jueves, 5 de enero de 2012

FUNDAMENTALISMO CRISTIANO





EN TORNO A UN LIBRO CRUCIAL


La Festividad que mañana, bien pudiéramos decir esta misma noche  -la mágica Noche de Reyes-  tan llena de ilusiones infantiles, celebra la Iglesia católica, puede ser una excelente ocasión para tratar el tema del que vamos a ocuparnos. En efecto, en lo que respecta a “los Reyes Magos”, ni se sabe si eran magos, ni si eran tres, o más bien diez o doce, ni si eran o no reyes.  Todo esto forma parte de la tradición, por no decir abiertamente del mito. Y esto, en unión de mil cosas más, y mucho más vitales, nos permite hablar de “fundamentalismo”. Tanto la expresión como el concepto, son relativamente modernos. En general, suele denominarse “fundamentalismo” a las distintas corrientes de pensamiento y, en algunos casos de acción, tanto religiosas como políticas, especialmente, de carácter fanático o extremista, que pretenden ser las únicas verdaderas en su propio orden, o en todo caso excluyentes de todas las demás. El fenómeno, suele también, al menos en castellano y en España, denominarse, en el ya indicado sentido amplio, “integrismo”. Pero, en sentido más restringido o estricto, se entiende por “fundamentalismo” la orientación de cualesquiera concepciones religiosas según las cuales ha de darse una interpretación literal a los libros o textos sagrados, como el Corán, la Torá o la Biblia. A estas tres dimensiones, o esferas, corresponderían respectivamente los conceptos de fundamentalismo islámico, judaico y bíblico, es decir, cristiano.

Ya sé que, al referirse al fundamentalismo, en los últimos tiempos, casi todo el que lee o escucha tal expresión, piensa en el islámico, sobre todo cuando se trata de poner bombas o de provocar sangrientos atentados en nombre de Allãh, el dios del Islam, el que parece ser predican los ayatolas e imanes en las mezquitas, llamando a la yihad. Pero no es este el único fundamentalismo. Además de él y del judaico, el del sionismo irredento y también expansionista, existe también por desgracia un fundamentalismo cristiano  -¿y por qué no habría de existir?-  si bien, en los últimos tiempos y no precisamente en el de las Cruzadas, también hay que decirlo, de ningún género cruento ni expansionista. Y es de este último, no de los demás, del que nosotros, los cristianos, hemos de huir apresuradamente, precisamente en nombre de Cristo, aunque también de la verdad que, desde un corazón libre y sosegado, debe buscar todo hombre.

Afortunadamente, ha sido y es dentro y desde nuestras propias filas, las del cristianismo  -desde luego desde el teológica y bíblicamente más liberal y avanzado-  donde ha sonado la alarma en torno a este peligro, verdadera peste contagiosa de todo ser cristiano, en aras de una pretendida ortodoxia y “fidelidad inquebrantable” hacia la doctrina oficial. Porque, a lo que hay que ser fielmente inquebrantable es a la Palabra y espíritu de Dios, que son los conceptos básicos sobre los que gira la Biblia en cuanto sagrada Escritura. Un gran y viejo amigo  -viejo, por el tiempo transcurrido, no por la edad ni el espíritu que le anima- y también mi Consiliario en los tiempos en los que milité bajo la bandera de la Juventud de Acción Católica Española, el M.I.Sr. Don Felipe Fernández Ramos, Canónigo Lectoral  de la Catedral de León, Profesor Dr. de Sagrada Escritura Emérito, en la Pontificia Universidad de Salamanca, ha puesto los puntos sobre las ies, en un magnífico libro, cuya portada sirve de ilustración a esta entrada de hoy, en este humilde Blog. En él (“Fundamentalismo bíblico”, Desclée Brouwer, Bilbao 2008) se aborda una de las claves más importantes para la lectura inteligente de la Biblia. Esa clave crucial, e ineludible, es la de eliminar de raíz lo que él ha llamado “la herejía del literalismo”. Esta nueva herejía, consiste en hacer decir a la Biblia, lo que ésta no puede afirmar, al ser tomada al pie de la letra, porque la letra ha de ser ajustada a los diversos géneros literarios del lenguaje humano. Entre ellos, hay que distinguir entre el género literario histórico, el poético, el alegórico, el simbólico, la leyenda, el mito, el relato milagroso, el género dramático o la historia popular. Y no de las palabras, estrictamente, puede tomarse la verdad.

