sábado, 13 de septiembre de 2008

¿UN REY, VESTIDO DE ROCIERA?


No había entonces, y sin duda no hay ahora también, más que comprar determinados periódicos, para saber qué podría y puede leerse. Y sobre todo, no hay más que leerlos para comprobar la enfermiza obsesión que aquejaba y aqueja a algunos de los que "escriben" en ellos. Porque, más que escribir, escupen. En general, suelen hacerlo contra el Romano Pontífice, "la patronal", Los Estados Unidos de América, "la derecha capitalista", el PP y sus dobermans, el Santo Rosario, las monjitas de Santa Clara y contra cuanto -en el más amplio sentido- se aparta o resulta contrario a la sociedad de progreso. Dentro de tal abstracción, conceptualmente nada nítida y por tanto escasamente inteligible, tan sólo cabe albergar, por lo que parece, las más despreciables muestras de grosería, ordinariez y asilvestramiento. Y por supuesto, sobre todo, de odio. De un odio atrabiliario, singularmente cultivado por "lo que pasó", sin que nunca transcurra tiempo suficiente para olvidarlo, con sus atrocidades y sus situaciones de innegable injusticia y barbarie, porque de esto habría mucho que hablar, cualquiera sea la posición o la perspectiva desde la que el espectador, serenamente, desee observar la Historia. Para estas mentes, el tiempo no pasa. No llega nunca la hora del sosiego, de la mano tendida a quiénes en el pasado y en otras circunstancias muy distintas, fueron, con toda razón o hasta sin ella, implacables enemigos. Y..., ¡hala!, tomando el rábano por las hojas, allá va el escupitajo, envuelto en la más negra bilis.

Si he de ser rigurosamente sincero conmigo mismo, he de admitir la certeza más objetiva de lo que acabo de decir, esto es, que quizá yo mismo también formo parte,
sensu contrario, de ese odioso grupo de "recalcitrantes" tardíos, aunque también debo decir que, en este caso, me ampara la eximente de no haber tenido de un modo coetáneo oportunidad alguna de replicar a lo que, hace ya algunos años, escribió un 31 de Enero, en el dominical del órgano de expresión predilecto de los de su misma clase y condición, una de sus más consumadas especialistas en toda clase de productos hepáticos, la señora o señorita Maruja Torres, esa mujer tan fea y desagradable. Su especialidad alcanzó en aquella ocasión especial virulencia, porque se trataba de escupir contra los militares, contra "todos en general" -no fuera a enfadarse aún por entonces el dios Marte hispano- es decir con el "salvoconducto" de no constreñir el insulto "a los militares españoles". Muy valiente ella. Pues bien, según su criterio, el estamento castrense goza de privilegios y prerrogativas injustificables, en "una especie de limbo privilegiado", salvo pretexto de "salvar a la patria", mostrando su terrorífica tendencia a "sobrepasarse en el uso de la autoridad" para "tener siempre a la población civil bajo sospecha" y terminar por "autoproclamarse impunes".

La "obertura" de este trepidante recital, procedía de un arrebato de evocación operística. Nada menos que en alusión expresa y directa a Lorenzo da Ponte, el libretista de Mozart en "Cosi fan tutte", y desde luego únicamente para que el lector pudiera enterarse de la inmensa cultura musical de la gacetillera. Lo demás era falso, o sea que da Ponte no tenía ni idea al respecto. Si la "bella vita militar" es tan buena para las gentes de uniforme, ello no se debe al "Ogni di si cangia loco" del coro, en el acto primero, que quedaría reducido meramente al ámbito "turístico", sino a las oprobiosas razones ya indicadas: Abuso de autoridad, civiles bajo la bota y, sobre todo, autoproclamación de impunidad. Para eso, sólo por eso, siguen todos los militares su vocación de tales y por esas únicas razones su vida es tan buena, próspera y gozosa. Esto era, más o menos literalmente, lo que entonces decía la citada señora. Para aborrecer más, más sañudamente, a la familia militar, había que intentar además ridiculizarla, con evidente y palmario animus injuriandi. Y por ello, fruto de esta maligna intención, tan deliberadamente residente en las asaduras, nada podía extrañar el exabrupto con el que seguidamente obsequiaba a "la basca castrense mundial", siempre cargada de "atavíos, penachos y medallicas..." En resumidas cuentas, de "mariconadas". Pero, la cosa no terminaba ahí. Sólo comenzaba. Por si fuera poco, había que añadir que "los militares, con los collares, comparten con los curas y sus faldas su impunidad (la más leve) para lucir esplendidos disfrazados de locazas sin necesidad de ir a Río de Janeiro". ¿Lo ven? Ya están casi todos. Los militares y los curas. Por el momento, se van librando del escupitajo las monjitas, el PP con sus dobermans y -sólo relativamente- el "Séptimo de Caballería", en su advocación específicamente yanqui. Y, por otra parte, parece ser que todos los militares, no sólo se adornan con "mariconadas", sino que son unas "locazas". ¿Pero, no quedábamos en que los maricones, las lesbianas y otras especies similares son algo maravilloso, llenos de sensibilidad e infinidad de valores, en esa Arcadia bucólica y feliz del progreso?. Excepto, parece ser, cuando conviene utilizar sus símbolos, distintivos, o señas formales de identidad, condición o tendencia sexual, para injuriar a los militares. El símil propuesto, me hizo recordar la agudeza de aquel moreno y simpático jugador de baloncesto, sorprendido de que, en un país tan demócrata, liberal, antixenófobo y antirracista como España, los hinchas del equipo rival -cuando jugaban en campo contrario- llamasen hijos de puta a sus compañeros y a él le llamasen negro. Para esta mujerona "juntaletras", pasaba algo parecido: Los maricones son maravillosos, pero los militares son unos maricones.

