HAY QUE ACABAR CON EL PREMIO NOBEL
Me siento mucho menos mal, dentro de lo mal que me encuentro, al comprobar que lo esperpéntico no es privativo de España, en la materia. La materia es la del reconocimiento del talento literario. Ya me causó en su día una especie de arcada -de la que precede al vómito- la concesión del Premio Cervantes a aquel señor (con el debido respeto que se debe a los muertos) al que conocí de vivo cuando, ya de muy joven, era un ciruelo y que, tras llamar la atención de muy diversas formas y, según se dijo de “escribir como meaba”, terminó alcanzando el galardón ya indicado. Lo de “ciruelo”, viene muy a cuento con el relato que por aquellos años y en aquellas tierras se prodigaba al respecto. Se contaba que, en un pueblo, se acercaba la fiesta del Santo patrón y se habían quedado el año anterior sin la imagen correspondiente. Así es que, a toda prisa, talaron un ciruelo y encargaron al carpintero del lugar que construyese la imagen del santo. Cuando lo sacaron por el pueblo, el día de la procesión, alguien exclamó: “Ciruelo te conocí / y de tus frutos comí / los milagros que tú hagas / que me los claven aquí”. Al pronunciar esta sentencia en octosílabos, el dicente se tocaba la frente con la mano, antes de declamar el último verso. Desde luego, más difícil aún que clavar milagros en la frente es hacerlos de verdad, que es de lo que se trata. Esto es, que a un ciruelo no se le puede otorgar, sin público escándalo, el Premio Cervantes.
El segundo de la misma especie arbórea (prunus domestica), cuya exaltación a la Real Academia Española de la Lengua, me produjo similar sensación estomacal, y aún mayor, fue otro señor que había sido “mimo”, es decir payaso de circo, o en el mejor de los casos estatua viviente, de esas que se cubren de una especie de polvos de talco. Y tengo entendido que ahora se dedica a distraer a los académicos montando números también más o menos circenses, como corresponde a su antigua condición. Todo menos estudiar y analizar el contenido del lenguaje y de los términos lingüísticos. Es decir, dedicarse a limpiar, fijar y dar esplendor a las palabras. Imposible tarea esta para el sujeto en cuestión, dado que seguramente tendría antes que aprender a leer él mismo, por dentro, como es debido.
Estos dos episodios, y algunos más, que omito para no aburrir, estaban ya casi olvidados por mi parte. Pero, hete aquí que muy recientemente -y este es mi gran consuelo- aunque tampoco sin reiteración o reincidencia, la Academia sueca acaba de otorgar nada menos que el Premio Nobel de Literatura, al "cantautor" norteamericano Bob Dylan, muy conocido parece ser, entre las clases de tropa, naturalmente, por sus maravillosas creaciones en ese campo de la música que no es Música, la del "rock and roll", o como se escriba eso, porque me produje jaqueca tan sólo el investigar cómo se escribe. Parece ser que eso de "Bob Dylan" tan sólo es su pseudónimo, porque en realidad dicho sujeto, según he podido saber, se llama Robert Allen Zimmerman. Él mismo dice de sí que, además de hacer ruido con los sonidos, es "poeta". Bueno, lo dicen él y otros más o menos como él. Y la Academia sueca, ultrajando la memoria de Alfred Nobel, va y se lo cree, y dice que lo es y que es mucho más grande poeta que muchísimos de los que lo han sido y lo son de verdad.
El diario madrileño El MUNDO, en su reciente edición del día 14 de este mismo mes de Octubre, y en editorial de Tercera página, decía literalmente: "los Grammy, un Oscar, un Pulitzer o el Principe de Asturias, entre otros, son los galardones que ya reconocen de manera sobresaliente su ingente aportación a la historia de la música. Pero distinguirlo con el Nobel de Literatura nos parece excesivo."
Lamento no poder estar de acuerdo con esta opinión, tan benigna y tolerante, ni en calidad ni en cantidad. La Literatura es el arte de la palabra escrita, como nota común, dentro de sus muy diversos géneros y especies. Pero ¿donde podrán leerse las palabras escritas por este hombre? Por ello, tengo la impresión y el sentimiento de que la concesión del llamado "premio sumo" de la Literatura universal, a este caballero del ruido, es una profanación no sólo de Alfred Nobel, sino de la misma Literatura, de la memoria de tantos genios de ella como a los que jamás se concedió tal premio y de la Humanidad. Urge "desenmierdar" este Premio y que se vayan los suecos por buen camino. Ya van unas cuantas veces, pero esto ya es insoportable.
Luis Madrigal
Arriba, caricatura del meniconado individuo
según "Ulises", en la portada de El Mundo de 14 de Octubre
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