Pero, además de este aspecto literal y literario, existe otra clave aún más importante, la estrictamente conceptual. Hay que descifrar lo que significa, a título de mero ejemplo, el aspecto de un Dios antropomórfico, que parece actuar como lo hacen los hombres (casi como si fuese “un viejo de barba blanca”) y con sus mismos sentimientos. Y, a su lado, infinidad de narraciones puramente simbólicas, como los siete días de la creación; la salida de Egipto y el paso del Mar Rojo (que, muy posiblemente, además, en cuanto hecho histórico, no fue del Mar Rojo, sino del Delta del Nilo, ni tampoco en época de Ramsés II, sino de Merneptah); las plagas, las incesantes guerras y otras muchas narraciones, que tan sólo han de ser consideradas desde un punto de vista alegórico.

Nada de esto, puede ser considerado “progresista”, o “heterodoxo”, a la vista del transcendental documento de la Iglesia, titulado “La Interpretación de la Biblia en la Iglesia”, con sólida base en el Vaticano II, y en el que el Dr. Fernández Ramos se apoya constantemente, además de hacerlo en el trabajo de destacados exégetas. Libro siempre importante este, y más aún en los tiempos que corren, en los que se hace preciso superar una cosmología arcaica expresada en la Biblia, otorgando a la Biblia lo que tan sólo ella puede decir, pero cediendo la palabra a la Ciencia, para que ésta diga lo que asimismo tan sólo puede ser misión y objeto de la Ciencia. Aplicando la teoría a la Festividad de hoy, de esta misma Noche, lo de menos es este bello cuento de los Reyes, su número o su condición de magos. Lo esencial, y lo que ha de prevalecer en nuestra conciencia, es que, tras nacer como un Hombre, igual a todos los demás, y darse noticia de ello por parte de los Ángeles a unos pastores de Belén, hoy  Dios se manifiesta por si mismo a toda la Humanidad. Esto, es lo esencial. Lo demás puede ser un simple cuento. Luis Madrigal.-





En la imagen superior, el M.I.Sr., Prof. Dr. Don Felipe Fernández Ramos

lunes, 2 de enero de 2012

UN PUENTE Y UN ARROYO




VIERON CORRER EL AGUA


Se oculta el sol y brilla claro el cielo,
sobre el agua que el techo azul refleja.
Cual hilo que devana la madeja,
hacia el Río, un Arroyo, arrastra el suelo.

No miraré ya más mi desconsuelo
ni el silencio, en mi nada, ni la queja;
ni el dulce fruto que tejió la abeja,
aunque, en vez del calor, me cubra el hielo.

Buscad en vuestro cauce, aguas, el Río
-ese trozo de cielo que camina-
que en él se hará verdad mi amor tardío.

Dulce agua de ayer, hoy de mi ruina,
no arrastres su mirada en mi extravío.
Vuelve a mi pobre ser, aun con la espina.



Luis Madrigal
 
 
 
 

domingo, 1 de enero de 2012

SANTA MARIA, MADRE DE DIOS




HIZO RENACER A ESPAÑA


Ya en este mismo Blog se dijo, en esta misma fecha, hace ahora exactamente un año, que hasta no hace mucho, en el día de hoy, 1º de Enero, se celebraba la fiesta de la “Circuncisión del Señor”, ceremonia del Antiguo Testamento que fue totalmente abolida por el sacramento del Bautismo. En su lugar, la reforma litúrgica establecida por el Concilio Vaticano II, fijó para el día 1 de enero la “Solemnidad de Santa María, Madre de Dios”. María de Nazaret, por ser Madre de Dios, es la Reina del Cielo, pero en la tierra goza de muchos segundos nombres, tantos como lugares la proclaman como Reina y Señora. El pasado año, a la ocasión, este Blog trajo a sus páginas la imagen de Nuestra Señora de la Fuensanta, la Fuensantica, Reina y madre de Murcia y de los murcianos. Esta advocación de María, como tantas otras, no giraba ni gira en torno a su Maternidad, a la venida del Hijo recién nacido, sino a su propia Natividad, que se celebra el día 8 de Septiembre, y recordábamos entonces también al respecto lo que proclaman los versos, tan llenos de alegría: “Canten hoy, pues nacéis Vos, los ángeles, gran Señora, y ensáyense, desde ahora, para cuando nazca Dios”. La Fuensantica, que honró este humilde Blog el año pasado, en esta misma fecha,  es una Virgen gozosa, no dolorosa, que puede asociar por tanto el nacimiento de su Hijo a su propio nacimiento. En España, se celebran y honran infinidad de acepciones relativas a Nuestra Señora la Virgen María, y hoy traemos aquí otra, también gozosa  -sin acercarse de momento al dolor, por ser días de alegría-  pero, además, especialmente gloriosa para España y para todos los cristianos españoles, no sólo para Asturias y los asturianos, que la veneran con fervor, y le llaman la Santina. Es Nuestra Señora de Covadonga, la virgencita pequeña y galana, encerrada entre las rocas, en la falda del Monte Auseva, accidente geográfico de los Picos de Europa y convertido hoy en el Real Sitio de Covadonga. Allí, en una Cueva en la que no pueden caber más de 200 personas se refugió el noble visigodo Pelayo, a quien según la tradición se le apareció la Virgen el día de la víspera, para derrotar al potente ejército musulmán en la Batalla de Covadonga, en una fecha que los historiadores no recuerdan exactamente, pero sí fijan entre los años 718 a 722. Aquella victoria significó el origen de la nueva España, cuya primera Capital fue la Ciudad de Cangas de Onís, próxima a Covadonga.




