Me escribía, hace ya algunos días, mi querida amiga Alicia María Abatilli, de Córdoba (Argentina,) a quien no conozco personalmente, pero sí creo conocer muy bien en lo que sustancialmente es una persona. La conozco por lo que escribe públicamente y a través de lo que, en alguna ocasión, por conducto privado, me ha escrito a mí. Y por este medio privado, me decía últimamente que se encontraba sumamente triste y decaíada. Alicia, es colega y correspondiente de Blogs. El suyo está en el mío y el mío en el suyo. Pueden, o podéis comprobarlo ahora mismo y podréis observar también una delicada y sensible prosa poética, que Alicia lleva a su Blog con cierta frecuencia y que, a veces, pone en verso. Ya es bien sabido que el verso tan sólo es la forma, por mucha belleza que llegue a alcanzar, mientras que el contenido, la prosa en este caso, es la poesía. Sobre ello ha habido y hay encendidas discusiones, ya desde la sostenida entre la escuela sevillana de Herrera y la castellana de Fray Luis. Pero, ahora vamos a dejar al margen tales discusiones. El caso es que la prosa de Alicia María Abatilli, siempre dulce y llena de ternura, aunque a veces se haga ligeramente irónica, sin alcanzar nunca el sarcasmo ni el epigrama, encierra a mi juicio verdadera poesía. Y, como he dicho, hace algunos días, Alicia me escribía para hacerme sentir su decaimiento y notable disminución del gusto por la creación literaria, porque había comprobado que la estaban plagiando. Ella misma -en otro lugar al que, por mi libre cuenta, ya había antes podido yo tener acceso- considera que, quienes plagian, atribuyéndose lo que otro crea, son seres disminuidos, minusválidos intelectuales, que necesitan una "silla de ruedas" para deambular en este proceloso piélago de la Literatura. Yo, creo más bien que son simples delincuentes, como puede probarse, a tenor de lo que al menos en España -y pienso que en la mayoría de los países- dispone el artículo 270 del Código Penal, sin perjuicio, a su vez, de no ser nada ni nadie, porque no hay cosa más aburda y ridícula que plagiar, al resultar casi lo mismo que "hacer trampas en un solitario". Por ello, creo también que es bueno y necesario olvidarse de estos pequeños delincuentes, una vez se produce el "atraco", pese a perpetrarse con la mayor alevosía por parte del agresor y la mayor indefensión por parte de la víctima. No digo tampoco que -antes- no sea preciso adoptar ciertas precauciones y -después- acudir a los Tribunales de Justicia. De la Justicia penal, naturalmente, tan sólo para poder comprobar si alguna vez, por pura casualidad, imponen a estos pobres, pero miserables individuos, la correspondiente reparación económica, sin perjuicio de meterlos en la cárcel. Pero, lo que, en este caso, a mí más me ha inquietado es que Alicia me diga que, tras comprobar la deshonesta atribución de sus poemas por parte de otras personas, se haya quedado "paralizda", sin posibilidad de poder volver a escribir nada, y hasta me haya pregundao si conozco yo la manera de recuperar la inspiración. No puedo yo aspirar -pobre de mí- a tal cosa, pero sí creo poder hilvanar -con la ayuda de algunos sabios aunque sin plagiar a ninguno- algunas reflexiones sobre la tristeza, sea lo que fuere aquello que haya sido capaz de producirla. Porque, esta sensación, o sentimiento anímico o, como escribe Sigmund Freud, "desazón dolida", por dolorosa, añadiría yo humildemente y -según el criterio o perpespectiva desde los que haya de ser enjuiciada- hasta vicio moral, es algo especialmente complejo, cuyo concepto ha ido dando vaivenes, balanceos sucesivos, hasta experimentar a lo largo del tiempo, no sólo cierta evolución, sino contradicciones notorias. Pero, no hay que alarmarse, porque al final, estar triste, simplemente eso, no es ningún vicio. ¡Pobre Alicia!. Sólo le faltaba eso, que además de ver en conflicto la autoría de sus poemas, estuviese contrayendo un vicio.
