les reclamaría con tal de que se fueran de España.
Luis Madrigal
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