Por eso, en la explanada inferior de Covadonga, está escrita sobre bloques de piedra, la inscripción siguiente:


Aquí en el Monte
Auseva, morada
inmemorial de la Virgen
renació la España de
Cristo con la gran
victoria de Pelayo y
de sus fieles sobre los
enemigos de la Cruz
Años 718-722


Por mi parte, no quiero dejar de traer hoy aquí los breves versos de mi amigo el poeta Alphonso Carbajal, quien dice, en el poema 62 de su IV Libro de Poemas: "Al caer de la tarde" ("Canto de amor desesperado a la Cuna de España"), que sus entrañas se conmueven cada vez que entra en la Santa Cueva: 

"COVADONGA

Sólo un cantar para Ti.

Al penetrar en la Cueva,
un grito salta en mi entraña:
¡Gloria a Ti, Cuna de España,
y a la Cruz del Monte Auseva!"


Allí mismo, junto a la balaustrada que conduce a la Cueva, se encuentra el Sepulcro del Primer Rey de España, Don Pelayo, cuya fotografía me complace insertar seguidamente. Luis Madrigal.-




  

sábado, 31 de diciembre de 2011

ONTOLOGÍA DEL TIEMPO





DICEN QUE HOY TERMINA UN AÑO

Desde que yo era un niño de corta edad, esto es, cuando aún me hallaba, radicalmente, dentro de la más rigurosa y estricta dimensión del viejo aforismo clásico, aristotélico, según el cual el hombre viene a este mundo “tanquam tabula rasa, in qua nihil est spcriptum”, ya entonces -puedo jurarlo-  comencé a sospechar que el tiempo, ese gran misterio ontológico, no era, ni mucho menos, aquello que medían los relojes. Me convencí por completo de mi “teoría”, cuando mi madre me regaló el primer reloj. Un precioso reloj de pulsera, que yo miraba constantemente. No tenía ningún valor, pero para mí era una maravilla. La caja era niquelada, con agujas negras sobre esfera blanca. Era un reloj de pulsera, con correa de piel color avellana. ¡Y tenía segundero! Cada vez que aquella aguja daba una vuelta completa, ya había transcurrido un minuto. Si los minutos llegaban a ser sesenta, había pasado una hora, y si veinticuatro horas un día. Y así sucesivamente. Los años, regularmente, tenían trescientos sesenta y cinco días; cada cinco años, había transcurrido un lustro; cada diez, una década y cada cien, un siglo. ¿Hasta cuándo, y hasta cuánto, podría durar aquello?, pregunté un día. ¡No tiene fin!, me dijo alguien. Eso era ser infinito. ¡Ah…!, pensé para mis adentros: ¡Entonces, el tiempo no tiene límite! ¿Habría podido tener principio? En cualquier caso, no podía “caber” en aquella pequeña máquina que tanto me gustaba llevar prendida de la muñeca de mi mano izquierda. Alguien me dijo que era allí, donde había de situarse este tipo de relojes, que precisamente por ese motivo se llamaban “de pulsera”. No llegué a entender nunca por qué en la muñeca izquierda. Después, pude comprobar que algunas personas, efectivamente, lo llevaban en la derecha. Tal vez, por simple presunción o coquetería masculina, porque me estoy refiriendo a hombres. Quizá para singularizarse y distinguirse de los otros mortales, pretendiendo “ser más”, como he podido observar, alguna vez, hace el Rey de España. También los había de bolsillo. Aquellos enormes y aparatosos “pelucos” de oro, de doble tapa y doble cadena, que se prendían de alguno de los ojales del chaleco, como había visto hacer muchas veces a mi tío Teodoro, cuando vino de Méjico, hecho todo un “indiano”, un señorón que fumaba puros y consultaba constantemente aquel  reloj, haciendo sonar la apertura y cierre de una de sus dos tapas, mientras me hablaba también del de los aztecas y de aquella gran Nación, a la que tanto quería y tanto me enseñó a querer.