Como ya he dicho, en su ensayo "Duelo y melancolía", Sigmund Freud, escribe que "la melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí..." Freud es un psicoanalista del siglo XIX, nacido en 1856, aunque muerto en 1939, pero, por su parte, Aldous Huxley, llevando la cuestión a la Edad Media, nos habla de la acidia, o acedia, y cuenta al respecto que los cenobitas de la Tebaida eran visitados por infinidad de seres o espíritus malignos, y que, casi todos, aparecían al caer la tarde, con la llegada de la noche. Sin embargo, uno de aquellos espíritus del mal, aparecía justamente cuando el sol se encontraba en todo lo alto, en el ardiente desierto, y por ello era llamado "daemon meridianus". Con el tiempo, este demonio, a lo largo de toda la Edad Media, pasó a ser conocidio con el nombre de "acidia" o "acedia", o "taedium cordis", extendiendo su maléfica influencia, no sólo a los monjes, sino también a los laicos. En su caminar hacia la última desesperanza, era la causa de la gastrimargia, la fornicatio, la philargyria, la cenodoxia, la ira, la superbia y... la tristitia. La tristeza, por tanto, a la que San Pablo llama "el pecado de la aflicción mundana", procedía de la acidia, que en realidad era la pereza. No todo, sin embargo, en la acidia era malo o negativo. Cuando Bodelaire, en "Les Fleurs du mal", escribe su primer poema, lo titula "La destrucción", para recordar el valor del Arte, esto es, del ideal que tenía puesto en el Arte, aunque, tentado por el demonio, se encontrase pagando el tedio y la confusión. No obstante, en esta perspectiva, en la que cabría situar a Bodelaire, la lucha contra la acidia habría producido la tristitia salutifera, que no sería otra cosa sino el luto, la tristeza, que crea la alegría.
Tal vez por ello, el filósofo español contemporáneo y coetáneo, José Antonio Marina -alguien de quien los estudiantes de Bachillerato de hoy día han oído hablar más que de Aristóteles- al recordar que, en el Catecismo tradicional, la pereza estaba considerada como uno de los siete pecados capitales y, sobre todo, al recordar la receta de entonces "contra pereza, diligencia", subraya con agudeza que, actualmente, "diligencia", significa actuar con prontitud -el propio Código Civil español constantemente pondera o exige la "diligencia" propia de un buen padre de familia- pero que, originarioamente, el término "diligencia", procede del verbo latino "diligo", que significa amar, con lo que deberíamos estar diciendo "contra pereza, amor". Los monjes de la Edad Media, sentían la tristeza, sobre todo después de comer, porque les parecía que, en aquel momento, todos los bienes espirituales carecían del menor sentido y, por ello, eran conscientes de que la "acidia" era un pecado contra el amor de Dios. Por eso, se dijo entonces, "contra pereza, diligencia". Esto es, amor.
