ISABEL ESCUDERO
UNA DEVOTA DE EL CANTAR DE LOS CANTARES
Desde su muerte, el pasado mes de Marzo de este mismo año, llueven los recuerdos y homenajes públicos -el próximo ya se anuncia en el Ateneo de Madrid- a Isabel Escudero, la poetisa y ensayista que escribió la mayor parte de su obra aquí, en el barrio de La Estación del Ferrocarril de Las Navas del Marqués, en una preciosa casa de campo, rodeada de un bellísimo jardín, ambos diseñados por ella misma, planificada la edificación por el Arquitecto Doblas y cuya ejecución de obra se llevó a cabo bajo la puntual mirada de la propia Isabel. Su hermano, Antonio Escudero, Gran Maestre de la Novus Toleti Ordo, fue quien los plantó todos. Cada uno -de muchos de ellos- para celebrar la efemérides de la culminación de alguna obra poética, literaria o lingüistica. Además de su eminente condición, propia de todos los Caballeros Templarios que le seguimos, entre los que ocupo la más humilde condición y relevancia, Antonio Escudero, que por rigurosa y honda formación académica es filósofo puro, tan sólo se reconoce y encuentra consigo mismo como "plantador de árboles", además de ser eremita urbano, que, eso sí, pasa sus vacaciones, como los pájaros -"que bien lo saben", según él mismo acostumbra decir- en esta maravilla de Castilla que son Las Navas del Marqués.
A la maravilla del entorno, es preciso añadir, en justo y armónico equilibrio, la del jardín de la casa diseñada por Isabel, verdadero refugio de árboles y perros. Yo mismo conocí personalmente al primero de estos últimos, Judas, quien a pesar de su nombre nada tenía que ver con Iscariote, sino con Tadeo, que era un santo. A Ciro, recientemente muerto también, no tuve el gusto de conocerle, pero estoy seguro de que brilló a la misma altura de santidad canina y sobre todo del instinto intelectual que le rodeaba, altamente contagioso en los perros y siempre imposible en los burros (y otros animales de corta inteligencia) que también ha rebuznado alguno por este bello jardín. Me refiero exclusivamente a aquel que se llamó "Rafael", propiedad de un sabio, dado que las situaciones más sublimes se operan por los contrastes más fuertes y extravagantes. Pero aquel asno no quiso aprender nada de su dueño y, en cierta ocasión, propició un cierto altercado con otros congéneres, pese a que -en aquel caso- de superior rango, dentro de la familia equina (el burro es tan sólo un equus africanus asinus), dado que los otros cuadrúpedos implicados en el trance eran caballos (equus ferus caballus), sin los cuales no podría escribirse ninguna gran batalla histórica de pasadas épocas. Quizá su dueño, en alguna ocasión, aprendió mucho más de él, porque los burros, aunque nunca puedan aprender nada de nadie, está visto que a veces enseñan algo, no solo a las mentes inferiores, a quienes simplemente sirven de instrumento de tiro y carga, sino hasta a las más elevadas. Y, tal vez, por ello, pudo tener aquel asno alguna influencia en la inspiración y composición literaria del Himno a Madrid. Tampoco hay que olvidar, por otra parte, que "Rafael", también era africano, tanto como el mismo Publio Cornelio Escipión, el vencedor de Anibal en Zama.
Aquí escribía Isabel
Totalmente al margen de árboles, perros, burros y sabios , el aliento espiritual de aquella Casa era Isabel Escudero, su diseñadora y artífice, el ser humano que la dotó de verdadera vida. Sin duda por ello el insigne filólogo don Agustín García Calvo, la bautizó con el nombre de "Bebela", evidentemente en alusión y en honor de Isabel, que continúa extendiendo sobre ella, tras su desaparición de la existencia, el hálito de lo misterioso ya descifrado y rescatado del sueño de la muerte. Sin duda, en algunos momentos, más que aquel demon meridianum que asolaba el espíritu de los monjes de la Tebaida, conduciéndolos a la acedia, sobre la casa jardín Bebela pueden escucharse sosegadamente -tan sólo es cuestión de querer- a la caída de la tarde, aquellos sublimes versos de El Cantar de los Cantares, de los que Isabel Escudero siempre, ya desde niña, guardó en el archivo de su propio corazón todo el acento, no sólo el rítmico, sino el de la luminosa y pacífica exaltación que encierran: "Juradme muchachas de Jerusalén /por las gacelas y ciervas del campo/que no despertaréis ni turbaréis/al amor hasta que él quiera."
