UN TRIBUNAL PARA JUZGAR LOS CRÍMENES
DEL COMUNISMO
Dos han sido las grandes dictaduras asesinas del siglo XX. El nacional socialismo alemán de Hitler y el marxismo-leninismo soviético de Lenin y, sobre todo, del mayor asesino de la historia, Iósif Vissiarónovich Dzhugashvili, llamado Stalin. Para juzgar los crímenes nazis se constituyeron, tras la Segunda Guerra Mundial, los Tribunales de Nüremberg, donde siniestros personajes como Hans Frank (el carnicero de judíos de Cracovia) Wilhem Frick, Alfred Rosenberg o Julius Streicher, además de otros seis canallas más de su misma contextura moral, fueron condenados a la horca y colgados en un cadalso de madera construido al estilo americano. Los verdugos fueron el sargento mayor John Woods y el policía militar Joseph Malta, ambos del Ejército de los Estados Unidos. Esto sucedía el día 16 de octubre de 1946 en el Gimnasio de la Prisión de Nürenberg. Cierto que se libraron tal vez otros peores, entre ellos el malvado lugarteniente de Hitler, Hermann Göring, al ingerir la noche anterior, en su celda, una cápsula de cianuro potásico. Pero al menos los horrendos crímenes del nazismo fueron sancionados en una cierta ejemplar medida.
Por el contrario, tras más de medio siglo, continúan indemnes los, sin duda más graves en número, asesinatos del comunismo soviético. Y no sólo de éste, sino de cuantos otros han causado, en muchos otros lugares del mundo, las dictaduras comunistas, con sus corolarios de un antisemitismo profundo. Ya Stalin fue un antisemita visceral, utilizando siempre términos despectivos hacia los judíos.
Y eso, no sólo clama al cielo, sino que reclama urgentemente, en justicia, la constitución de otro Tribunal, similar al de Nürenberg. No es una más, sino sin duda la mayor incoherente injusticia de la Historia, que, habiendo al menos igualado el comunismo a los nazis, tanto en vileza como en horror, la Humanidad haya permenecido pasiva ante semejante lacra. Las cuentas no cuadran en manera alguna si se considera que, además de las conocidas purgas estalinistas y de la aterrorizada Casa del Río, sede de la flor y nata del Ejército soviético (donde cada semana desaparecía un alto mando, sin que pudiera saberse nunca más del mismo), tan sólo en el genocidio de Ucrania, en el hodolomor de 1931 a 1933, aquel sistema infame -el Imperio de Mal, como lo llamó certeramente Karol Wojtyla, Su Santidad Juan Pablo II- mató de hambre a más de siete millones de seres humanos.
Este Monstruo no ha muerto. Su vientre aún es fértil y aún hoy y ahora, aquí, en nuestra querida España, no sólo nunca ha sonado a perversidad, aquella malvada fórmula asesina, como sucedió con el nacional socialismo de Hitler, sino que incomprensiblemente pretenden algunos reverdecer utópicas muestras de la persistencia de su infamia, aun cuando sea por parte de una cuadrilla de mentes inferiores. Afortunadamente para nosotros, ninguno de ellos es Engels o Marx, y tampoco Lenin o Stalin, sino insignificantes oscuros personajillos tan estrambóticos como presuntuosos, que no tienen ni media bofetada, sin dejar de tener en cuenta a las masas irredentas y canallas, como muy acertadamente denominó un personaje nada sospecho como Friedrich Engels -en una carta a la que jamás se ha hecho alusión por nadie, dirigida a su íntimo amigo Karl Marx- que pueden conducir a la gran mayoría equilibrada y tolerante a la mayor de las catástrofes, bajo esa apariencia de perfectos inútiles vociferantes, pero al mismo tiempo "inofensivos". Menos mal que ninguno de estos individuos se parecen a aquéllos, en sus diferentes dimensiones.
Y por ello precisamente, tengo que compartir hoy las palabras de la persona llamada, tal vez, en el futuro, a orientar a esa gran mayoría natural en España hacia al horizonte y el destino de esa civilizada y próspera convivencia: "Cuando un partido político democrático -como pese a todos sus graves errores históricos es hoy el PSOE- se quema, algo de todos los demócratas españoles, se quema", ha dicho hoy mismo el Presidente de Galicia, Don Alberto Núñez Feijoo. Porque jamás puede haber libertad para los enemigos de la libertad. Aunque se disfracen antes de defensores de los más pobres para esclavizar y arruinar después a todos.
Y por ello precisamente, tengo que compartir hoy las palabras de la persona llamada, tal vez, en el futuro, a orientar a esa gran mayoría natural en España hacia al horizonte y el destino de esa civilizada y próspera convivencia: "Cuando un partido político democrático -como pese a todos sus graves errores históricos es hoy el PSOE- se quema, algo de todos los demócratas españoles, se quema", ha dicho hoy mismo el Presidente de Galicia, Don Alberto Núñez Feijoo. Porque jamás puede haber libertad para los enemigos de la libertad. Aunque se disfracen antes de defensores de los más pobres para esclavizar y arruinar después a todos.
Luis Madrigal
Nota para despistados:
La fotografía de arriba, no es del Berlín Oriental.
Es la Puerta de Alcalá de Madrid.
3 comentarios:
Hola, D.Luís. Espero que se encuentre bien de salud.
Hace un siglo que no entro en mis blog ni en los de nadie. Esta noche estoy visitando unos cuantos, entre ellos, por supuesto, el suyo.
No es que me olvide de mis blog amigos ni de mis amistades, es que tengo poco tiempo y si tengo un poco libre, me entretengo en facebook.
En fin...espero que me disculpe. Aunque sea de tarde en tarde, me gusta volver y saludar...leer.Su poesía siempre me ha gustado, es de los mejores blog de la red. Cuídese.Reciba nuestro abrazo.
Estoy muy bien, Francis. Muchas gracias por tu saludo y por tu recuerdo. Sabes bien que todos tus elogios y buenos deseos, son recíprocos por mi parte. Un abrazo también a Juan Manuel y un beso a Eva María, que ya veo, no es ya ninguna niña. Luis Madrigal.-
Estimado,
la frase "imperio del mal" referida a la Unión Soviètica no fue de Juan Pablo II, sino de Ronald Reagan.
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