Animo, pues, querida Alicia. Es muy posible que te pase en estos momentos algo parecido a lo que le sucedía a Bodelaire. Que te encuentres invadida de una tristitia salutifera, no porque te hayan plagiado, sino porque has descubierto el valor del arte, al ser descubierto a su vez por los que te plagian. Y por ello, en tu tristeza, debes también encontrar la alegría. Sobre todo, ten siempre presente, querida niña, que a ti te sobra amor para superar "la pereza". Espero poder leer pronto tus nuevos poemas. Un abrazo, cariño. Disfruta a continuación de los acordes de aquel insuperable genio de Bonn, de los que hoy Europa entera ha hecho su Himno. Un Himno a la Alegría. Luis Madrigal.-
Como ya he dicho, en su ensayo "Duelo y melancolía", Sigmund Freud, escribe que "la melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí..." Freud es un psicoanalista del siglo XIX, nacido en 1856, aunque muerto en 1939, pero, por su parte, Aldous Huxley, llevando la cuestión a la Edad Media, nos habla de la acidia, o acedia, y cuenta al respecto que los cenobitas de la Tebaida eran visitados por infinidad de seres o espíritus malignos, y que, casi todos, aparecían al caer la tarde, con la llegada de la noche. Sin embargo, uno de aquellos espíritus del mal, aparecía justamente cuando el sol se encontraba en todo lo alto, en el ardiente desierto, y por ello era llamado "daemon meridianus". Con el tiempo, este demonio, a lo largo de toda la Edad Media, pasó a ser conocidio con el nombre de "acidia" o "acedia", o "taedium cordis", extendiendo su maléfica influencia, no sólo a los monjes, sino también a los laicos. En su caminar hacia la última desesperanza, era la causa de la gastrimargia, la fornicatio, la philargyria, la cenodoxia, la ira, la superbia y... la tristitia. La tristeza, por tanto, a la que San Pablo llama "el pecado de la aflicción mundana", procedía de la acidia, que en realidad era la pereza. No todo, sin embargo, en la acidia era malo o negativo. Cuando Bodelaire, en "Les Fleurs du mal", escribe su primer poema, lo titula "La destrucción", para recordar el valor del Arte, esto es, del ideal que tenía puesto en el Arte, aunque, tentado por el demonio, se encontrase pagando el tedio y la confusión. No obstante, en esta perspectiva, en la que cabría situar a Bodelaire, la lucha contra la acidia habría producido la tristitia salutifera, que no sería otra cosa sino el luto, la tristeza, que crea la alegría.
Tal vez por ello, el filósofo español contemporáneo y coetáneo, José Antonio Marina -alguien de quien los estudiantes de Bachillerato de hoy día han oído hablar más que de Aristóteles- al recordar que, en el Catecismo tradicional, la pereza estaba considerada como uno de los siete pecados capitales y, sobre todo, al recordar la receta de entonces "contra pereza, diligencia", subraya con agudeza que, actualmente, "diligencia", significa actuar con prontitud -el propio Código Civil español constantemente pondera o exige la "diligencia" propia de un buen padre de familia- pero que, originarioamente, el término "diligencia", procede del verbo latino "diligo", que significa amar, con lo que deberíamos estar diciendo "contra pereza, amor". Los monjes de la Edad Media, sentían la tristeza, sobre todo después de comer, porque les parecía que, en aquel momento, todos los bienes espirituales carecían del menor sentido y, por ello, eran conscientes de que la "acidia" era un pecado contra el amor de Dios. Por eso, se dijo entonces, "contra pereza, diligencia". Esto es, amor.
Animo, pues, querida Alicia. Es muy posible que te pase en estos momentos algo parecido a lo que le sucedía a Bodelaire. Que te encuentres invadida de una tristitia salutifera, no porque te hayan plagiado, sino porque has descubierto el valor del arte, al ser descubierto a su vez por los que te plagian. Y por ello, en tu tristeza, debes también encontrar la alegría. Sobre todo, ten siempre presente, querida niña, que a ti te sobra amor para superar "la pereza". Espero poder leer pronto tus nuevos poemas. Un abrazo, cariño. Disfruta a continuación de los acordes de aquel insuperable genio de Bonn, de los que hoy Europa entera ha hecho su Himno. Un Himno a la Alegría. Luis Madrigal.-
1 comentario:
Tristitia salutifera... Sí, creo que eso es lo que ando sintiendo, pero estoy convencida que todo pasa, TODO. Lo que no pasa es tu amistad, tus palabras generosas y siempre bien cuidadas.
Quizás lo del plagio fue un detonante de algo más, que esa melancolía de la que hablas la arrastro por otras causas, lo importante es saber cuáles son...
Pero por ahora me autoanalizo... todo sea por un ahorrar un peso en los analistas, ja,ja.
Hermoso lo que escribes de mí, hermoso y generoso.
Comparto tu cariño y siento lo mismo.
Lástima que los que plagian no intentan también hacerlo con los buenos sentimientos... una tontería quizás, pero por ahí copiando a los bondadosos, a la larga terminan siendo más buenos...
Gracias Luis, gracias.
Alicia
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