Aquí leía
El Cantar de los Cantares es la cota suprema de la poesía biblica amorosa judía, aunque tal vez no llegue a serlo de la poesía mística cristiana de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila, ambos de origen sefardí, cuyo romancero -el Romancero Sefardí- también guardaba Isabel en el mismo archivo místico. En una interpretación literal-naturalista, el Cantar puede y de hecho ha sido entendido como expresión amorosa, sexual, entre un hombre y una mujer. Por tal motivo, su inclusión en la Biblia hebrea, y la aceptación del mismo como libro sagrado, encontró algunas dificultades en el Sinodo judío de Yamnia, basadas todas ellas en aquel tipo de interpretación. Tales dudas fueron zanjadas de modo definitivamente concluyente, cuando el Rabí Akiba declaró que nadie antes en Israel había dudado de su inspiración divina.
Y también desde los primeros siglos de la Iglesia cristiana, de un modo análogo, esto es, en una interpretación simbólica, que ha de prevalecer sobre toda interpretación literal, se entienden sus versos como la relación entre Jesucristo y la Iglesia (entre Cristo Jesús y el alma de cada ser humano, al margen de su sexo), por la bondad de la creación en general del ser humano sexuado, que proclama el Génesis: "Hombre y mujer los creó..." Y porque, en definitiva, el amor más noble, intenso y pleno entre un hombre y una mujer es reflejo y signo del Amor de Dios y el fruto de la Humanidad.
Leía también Isabel con frecuencia el Libro de los Salmos, integrado por 150 poemas, que por lo tanto revisten un marcado aspecto literario, pero que, en lo más profundo, abergan el sentimiento espiritual de un pueblo que supo hacer oración de la poesía y de la poesía oración. Esos sentimientos, se traducen con frecuencia en llanto. Y esta emoción humana, la de llorar -el llanto- constituye, tal vez el motivo de inspiración más acusado en la obra poetica de Isabel Escudero, por lo que no cabe dudar de su profundo sentido religioso, a lo largo de toda su vida.
Por todo ello, pese a lo que pudiera parecer, o contra ello mismo, estos tesoros poéticos, de profundo sentimiento religioso, influyeron sin duda en la propia poesía de Isabel, desde la más sencilla de "Coser y Cantar", su primer poemario, de "coplillas", como ella misma me dijo aquel día ya lejano en que me dedicó aquel ejemplar, hasta las más ricas de la poesía culta, sin abandonar por ello la genética de la poesía popular, en "Cifra y aroma" o "Nunca se sabe", dentro de lo que yo he podido leer y puedo analizar.
Amaba Isabel profundamente también a Israel, raíz y causa de nuestra fe cristiana. Por ello colaboró con su hermano Antonio, más o menos como lo hizo al plantar árboles, en la Dirección de las Jornadas Extremeñas de Estudios Judáicos, celebradas en Hervás (Cáceres) en el año 1995, cuyas Actas se publicaron en el mes de Julio de dicho año.
"Del Candelabro a la Encina", se le oyó decir, casi en un murmullo, durante un viaje para la preparación de aquellas Jornadas. Naturalmente, se refería Isabel a la Menorá, la lámpara de aceite de siete brazos, simbolo más antiguo del pueblo hebreo, que ya la usó acampado al pie del Sinaí, en su Éxodo hacia la Tierra Prometida. El termino del viaje era la hermosa tierra extremeña, donde ambos vieron la luz -toda ella- y cuyo signo es la Encina.
Entre ambos signos, murió Isabel Escudero esta última primavera, en su casa Madrid. Pero sepan los arrogantes hijos del Mal -ellos ya saben quiénes son, y pese que alguna vez pudieron ser sus inadecuadas compañías- que Isabel Escudero, poetisa y ensayista, recibió gozosamente, antes de morir, los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía, encontrando esta vez, cuando ya se cerraban sus ojos, no el llanto, sino la paz más absoluta. Siento el deber de hacer simplemente de notario. Doy fe.
Luis Madrigal
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