Los dorados cabellos de la infancia, los ojos azules, se han tornado con el tiempo grises, los ojos cenicientos, tal vez operados ya de cataratas. La ancianidad, ha sido definida como "el último periodo de la vida ordinaria del hombre". También como "antigüedad", o cualidad de antiguo. Ciertamente, no todo lo antiguo, es viejo. Lo antiguo, cuando se refiere a las cosas, puede conservar todo su esplendor, e incluso ganar en fuerza y utilidad decorativa o estética, como los buenos vinos en sabor y graduación, pero en lo que se refiere a las personas no puede dejar de tener connotaciones peyorativas. También se dice, y puede que sea cierto, que una cosa son los años y otra la vida, que el espíritu que habita en el ser humano, puede ser más fuerte que el cuerpo y transcender a éste, sobre el tiempo y la huella del paso de los años. La ancianaidad, ciertamente, no es ninguna "enfermedad" y, aunque resulte propicia a centenares de ellas, todas pueden ser vencidas por las fuerzas de la razón y de la voluntad o, al menos, tan dificilmente superables, alguna de ellas, como a cualquier otra edad. Pero, no podemos engañarnos ilusoriamente tampoco. Con independencia de que no es nada fácil alcanzar un estado de equilibrio humano, fecundo y vitalista, cuando ya se van acumulando los años, también es irrefutable que, si la ancianidad (por mucho que se le llame eufemísticamente "tercera edad", y se organicen, a veces, ridículos e ineficaces acontecimientos festivos) va acompañada de la pobreza extrema, severa, el anciano se convierte en un nido de lacerantes necesidades y angustias. Porque si, al alcanzar determina cota, todo anciano es un desvalido, ello puede resultar especialmente triste si, además de anciano, es pobre. Porque, una y otra cosas, nada tienen que ver. El desvalimiento es una dependencia, de otro u otros, mientras que la pobreza es una carencia y, en ocasiones, de la falta de los recursos mínimos para satisfacer las necesidades más elementales y primarias. Y, cuando al desvalimiento se une la pobreza, la situación es para encomendarse a Dios. Eso, siempre, desde luego. Pero en tal situación, también a los hombres, si estos son capaces de sentir en lo más hondo de su corazón la solidaridad y la ayuda que sólo puede ser fruto del amor. De esto quiere ocuparte Cáritas Diocesana de Madrid en este mes de Febrero, que acaba de comenzar. Luis Madrigal.-
jueves, 2 de febrero de 2012
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2 comentarios:
Precioso y certero texto, Luis. Me solidarizo con todo lo que dices.
Vengo aconsejada por Francis Quintana y, me ha gustado muchísimo este blog.
Vendré con frecuencia.
Besos. María
El texto es tristemente acertado...si...y digo tristemente porque este tema a mí me encoge el estómago...y el alma.
¡Cuántas situaciones injustas hay con los mayores!....en fin...yo tengo a mi padre en una residencia de mayores, sin piernas, y es mi perpetuo remordimiento, aunque, por otro lado, me veo incapacitada para cuidarlo.Cada vez que voy a verlo,vengo con el ánimo y la autoestima por los suelos.
Mi cordial saludo, señor Madrigal.
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