El orden, no es, tan sólo, la adecuada colocación o disposición de las cosas. Ya se sabe: Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio. Esto, a lo sumo, no puede ser más que una descripción meramente instrumental, externa, epitelial, de la idea de orden. Y ello, por dos razones que creo radicales. En primer término, se refiere tan sólo a las cosas. Y las cosas, no existen, sino que únicamente “están ahí”. Es el “dasein” de Heidegger. Esta palabra alemana tuvo que ser inventada, porque en esa gran legua no existen, sin embargo, dos verbos, como en castellano, ser y estar, con lo cual el gran filósofo existencialista hubo de inventar su “dasein” (o “estar ahí”), que referido a las cosas equivale a afirmar que éstas no existen, porque existir es “estar en el tiempo para ser”. Y en este sentido, el único que existe es el hombre, el ser humano. La cosas, no pueden existir porque, aunque perduren millones y millones de años -con independencia de que puedan destruirse o transformarse, si hemos de dar crédito a Lavoisier, un vulgar químico francés del siglo XVIII- jamás podrán alterar su propia naturaleza de cosas, como un gato no puede dejar de ser gato, para ser perro o caballo, por muchos años que viva. Casi en el mismo sentido, tampoco existe Dios, sin que esta afirmación, que pudiese parecer excesivamente rotunda o radical, pueda contener la menor brizna de ateismo. Dios, ni existe ni puede existir, por que ya es, eternamente, y ni necesita ni puede albergarse en el tiempo, al igual que las cosas, que tampoco están en el tiempo, sino tan sólo “ahí”. Así, pues, sólo existe el hombre, el ser humano, por lo que, en consecuencia, el orden en las cosas, aunque necesario, no puede ser esencial. Y, en segundo lugar, aquella descripción, tampoco puede contener más que una sola -la del orden espacial- de las muy diversas dimensiones o sentidos de la idea de orden, la cual, en su unidad, pueden alcanzar hasta siete más. De tal manera que, al orden espacial, hay que añadir inmediatamente la idea del orden temporal, tan asociado a aquél. El orden temporal, consiste en realizar cada acción en el momento oportuno, para que pueda aportar la conveniencia o utilidad que se persigue. Y, así, es preciso considerar también el orden estático y su antípoda, el dinámico. El orden estático, o de composición, es aquel que dispone las cosas iguales y desiguales para dar a cada una de ellas la entidad y consideración que respectivamente merecen, porque es evidente que, ni las cosas ni las personas, son todas iguales, ni en consecuencia pueden ser ordenadas de la misma forma. Esta dimensión del orden se enuncia en el principio que San Agustín, en su “Civitate Dei”, formuló como “Parium dispariumque rerum sua cuique loca tribuens dispositio”. Su antípoda, el orden dinámico, llamado también teleológico o de finalidad, consiste en la adaptación y disposición de cada cosa a su propio fin. En efecto, no es posible escribir con una escoba ni barrer con una pluma estilográfica. Esto sería, verdadero des-orden, en el sentido apuntado. Y fue otro gran genio de
Parece ya ahora más claro que, el orden, no sólo es, o consiste, en aquella descripción inicial, (la “colocación” de las cosas, ya en cajones o armarios, ya en modernos archivadores para CD o DVD), ni tampoco en verse uno obligado a observar forzosamente una determinada conducta porque un “guardia de la porra” nos obligue a ello. El orden, como se habrá podido ver, con independencia de sus categorías específicas, en su concepción unitaria, resultante de la mezcla de todas ellas, es mucho más. Muchísimo más. Está impreso en el universo entero y en el alma humana. El orden, no necesita ser explicado, lo que requiere explicación es el des-orden, causado tan sólo por el libre albedrío humano. Así, pues, el orden preside todos los fenómenos naturales, las estaciones del año; el curso de los planetas, de sus órbitas o derivaciones periódicas, regulares o irregulares, más o menos exactas. Y está presente también en el cultivo, desarrollo y recolección de los frutos de la tierra. En consecuencia, el orden es el objeto de
No obstante, aparte la asquerosa pintada que hoy ensombrece esta entrada -todas las pintadas en las paredes son asquerosas, pero algunas mucho más que otras- no puedo resistir la tentación de aportar otras dos excelentes y repugnantes muestras de des-orden, en este caso de des-orden "musical". Aquí las tienen, las tenéis todos, seguidamente. ¡Que Dios les perdone!
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