Debería darme vergüenza, y desde luego siento una apreciable dosis de esta sensación -últimamente ya tan infrecuente y en desuso- al confesar que he seguido los partidos de futbol que el equipo nacional español (yo no incurriré jamás en ese impreciso eufemismo vergonzante, que utilizan los que dicen “la Selección” o, a lo sumo, “la Selección española”) ha disputado hasta el momento en la Copa de Europa de Futbol de Naciones (la “EUROCOPA”). Tengo que confesar asimismo otra estupidez aún mucho mayor: También yo me he pintado la cara (“a dos carrillos” y la punta de la nariz) con los colores de la bandera nacional de España, desde luego Cataluña -es decir Aragón- incluida, por más que les pese a quiénes les pese. Y he de confesarme culpable además, lo cual comienza ya a ser verdaderamente perverso y peligroso, de haber hecho todo eso, aparentemente, por mi nietecito, que tiene 4 años y al que, a la larga, habré dado un pésimo ejemplo, fomentando en su mentalidad de niño la torpeza colectiva del futbol, en lugar de insistir y tratar de inculcarle, en proporción asequible a su corta edad, la filosofía de Aristóteles; el gusto por la interpretación del piano o del violín; los elementales principios de la física, la belleza de la poesía o la mezcla de los colores primarios, para obtener los secundarios y poder comenzar a “pastarlos” y aplicarlos después sobre un lienzo. Los niños, todos los niños, cuando aún son esa “tabulam rasam in qui nihil est scriptus”, siempre terminan siendo lo que ven y oyen, porque son como los arbolitos tiernos que nutren sus raíces de la savia de los árboles frondosos que les rodean. Sobre todo cuando se les dice y explica debidamente, como quién no quiere la cosa, dónde reside la esencia de los valores, aunque en el colegio, el ambiente, les pervierta y contamine, entre otras cosas mucho más graves, con esto del futbol. Al menos, cuando se trata de contrarrestar tal maléfica influencia natural, cabe la posibilidad de que ellos mismos juzguen y decidan después lo que en verdad merece la pena, y no esa idiotez de dar puntapiés a una bola. Indudablemente, Jean Jacques Rousseau, tenía toda la razón, aunque por tenerla fuera expulsado de Francia y hubiera de refugiarse en Neuchâtel, muy cerca de los lugares en los que en estos días se está jugando la Eurocopa. El hombre, el niño, es un “buen salvaje”, nace puro y sincero y busca la verdad, por encima de todo, como en una “intentio naturae”. Es la sociedad la que le pervierte, al hacerlo cautivo de sus usos y costumbres, sobre todo de aquellos que, como el futbol y cuánto lo rodea y envuelve, han derivado con el tiempo en una de las corrupciones colectivas más degradantes, intelectual, moral, económica y socialmente.
Por eso, en España, ya desde hace mucho tiempo, pero más aún en este canallesco momento, la inmensa mayoría de los niños españoles quieren ser futbolistas cuando sean mayores, y las niñas, modelos o cantantes, porque para eso la TV fomenta insistente e incasablemente tales inquietudes, para que puedan ser “famosos”, tener mucho dinero, una suntuosa casa en la playa y una docena de automóviles, a ser posible, entre ellos, algunos deportivos y descapotables. Este es el gran afán que hoy nos preside. ¡Qué lástima que, como mínimo, no se ponga en España la mitad del interés que se pone en las campañas publicitarias deportivas, en los presupuestos de los clubes de futbol, tanto en instalaciones como en futbolistas que den mejor los puntapiés que los del contrario, en el programa ADO, y en tantas y tantas empresas consideradas de “utilidad pública” o de “interés nacional”...! Que se pusiera la mitad de ese interés en tratar de ganar, al menos cada diez o veinte años, el Premio Nobel de Medicina, o de Física…! O ambos a la vez, todos los años, como hacen los denostados -por la izquierda- “malvados” yanquis, que suelen hacerlo con esa misma frecuencia o periodicidad, no ya para el provecho capitalista propio sino para bien de toda la Humanidad.
Dicen hoy, por ello, muchos padres de la hora presente, que quisieran que sus hijos fuesen futbolistas, para poder “retirarles” de la esclavitud de la explotación capitalista que reina y campea hoy en España, bajo el paraguas protector del PSOE, ese cínico y mediocre partido político -en mi libre opinión- que tanto daño ha hecho a España y parece que tiene que seguir causándoselo, porque la mayoría de los españoles, en lugar de ocuparse y analizar lo que hace esta pandilla de indocumentados que ahora habita en la Moncloa, han decidido viajar a Innsbruck, no para escuchar a Karl Ranner, que tampoco está ya allí, sino para pintarse la cara, vociferar y gritar a pleno pulmón, escribir soeces groserías en una pancarta (como la dedicada a las señoras y señoritas suecas en el último partido, a quienes este español ruega perdonen a esa jauría) y… volverse después poniendo pingando al “Seleccionador”, ya que se trata de “la Selección”. Eso, como siempre. Este año, a los doctores en futbol de una cadena de TV especializada, y de bochornosos antecedentes, les ha dado por lanzar al aire un ampuloso y prepotente eslogan: “Podemos”. Ciertamente, hasta ahora, a trancas y barrancas y frente a equipos de muy segundo orden, van pudiendo, con algunos apuros, pero… ¿después de haberlos visto jugar y de haber visto jugar a Holanda, cómo es posible seguir manteniendo tal eslogan? Lo más probable, no es que esta Eurocopa haya encontrado ya su dueño en aquel país (por cierto patria de Erasmo) sino también la próxima Copa del Mundo. Porque, desde luego -el futbol, en sí, es un bello juego- ha vuelto la “naranja mecánica” y, si llegamos a enfrentarnos a ellos, desde luego, podemos… Podemos hacer el ridículo, con toda seguridad… Pero, eso sí, ¡¡España… España!!
Yo, también he gritado lo mismo, aunque más cómodamente, desde mi propia casa. Y, como podrán ustedes ver, no es mentira que me haya pintado la cara, para regocijo de mi nieto. Pero -eso también- hasta donde pueda y me dejen sus padres, pondré el mayor ardor en que mi nietecito no sea nunca futbolista, sino, a ser posible, pianista o violinista… Por cierto, el árbitro alemán -no recuerdo su nombre- que ya ha arbitrado dos partidos en esta Eurocopa, lo es, es pianista, además de director de Orquesta. Por cierto, acabo de consultar su nombre y lo he conseguido, se llama Herbet Fandel. ¡Claro que es alemán…y allí casi todos lo son! No ya alemanes, claro, sino pianistas o directores de Orquesta. Pero, ya dijo nuestro Jesús López Cobos, en su día, que “ser Director de Orquesta en España, es mucho más difícil que ser torero en Finlandia…” Mucho más difícil aún, naturalmente, ser director de Orquesta después de haber sido árbitro de futbol. A pesar de todo, ¡¡España… España!! Siempre España, la patria de mis padres. Mi Patria. Luis Madrigal.-
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