Cuando yo tuve aquel primer reloj, había cumplido exactamente 12 años de edad y estaba cursando entonces, creo recordar, el segundo año del Bachillerato, cuando éste constaba de siete. Tres años más tarde, comencé a saber que, además de preguntarse hasta cuándo y hasta cuánto podía durar el tiempo, podía tener sentido  -y mucho- preguntarse hasta dónde llegaba, y si el tiempo y el espacio eran o no una misma cosa, una misma entidad, un ens relativo. Mi afición natural a la Filosofía, en unión de aquel hombre sabio que tuve la suerte fuese mi Profesor en la materia, Don Vicente Losada, me permitieron tener noticia de las dos teorías más importantes que, entonces, ya mediado el siglo XX, pugnaban por abrirse camino en la explicación del origen y consistencia esencial del tiempo, como ser. Esto es, como ente, como entidad ontológica. Y pude saber ya entonces de las  enconadas discusiones entre los físicos y los filósofos a lo largo de la historia, que aún no han llegado a su fin, ni a ninguna conclusión definitiva. En los últimos siglos las posturas se han polarizado en dos teorías. Por una parte, el substantivismo, propugnado por Isaac Newton, que considera al espacio-tiempo como una entidad independiente de las cosas materiales, prescindiendo de que existan o no, y por otra parte, el relacionalismo, defendido por Leibniz, que reduce la naturaleza del espacio-tiempo al conjunto de relaciones entre los corpúsculos o partículas elementales de las que está compuesta la materia y que, por consiguiente, no puede existir sin estos corpúsculos materiales. Las discusiones entre los substantivistas y los relacionalistas se han prolongado hasta nuestros días. Para complicar el debate, han surgido nuevas cuestiones, como el descubrimiento por Gödel de unas soluciones de las ecuaciones de Einstein que implican un tiempo cíclico, o la propuesta de Putnam y Rietdijk, que defienden un mundo de cuatro dimensiones estático, en vez de apoyar la teoría de que el Universo es una sucesión dinámica de mundos tridimensionales. La conclusión es que la unidad espacio-tiempo, continúa siendo un enigma para la Ciencia y para la Filosofía; un misterio, para la Teología y, en consecuencia, un horizonte de negros nubarrones para el hombre.

Sin duda por ello, los hombres, la inmensa mayoría, han decidido divertirse, pasarlo bien, generalmente en todo momento, y de un modo especial en días como el de hoy.  Me han dicho que hoy, es el último día del año. Del año 2011, naturalmente. Con total sinceridad, yo estaba en la creencia de que era ayer, pero no, parece ser que es hoy, esta noche, a las 24 horas del día que transcurre en este mismo momento en el que esto escribo. Será entonces el momento, como mínimo, de abrazarse, de esbozar o romper en verdaderas sonrisas, besos y deseos de felicidad. También  -¡Dios mío, ¿cómo podrá ser posible a estas alturas?!-  de disfrazarse, vistiéndose de “legionario” o de troglodita (¡con el frío que hace!), con “matasuegras” o sin él; incluso de smoking, frac o chaqué, para asistir a algún baile de gala en algún casino o club distinguido, repleto de eso que ahora llaman “glamour”. A mí, antes, desde hace ya bastantes años, ese momento de paso, de tránsito de un año a otro, me  emocionaba y hasta me inquietaba gravemente, pero hace ya mucho, por lo menos casi dos décadas, que no me afecta en absoluto. Nadie se abraza, ni abre una botella de champagne en la víspera inmediata de un nuevo mes; ni menos aún, al pasar de una hora a otra del día. Esencialmente, la diferencia es exactamente la misma. Por eso, ya había decidido muy firmemente proceder con arreglo a esta realidad. Pero, últimamente, este año por ejemplo, me repugna hasta la saciedad escuchar por la calle la cantidad de sandeces, frivolidades y vacías superficialidades que escucho. ¡No lo puedo resistir! Tampoco pretendo, ni mucho menos soy tan iluso, “cambiar la Sociedad”. Y, lo malo, por este motivo, es que la única solución es la de no salir a la calle, ni ver la TV. Esto es, quedarme en casa, meterme, no “en el armario” (aunque pudiese ser esto una solución, “sensu contrario”, después de todos los que han “salido” de él). Meterme y tirar la llave. Ya es un poco tarde para marcharme a alguna isla desierta. O a la Argentina. ¡Qué más quisiera yo! Luis Madrigal.-




