AL REY QUE NO LO ES DE ESTE MUNDO
I
Suenan trompetas, tambores,
cuando crecido está el heno.
Se oyen lejanos clamores
que siguen a un Hombre bueno,
al creador de las flores.
¡Es Jesús, el Nazareno
que, herido por honda pena,
ha aceptado cruel condena!
II
Suban todos los trigales
hasta la cima del cielo.
Que callen todos los males…
Que a todos trae el consuelo
y, para ser inmortales,
un Hombre-Dios besa el suelo.
¡Pues, no hay mayor hermosura
que, por amor, la amargura!
III
Más de treinta y seis azotes
y una corona de espinas,
-de sangre muestra sus brotes-
le ungirán… Tras las esquinas
se hermanan burlas y motes,
entre espadas asesinas.
¡Nadie ampara al Redentor,
solo, frente a su dolor!
IV
Abrazando el pavimento,
se arrastra por una Calle
cuyo nombre cobra acento
de Amargura, sin que halle
ni un alivio, ni un momento
de evitar que se desmaye.
Mas una Mujer, toda alma,
enjuga su rostro en calma.
V
Al fin, entre dos ladrones,
uno avieso y otro bueno,
El Rey de los corazones
vierte su sangre, y un trueno
rompe tensas emociones…
Pero, Él se encuentra sereno.
Cuando un temblor rasga el cielo,
el hombre encuentra el consuelo.
Luis Madrigal
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