Fue nada menos que Don Eugenio D´Ors, no sólo
jurista prestigioso sino también filósofo
-que revestía ambas condiciones en el más riguroso sentido y estilo
académicos- quien impulsó la creación
del Instituto de España. La entidad y
categoría intelectual de D´Ors, resulta contundentemente sólida y
sistemáticamente científica, en el más amplio pero también genuino concepto de
“ciencia”. Tras haberse licenciado en la Universidad de Barcelona, en el año 1903,
obtuvo el Doctorado en Derecho en la Universidad Central, como se llamaba
entonces a la de Madrid, y asimismo el Doctorado en Filosofía por la
Universidad de Barcelona, en 1913. “Los
argumentos de Zenón de Elea y la noción moderna de Espacio-Tiempo”, fue su
tesis doctoral, brillantemente desarrollada sobre uno de los puntos más cruciales
de toda filosofía, pese a no haberse hecho pública hasta muy recientemente, en
esta misma década de los años dos mil, en la que nos encontramos. Sin duda por
ello, ya en el año 1914 se presentó en Madrid a unas oposiciones para una de
las Cátedras de la Facultad de Filosofía en la Universidad de su ciudad natal,
Barcelona, pero lamentablemente sólo -¡”sólo”!- obtuvo el voto favorable de Don José Ortega y
Gasset. Por eso, D´Dors, derivó hacia otros caminos, que le llevaron no sólo a
ingresar en los movimientos literarios, sino también en los del arte, siendo
asiduo participante en las tertulias del famoso Café barcelonés “Els Quatre Gats”, donde coincidió con
Pablo Picasso y otros artistas, ejercitando en los periódicos de la “Ciudad
Condal”, no sólo la creación y crítica literaria sino también la artística,
siendo autor de tres libros sobre pintura: “Paul
Cézanne” y “Pablo Picasso”, en
1930, y “Du Baroque”, en 1935. No
obstante, su amor a la Filosofía, le había llevado a recibir clases del
filósofo francés Henri Bergson, Premio Nobel de Literatura en 1927 y a la
favorable acogida de Don Manuel García Morente
- quien le prologó el primero de sus libros de filosofía- y del mismo
Don Miguel de Unamuno.
Así, pues, D´Ors no era cualquier cosa y menos aún
ningún saltimbanqui, sino un “todo
terreno” en la esfera del pensamiento y de la palabra como cimiento y
germen sumos de la expresión conceptual y del sentimiento. Vienen a cuento
estas consideraciones previas, en relación con lo que casi inmediatamente diré.
Cuando, en el año 1937 -la Guerra Civil española le había
sorprendido en Francia- Eugenio D´Ors
impulsa la creación del Instituto de
España, la finalidad perseguida era la que dicha institución ejerciese de
vínculo integrador del espíritu común, en sus diversas finalidades específicas,
de las ya entonces 6 Academias nacionales existentes, con el
nombre de “Reales”, que tenían antes
del comienzo de la Segunda República Española, en unión de otras de posterior
creación, a las que alcanza también tal augusta denominación. Fueron
reglamentariamente reguladas en virtud de los Decretos de 8 de Diciembre de 19 37 y de 1 de Enero de 19 38
y, ya con anterioridad al segundo de los mismos, el día 27 de Diciembre de 19 37, en
la Ciudad de Burgos, tuvo lugar la sesión fundacional del mencionado Instituto,
con la presencia de las entonces Seis Reales Academias que lo integraban. La
primera sesión solemne se celebró en el Templo del Saber, el Paraninfo de la
histórica Universidad de Salamanca, el día 6 de Enero de 19 38. Años más tarde, en
1947, se promulgaron los Estatutos del Instituto
de España, que, como corporación nacional, constituye el máximo exponente
de la cultura española en el orden académico. Por ello se le ha llamado el “Senado de la cultura española”. Su
objeto y finalidad son los de mantener y estrechar los lazos intelectuales y
espirituales entre las actualmente Ocho Reales Academias nacionales: La de la
Lengua; la de la Historia; la de Bellas Artes de San Fernando; la de Ciencias
Exactas, Físicas y Naturales; la de Ciencias Morales y Políticas; la de
Jurisprudencia y Legislación y las Nacionales de Medicina y de Farmacia. Dado
el momento político de su creación, el emblema que inicialmente adoptó el
Instituto de España, fue el Víctor,
aunque sólo en parte, en cuanto símbolo universitario, puesto que tal estigma
tiene ya su origen en la Roma clásica.