viernes, 30 de diciembre de 2011

EN TIERRA CALCINADA




ME MUERO MIENTRAS VIVO


Me muero de tristeza, estando vivo...
¿Y si la muerte 
habita silenciosa en mi morada?
¿Dónde encontrar la vida,
si la suerte,
aciaga cambió el paso y la pisada?
¡No lloraré...!
¿De qué vale un lamento
que se pierde en el aire
y sólo vuelve
tan crudo y sin aliento, al caer la tarde?
Aquí he de respirar,
vivo y doliente,
mientras espero... nada.
Y, si la muerte
es todo lo que tengo,
al menos algo es mío...
Fui sólo un soplo ayer
y ya ahora vengo...
¡Y siento como ayer un hondo frío!


Luis Madrigal




jueves, 29 de diciembre de 2011

REZAN POR ELLA



YO, TAMBIÉN


He leído esta misma mañana, en el diario "El Mundo", de Madrid que, en la República Argentina, las iglesias, los templos, se han llenado de personas para rezar por la salud de la Señora Presidente de la República, Doña Cristina Elisabet Fernández de Kirchner (La Plata, 1953). He podido leer además que incluso han llegado a agotarse las velas y otras ofrendas, intercediendo ante Dios por su vida. Dios me libre a mí, que no soy argentino, de la tentación de inmiscuirme en los asuntos de una Nación, por muy hermana que sea la Argentina, organizada políticamente en un Estado independiente y soberano. Ni eso ni nada remotamente parecido a ello. Sí he de confesar, en ejercicio legítimo de mi libertad de expresión, que esta señora, como su difunto esposo, no fueron nunca personas objeto de mi admiración. También parece, afortunadamente, que la enfermedad que le afecta, aun siendo grave, no lo es tanto como para temer por su vida. Pero sí quisiera, desde este humilde rincón, decir muy brevemente algunas cosas. Concretamente tres: La primera de ellas, es la de ratificar una vez más mi sincera gratitud y profundo cariño hacia la Argentina, pese a algunos de los que, en un pasado no excesivamente lejano fueron sus dirigentes políticos, y tampoco quiero referirme con ello precisamente a los Kirchner. En segundo término, dentro de este sentimiento, en general, de cariño hacia la gran Nación Hermana, debo mostrar rotundamente, ante esta noticia, mi rotunda admiración por el sentido patriótico que une estrechamente a todos los argentinos, cuando se trata de eso, de su Patria. Y, por último, no quiero dejar de decir, simplemente, que yo también me uno a todos los que rezan. ¡Es curioso...! En ocasiones como esta, siento la tentación de no hacerlo, si me paro a pensar en tantas otras personas, algunas tal vez del mismo nombre, de otras muchas "Cristinas" como en este mismo momento pueden padecer, en la Argentina y en el mundo, no la misma enfermedad, sino acaso otras más graves y cruciales. Aun así, la mejor receta no es la de olvidarse de quien sufre, por ser conocido o popular, sino la de acordarse de todos los demás, por absoluta y necesariamente desconocidos sean. Precisamente por eso, y por la misma razón, yo también rezo por ella. Luis Madrigal.-




 

miércoles, 28 de diciembre de 2011

RESPLANDECE EN EL CIELO




EL FULGOR DE UNA ESTRELLA
 

Cuando se muere el sol, nace una estrella
que brilla allá en lo alto, transparente.
Alumbra el caminar y, refulgente,
disipa la tiniebla… Ya destella,

ya tiembla en su fulgor, y sólo ella
ilumina mi paso y mi presente,
pese a estar siempre lejos, siempre ausente,
mas, al caer de la tarde, siempre bella.

Me embelesa mirarle. Ella me mira,
pero su rayo, apenas mortecino,
no alcanza mis pupilas. La mentira

nunca está en las estrellas. Y el andino
reflejo celestial se apaga y gira.
Deja al humano ser por el divino.



Luis Madrigal