Además del primer "rábano" -musical y erudito- había un segundo, que venía a ser el fondo del asunto, el
leiv motiv, lo que impelía a la columnista a tan hondas reflexiones sobre la institución militar. Se trataba de una fotografía que ella había visto en Internet, en la que aparecía el General Augusto Pinochet, que "salvó a su patria del comunismo", ya que "no iba a fusilar a la patronal..." ¿Se dan ustedes cuenta?. Ya están practicamente todos. Sólo faltan las monjitas. El rábano, se toma por las hojas de Pinochet, no por las del "padrecito" Lenin, o el camarada Stalin, que, en vez de salvar a su patria de la lacra del comunismo, lo inventaron e impusieron a medio mundo tan "democrática" e "incruentamente", y que no fueron nunca militares, pero sí cosas atrozmente distintas. Ni tampoco por otras "hojas", las del asesino "Comandante" Fidel Castro, que por aquel entonces aún se vestía, sin serlo, de militar, sin "medallicas", pero con pistolón al cinto. Gente como esta desvergonzada gacetillera, hay mucha, pero toda ella es tuerta -del ojo izquierdo- y sólamente ve medio campo, además con cierto retraso, aunque en realidad, más que con su único ojo, lo ve todo con el hígado.

El dictador chileno, resultaba más dictador, más asesino, más peligroso y más dado al "choteo". Quizá, sólo por eso,
"a su lado, María del Monte vestida de rociera es una minimalista". Lo más grave era que la foto del General, en semejante guisa romera, aparecía en Internet ocupando la mitad de una postal al lado de la del Rey de España, que ocupaba la otra mitad, lo que, a juicio de la citada "Maruja", debería haber propiciado alguna inmediata y enérgica actuación de "Zarzuela". Cuando así se instaba, era de suponer que S.M. el Rey Don Juan Carlos I, aparecería con el atuendo propio de cualquier honorable ciudadano (como los notarios, los carpinteros o los otorrinolaringólogos) y no vistiendo el ridículo uniforme de Capitan General, en su calidad de Comandante en Jefe de las Reales Fuerzas Armadas que le atribuye el artículo 62, h) de la Constitución Española. Y también hay que suponer que, de entre esos "collaricos", con los que los militares se disfrazan de "locazas", no se habría elegido para la ocasión el Toisón de Oro, ese collar propio de la realeza española, tanto de los Habsburgo como de los Borbones. De lo contrario, las enérgicas protestas del Palacio de la Zarzuela, por lo que excluivamente se refiere a la vestimenta, se verían notablemente debilitadas hasta el punto de resultar ridículas, toda vez que, según la particular, miope y tuerta visión de esa desvergonzada mujerona, los españoles tendríamos un Rey "maximalistamente" vestido de rociera. Luis Madrigal (Alferez de Complemento del Arma de Infantería).-

A la memoria de mi hermano Froilán, que lucho heróicamente contra el marxismo-leninismo en el Frente de Matallana (León) y en la victoriosa Batalla del Ebro, y de mi suegro, don José Ortiz Morales, músico militar.

Y, como muestra de desagravio, a mi amigo y cuñado, Manuel Ortiz Durán, Coronel del Arma de Aviación.

Arriba, excelente pintura de S.M. el Rey de España, luciendo el uniforme de gala de Capitán General y Comandante en Jefe de las Reales Fuerzas Armadas.


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