Pues bien, ayer mismo he podido enterarme de que,
lamentablemente, otra vez más, y van ya demasiadas, el día 1 del corriente mes
de Enero, de este mismo año -¡mal
empezamos el año!- ha tomado posesión
del sillón “Z” de la Real Academia de la Lengua un señor llamado don José Luis
Gómez García, nacido en Huelva, el día 19 de Abril de 19 40 y que, hay que suponer,
después de asistir a la escuela primaria de su pueblo -para aprender los quebrados y el sistema
métrico decimal, además de las reglas de ortografía y de las cuatro aritméticas- inició su formación, sin episodio académico intermedio
alguno, en el Instituto de Arte Dramático de Westfalia, en Bochum y en la
escuela de Jacques Lecoq, en París, para realizar después trabajos
profesionales como actor, “mimo”
y más tarde “director de movimiento”
-eso sí, en los principales teatros de la República Federal de
Alemania- además de otros celebérrimos
ámbitos y foros internacionales, en los que, sin duda, habrá dado o habrá
enseñado a dar toda clase de saltos con la cara pintada de blanco, al estilo
más clásico de los “mimos” o hasta sin pintar de ningún color, sin perjuicio de
haber trabajado con excelsos cineastas como Armiñán, Bollaín, Camino, Chavarri,
Gutiérrez Aragón (¿se tratará de Miliquito, o “signo que lo represente”?), De
la Iglesia, Losey, Pilar Miró, Saura, Gonzalo Suárez y… Pedro Almodóvar. ¡Vaya
curriculum, Excmo. Sr.! Es decir, han
nombrado académico de la Lengua a un cómico, a un saltimbanqui, a un titiritero
o, a lo sumo, a una hierática estatua con la cara pintada, a la que tal vez,
cualquiera ha podido depositar unas monedas en el cestito de mimbre yacente al
pie de su escabel de exposición, o de exhibición, en Navidad, en la Puerta del
Sol de Madrid. A este señor, le han nombrado académico, para sustituir, en el
mismo sillón, a Don Francisco Ayala. Este otro donnadie que soy yo, desde la más profunda humildad, pero también
desde el mínimo rigor intelectual y académico, protesta indignada y
enérgicamente, ante quien proceda, pese a que nadie pueda oírme, por tan
exorbitante y monstruosa designación. Ya España, no puede llegar a cota más
degradante y degradada de categoría, talante y estilo intelectual. No es que el
nuevo académico de la Lengua, tenga que sentirse “endeudado con Francisco
Ayala”, como parece ser ha manifestado, “por
su centenaria sabiduría”. No, no es exactamente eso. Lo que realmente
sucede es que esa ex-noble Casa se ha “enmierdado”
hasta la coronilla. Para colmo, o remate de la fiesta, el neófito fue recibido
en la Academia por otro que “tal baila”, el ilustre periodista, ex-director de
“El País” y autor de cuatro novelas infumables
-de la primera de las cuales, además, por razones de parentesco
consanguíneo, debería sentirse avergonzado-
el Excmo. Sr. Don Juan Luis Cebríán, nombrado asimismo académico, “ex aequo”, por razón de la cuota u
otros trapicheos análogos, en unión de don Luis María Anson (antes Ansón), bajo
el dominio parlamentario del felipismo-polanquismo, de tan infausto recuerdo.
Podrá decir alguien, o muchos pequeños “álguienes”, que el señor Gómez
García (casi tiene nombre de árbitro de
futbol) es nada menos que Director de escena en el Teatro y que el Teatro es
una de la artes clásicas. Todo ello, es verdad. Pero con dos simples y breves
objeciones, quedarían asimismo desmontados todos los argumentos posibles. En
primer lugar, se trata de la Real Academia de la Lengua, no de la de Bellas
Artes, o -si la hubiese- de Arte Dramático. Y, con independencia de
que pueda resultar discutible si los miembros de aquélla han ser únicamente
filólogos o catedráticos de Literatura y Lengua Española, estudiosos de todos
los fenómenos lingüísticos; de la morfología, etimología, sintaxis y prosodia
de las palabras; en suma del arte de utilizarlas con el deliberado intento de
crear precisión, contenido semántico, limpieza, elegancia y siempre armonía y
belleza, el hecho cierto es que, aun cuando puedan elegirse para tales “sillas”
a “escritores”, el señor Gómez García, que yo sepa, no ha escrito absolutamente
nada. Posiblemente, ni cartas a su familia. Él sólo fue “mimo” y después “actor” y “director
de movimiento”. Y aun cuando el Teatro, propiamente dicho, como género
literario, también pertenezca al mundo de la palabra, y lo sea en cuanto a la oralidad, más que a la palabra escrita, su máximo valor literario y,
por tanto lingüístico, resulta atribuible al dramaturgo, que es quien escribe
la obra. Sobre esto, me remito a lo que ya manifesté en mi entrada, en este
mismo Blog, correspondiente al Lunes día 26 de Marzo de 2012 . Don Antonio Mingote, era
un excelente dibujante, lleno por otra parte de profunda reflexión y filosofía
superficial. De ser designado académico, debió serlo de la de Bellas Artes,
pero no de la Real de la Lengua, como también lo fue. ¿Hasta cuando estos
extravagantes despropósitos? Este último, en cambio, ya no sólo es un
despropósito. Es una vergüenza. Mayor incluso que lo fue la de galardonar al
difunto Don Francisco Umbral (q.e.p.d.) con el Premio Cervantes.
Nada tengo, ni puedo tener contra las personas, y
por ello, en el presente caso, contra la persona puesto que mi Religión no me
lo permite. Pero lo tengo todo en contra del hecho y del personaje que tan
impropiamente viene a profanar, incluso sin su propia culpa, en su caso, el
sillón en el que se sentase Ayala. Hoy, para mí, es un día muy triste.
Luis Madrigal
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